La insoportable decadencia de los EE. UU.
Las bestias heridas suelen dar zarpazos e ignorarlo es ingenuo. Pero también en esos zarpazos se les suele ir la última fuerza que tienen.
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La insoportable decadencia de los EE. UU.
Decía el filósofo español Ortega y Gasset que lo que genera levantamientos populares no es el abuso de poder por parte de los gobernantes, sino la quiebra de los usos. Es decir, que lo que los pueblos ven con menor tolerancia no son los excesos, aunque claro que enfadan y soliviantan, sino los comportamientos de un dirigente o de un gobierno que van contra lo que está generalmente aceptado en una sociedad. Una parte de El príncipe de Maquiavelo se dedica advertir sobre estos errores, propios de los nuevos reyes que no han terminado de entender que dirigir un Estado no es igual que dirigir una empresa. Conducen al fracaso. El comportamiento de Donald Trump está quebrando los usos y costumbres de la región latinoamericana.
El establishment económico de los países occidentales lo configuran quienes expresan la alianza entre el capital, el Estado (especialmente su parte financiera y la jurídica), los medios de comunicación y las élites sociales. El establishment define como interés del país sus propios intereses, eso sí, bajo la apariencia de neutralidad y consenso. Hasta que tensan demasiado la cuerda y se rompe. La crisis de Lehmann Brothers en 2008 desató el plan B al que siempre las élites recurren cuando se ponen nerviosas. Fue en el entorno de esa crisis que presidentes como Sarkozy -que ha terminado en la cárcel- o Ángela Merkel, la entonces canciller alemana, dijeron que se debía suavizar el capitalismo para que el pueblo no les colgara de una farola. Pero como el pueblo no colgó a ningún responsable de la crisis de ninguna farola, lo que decidieron las élites es darle una vuelta de tuerca más al neoliberalismo. Y es cuando la extrema derecha -que estaba en el congelador mientras que la derecha y la socialdemocracia garantizaran el funcionamiento de las sociedades occidentales-, fue convocada y, lo que parecía imposible, se hizo realidad. Es decir, que las extremas derechas se comieron a las izquierdas y a las derechas democráticas. Milei, Trump, Kast, Bukele, Noboa, Abascal son expresiones de la crisis del neoliberalismo y de los errores de la izquierda.
Las extremas derechas, como gestores de la crisis neoliberal, han decidido dinamitar lo que llamaban, en su lucha contra China y Rusia, “un mundo basado en reglas”. El derribo alcanza a la propia democracia y al derecho internacional. El privilegio es incompatible con la democracia. El 10% de la población concentra el 76% de la riqueza mundial. Y esa brecha cada vez se agranda más, ya que en los últimos años, ese 1% se apropia de más del 60% de la nueva riqueza que se crea.
Esa pobreza es la que se ve en las calles de Chicago, de Boston o de Nueva York y también en París, Londres o Madrid. EEUU, como el hegemón del modelo neoliberal, está en un callejón sin salida. Es de donde quiere salir Donald Trump intentando recuperar ocho grandes controles que tenía EEUU y que, o bien ya no tiene o los pretende atesorar desde la debilidad. Serían los siguientes: el control de las rutas marítimas (donde discurre más del 80% del comercio mundial y tiene en los puertos sus atractores); el control del comercio mundial (con la desbordante competencia de China); el control de los recursos energéticos (donde aparece Venezuela como el país del mundo con más reservas de petróleo reconocidas); el control tecnológico (con una lucha a cuchillo por controlar la IA y el mercado de semiconductores vinculado a la primacía militar. Acaban de nombrar tenientes-coroneles del ejército norteamericano a ejecutivos de Palantir, de Meta y de Open IA. Además, Palantir, dirigida por Alex Karp, una persona con ideas fascistas, está concentrando toda la inteligencia política militar norteamericana, al tiempo que recibe jugosos contratos con la CIA y el FBI); el control de la moneda de reserva internacional (que es el dólar desde 1945) y del sistema financiero internacional (FMI, CIADI, mecanismo Swift); el control de las armas y del curso de las guerras(que explica las más de 200 intervenciones norteamericanas entre 1950 y 2025, cuyos últimos episodios son el genocidio en Gaza, el asedio a Venezuela y la voladura con misiles de pequeñas lanchas en el Caribe); el control de la diplomacia global (EEUU se está quedando mayoritariamente sola en importantes votaciones en Naciones Unidas, entre ellas en asuntos relacionados con Cuba y Venezuela, al tiempo que constata que su antaño obediente “patrio trasero” ya no le obedece); y el control de la hegemonía cultural (que perdió con el auge de otras culturas, como la latina -muy evidente en la música y la literatura-, con el nombramiento del Papa Francisco y luego de León XIV o con la soledad de Trump con asuntos como el negacionismo climático o la concesión del Premio Nobel “de la paz” a una enemiga de los derechos humanos como la venezolana María Corina Machado).
Es en este desesperado intento de mantener la primacía en estos ámbitos está llevando a que una parte del establishment norteamericano dé por perdida la batalla contra China y proponga concentrar sus esfuerzos en lo que Monroe llamó en 1823 su “patio trasero” (no es extraña la advertencia de Bolívar hace dos siglos acerca de los objetivos de lo que ya se veía como la amenaza del norte). Y es aquí donde cobra toda su fuerza el ataque permanente contra la soberanía de Venezuela, primero con Hugo Chávez, y ahora con Nicolás Maduro, a donde se suman las controversias con la Colombia de Gustavo Petro, el México de Claudia Sheinbaum, el Brasil de Lula Da Silva e, incluso, el Canadá de Mark Carney o la España de Pedro Sánchez. Y Venezuela sigue siendo el villano universal porque la recuperación de su soberanía con Chávez y su mantenimiento con Maduro es un firme obstáculo para la recuperación de la hegemonía global que ha perdido EEUU.
Por eso las élites han llamado a Trump: para que les haga el trabajo sucio que no terminaban de finalizar ni los republicanos ni los demócratas. Pero Trump, como le pasa a la generación Z, llega tarde. Estamos en 2026 y Venezuela puede ser para EEUU el detonante del fin de su hegemonía. De los tres escenarios en el horizonte norteamericano -guerra civil en EEUU, guerra mundial desencadenada en América Latina y destitución/fallecimiento de Trump-, son muchos, dentro y fuera, que apostarían por la desaparición del presidente condenado. Al tiempo, la opción que menos apoyo recaba el presidente norteamericano en el mundo es la de la guerra mundial. Trump, salvo el apoyo de las oligarquías latinoamericanas que están en la oposición (y prefieren una invasión norteamericana a estar fuera del poder), o de países fracturados como Argentina o El Salvador, no tiene apoyos para hacer sonar sus tambores de guerra. Al tiempo, sabe que pocos llorarían su desaparición. Junto a la desestabilización interna que crece con sus ataques a los lugares donde gobiernan los demócratas ´el último, el Nueva York del nuevo alcalde Zohran Mandani-, al lado de su cacería de migrantes o de personas de origen migrantes que está prendiendo fuego al país.
Las bestias heridas suelen dar zarpazos e ignorarlo es ingenuo. Pero también en esos zarpazos se les suele ir la última fuerza que tienen.
Al Mayadeen Español