¡Del lector de tabaquería en Cuba al hakawati en Siria!
Como los cuentos y las leyendas forman parte de la cultura colectiva de los pueblos, entonces, tienen que salir a la comunidad y ser contados por una persona: el cuentacuentos o narrador oral.
El oficio de narrador
Conocido en el mundo árabe desde el siglo XIX, el hakawati ha gozado de gran popularidad. En todas las grandes ciudades, como en Damasco, en Trípoli o en Bagdad, no había ni un café tradicional sin narrador oral.
¡Una profesión de gran mérito!
Al igual que en el mundo árabe, en Cuba también el narrador gozó de un papel importantísimo. La lectura en las tabaquerías se introdujo en La Habana en 1865 en la fábrica El Fígaro. La iniciativa fue impulsada por el político Nicolás Azcárate con el objetivo de aliviar las largas y aburridas jornadas de los obreros y elevar su nivel cultural. De tanto escuchar las peripecias de Edmundo Dantes, surgió una de las marcas de Habano más famosa: Montecristo.
Desde entonces, existe una tradición: si los trabajadores quedan satisfechos con la labor del lector, suenan sus chavetas contra las mesas en forma de aplausos; en cambio, si están insatisfechos, tiran al suelo dicha herramienta.
Como lo explica Odalyz Lara, una lectora de tabaquería: “Los trabajadores respetan muchísimo los horarios de lectura y hacen silencio cuando se va a leer para escuchar y para conocer de antemano, bien temprano todas las noticias. Yo sé que son fieles defensores a que este oficio continúe siglos y siglos”.
Este es, en sí mismo, un trabajo maravilloso, mágico y único en el mundo. Por esa razón, en Cuba se le reconoció como Patrimonio Cultural de la Nación en el año 2012.
Nizar El Badin, un cuentacuentos moderno
De formación literaria, el Sr. Nizar se convirtió rápidamente en actor, guionista y narrador de cuentos para mantener vivo el mensaje de este oficio tan antiguo:
“Soy un cuentacuentos desde hace 20 años. Pero moderno porque trato de desarrollarlo con la actuación y la expresión corporal para dar más vida al cuento. Es lo que pasa hoy día en todos los cafés, no solo en los clásicos del viejo Damasco sino también en toda la ciudad como El Maktab en el Adawi. Hago una mezcla temática entre el pasado y el presente para atraer a un público mixto, familiar, participativo. Todo está en la alocución y la interacción. Por ejemplo, he inventado un concurso entre el público, según las historias que cuento, para hacerle participar. Sin embargo, lo que más me preocupa es el problema de continuidad y persistencia. Sean las circunstancias que sean, no dejaré nunca este trabajo. ¡Mejor dicho, esta afición!”