China y Estados Unidos: la pugna por la hegemonía
Estos meses de altos aranceles han tenido un impacto innegable, China y su sistema empresarial y productivo han mostrado una mayor resiliencia y capacidad de adaptación que la economía estadounidense.
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China y Estados Unidos: la pugna por la hegemonía.
China y Estados Unidos se han sentado, finalmente, en la mesa de negociación. Luego de la escalada arancelaria iniciada por la administración de Donald Trump y que ha dejado en tres cifras las tarifas aplicadas por ambos gigantes a sus respectivas importaciones, donde se incluyen un grupo de productos clave.
La razón de la escalada, según Washington, reside en lo que consideran un injusto intercambio comercial entre Estados Unidos y el mundo, en el cual el gigante norteño considera que ha salido perdiendo. Los aranceles son, entonces, una forma muy propia de la administración Trump de enderezar lo que, desde su punto de vista, está torcido.
Sin embargo, esta posición por un lado desconoce que la raíz de la situación actual reside en las propias decisiones económicas del gobierno norteamericano, particularmente en la eliminación del patrón oro y la aniquilación de los keynasianos acuerdos de Bretton Wood a partir de 1971, para dar paso a la agresiva agenda neoliberal, que en su afán de reducir costos desplazó, masiva y gustosamente, una significativa parte del tejido productivo de la nación a terceros países. Y de otra parte sobreestima las capacidades actuales del país para confrontar exitosamente los efectos de una escalada de este naturaleza contra una gran económía como la China.
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Esta última afirmación parece confirmarse por las recientes negociaciones entre ambos países, que se saldaron con el anuncio, hecho este lunes 12 de mayo, de un acuerdo de reducción de aranceles durante 90 días. Washington reducirá sus tarifas sobre los productos chinos de un 145 por ciento al 30 por ciento y Beijing hará lo mismo, bajándolas del 125 por ciento actual a un 10 por ciento. Esto representa un gran alivio para los mercados globales y para todo el sector financiero norteamericano, muy tensos después de la escalada arancelaria.
Aunque, sin dudas, el mediático presidente norteamericano hará lo posible por presentar este paso como una cesión por parte de China, una "vuelta al sentido común", una aceptación de las condiciones de los Estados Unidos, etc, la verdad es totalmente diferente. No solo China no cedió a las presiones y aceptó subir la parada ante los intentos de intimidación, sino que la situación actual ha dejado en evidencia, más que ningún discurso, la debilidad real del hegemón norteamericano.
Estados Unidos llega a la mesa de negociación no porque haya ganado la guerra comercial, sino precisamente porque no pudo ganarla. China ha actuado como un socio comercial sensato, que calcula con mente fría y busca siempre el mejor acuerdo entre las partes pero, al mismo tiempo, se ha mostrado como un actor geopolítico de primer nivel, que no cede a presiones ni chantajes, vengan de donde vengan.
Aunque estos meses de altos aranceles han tenido un impacto innegable, China y su sistema empresarial y productivo han mostrado una mayor resiliencia y capacidad de adaptación que la economía estadounidense. Así, por ejemplo, las exportaciones en abril de 2025 aumentaron un 8,1 por ciento interanual, a pesar de la caída del comercio directo con Estados Unidos. Muchas empresas exportadoras Chinas sortearon los aranceles reexportando sus productos desde terceros países, como Vietnam, Malasia y Corea del Sur.
Asimismo ha aumentado la inversión directa en fábricas fuera del territorio chino, en India o Tailandia, para evitar los efectos de los aranceles. Al mismo tiempo, el gigante asiático ha diversificados sus exportaciones e importaciones con otros mercados. Es el caso, por ejemplo, de una serie de productos agrícolas brasileños, como la soja o la carne de bovino, que han visto un aumento significativo de sus exportaciones a China, sustituyendo así algunos de los productos claves que este país importaba desde EE. UU..
Por su parte, la economía norteamericana no parece haber tenido un buen desempeño. En el primer trimestre de 2025, el PIB se contrajo un -0,3 por ciento, algo que no ocurría desde 2022. En marzo, el país registró un déficit comercial de 163 mil 500 millones de dólares, el mayor de su historia según la Oficina de Análisis Económico del propio gobierno. Adicionalmente, el país arrastra un déficit comercial de más de 295 mil millones de USD frente a China.
Uno de los mayores impactos en esta etapa se ha dado en la espiral inflacionaria, que ha elevado los precios de un grupo de productos clave en el país. Los aranceles han contribuido a un aumento inflacionario estimado en 0,5 a 1 por ciento, lo que reduce el poder adquisitivo de la clase trabajadora norteamericana en un aproximado global de unos 50 a 100 mil millones de dólares al año.
Entre los productos más afectados por estos aumentos, destacan los dispositivos electrónicos, electrodomésticos, juguetes y calzados. Otros productos como baterías de litio, paneles solares y medicamentos también han sufrido un sensible aumento de precio. En busca de sustituir a los proveedores chinos, una parte del comercio estadounidense se ha ido desplazando a países con una industria menos eficiente o con costos de producción más altos, todo lo cual se expresa en el precio final del producto de cara al consumidor.
Asimismo, se han visto muy afectados los trabajadores del cinturón agrícola de los Estados Unidos, muchos de los cuales apoyaron a Trump y que ahora pierden el acceso a un mercado clave para sus exportaciones. En 2024, Estados Unidos exportó unos 26 mil millones de USD en soja a China. Una caída de las exportaciones como la actual, implica pérdidas para los agricultores entre 13 mil y 18 mil millones de USD.
Todo este proceso ha repercutido, inevitablemente, en las cadenas globales de suministros, generando incertidumbre en los mercados financieros y un consiguiente debilitamiento del dólar, al aumentar la incertidumbre sobre el desempeño económico de Estados Unidos. Al querer forzar el tablero, Washington ha descubierto que su posición en él no es la que creía. El estatus privilegiado del país en el comercio y la política internacional depende del papel privilegiado del dólar, y este a su vez descansa en la confianza en la solidez política e institucional de los Estados Unidos.
Si el acuerdo alcanzado es resultado de una voluntad duradera o solo la antesala de una escalada aún mayor, se definirá en los meses y años por venir. Por lo pronto, nos muestra que el imperio norteamericano ya no es tan fuerte como se autopercibe y China no es la maquila que han querido vender al imaginario colectivo de su nación. Por el contrario, se perfila cada vez con más claridad en el horizonte un choque entre colosos, en la medida en que el hegemón en decadencia se aferre a sus privilegios y trate de evitar el ascenso vigoroso de la economía china, aparejada con el ascenso de un mundo multipolar, con nuevos actores geopolíticos desplazando al viejo y colonial núcleo europeo y anglosajón.