Guerra híbrida y filtraciones
México y Venezuela, con distintos grados de intensidad y proyección situacional, son objeto de una difusa guerra híbrida de Washington, que combina disuasión, presión psicológica y preparación bélica.
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Guerra híbrida y filtraciones
México y Venezuela reúnen, en la coyuntura, algunos elementos comunes y también grandes diferencias. Los dos son países poseedores de petróleo y otros recursos geoestratégicos disputados por Estados Unidos y China, y con distintos grados de intensidad y proyección situacional, ambos son objeto de una difusa guerra híbrida de Washington, que combina disuasión, presión psicológica y preparación bélica.
Otro eje común es que, aunque encarnan proyectos político-ideológicos disímiles: con inflexión al socialismo en el caso venezolano y de corte nacional popular neodesarrollista en el mexicano, e integran alianzas estratégicas internacionales también diferentes (Venezuela con Rusia, China, Irán, Cuba y Nicaragua, y México principalmente con Estados Unidos, en situación de dependencia a través del tratado de libre comercio), tanto Nicolás Maduro como Claudia Sheinbaum han sido sometidos a intensas y sostenidas acciones de poder blando y duro por parte de Donald Trump.
Asimismo, desde el comienzo de su segundo mandato, como comandante supremo de las fuerzas armadas y principal propagandista de su estrategia, con la mira puesta en Venezuela y México, Trump fabricó una matriz de opinión que asimila a los cárteles de la drogas como organizaciones terroristas extranjeras (verbigracia, Al Qaeda, ISIS, et al), una estrategia de fuerza extraterritorial –incluida la militar– presuntamente para combatir al narcotráfico, pero que adelantaba ya entonces la posibilidad de ataques aéreos letales con misiles y drones, para asesinar de manera sumaria a civiles identificados como criminales (sin exhibir pruebas), como ha venido ocurriendo en el Caribe y el Pacífico.
La guerra híbrida utiliza a distintos niveles toda clase de medios y procedimientos, ya sea la fuerza convencional (por ejemplo, el actual cerco militar naval sobre las costas de Venezuela), como la guerra irregular (golpe suave, guerra económica, preventiva, jurídica [lawfare], de información, a las drogas, contra el terrorismo, cognitiva, cultural, mediática).
Un componente central de la guerra híbrida son las operaciones sicológicas (OpSic) y las acciones encubiertas, como las autorizadas por Trump en Venezuela a la Agencia Central de Inteligencia. Herramientas de las políticas de cambio de régimen, las acciones encubiertas sirven para generar golpes de Estado, operaciones de bandera falsa y desestabilizar y generar caos social y político sobre el terreno por medio de distintos actores.
Para ello, además de la CIA, Estados Unidos cuenta con otras 15 agencias de la llamada comunidad de inteligencia (DIA, NSA, FBI, DEA, NRO y otras) y oficinas de relaciones exteriores dependientes del Departamento de Estado (embajadas, consulados, misiones ante organismos internacionales, etcétera).
Además de los agentes encubiertos de la CIA plantados sobre el terreno, los principales instrumentos injerencistas del Pentágono en el extranjero son los comandos de élite de la Marina de Guerra (Navy SEALs) y la Fuerza Delta del Comando Conjunto de Operaciones Especiales del Ejército. A su vez, para sus acciones clandestinas en Venezuela y México, la CIA, la DEA, la DIA, el FBI reclutan “activos nativos” (native assets) como informantes y operadores locales (militares y elementos de los aparatos de inteligencia y seguridad del Estado, políticos, periodistas, elementos del hampa, del narco, paramilitares, mercenarios y un largo etcétera), que actúan como agentes de redes de espionaje y/o generadores de violencia y caos, como en las guarimbas de la oposición venezolana jefaturizadas por María Corina Machado y, eventualmente, bajo la pantalla de los grupos de la economía criminal mexicanos, en ejecuciones simbólicas desestabilizadoras, como la que acaba de cobrar la vida del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, en Michoacán.
Otros elementos esenciales y complementarios del accionar desestabilizador abierto y encubierto de Washington en Venezuela y México son el empleo de tecnologías de última generación (guerra cibernética) combinado con otros métodos de influencia como la siembra de desinformación, propaganda blanca, gris y negra, y noticias falsas (fake news) seguida de técnicas de repetición e intoxicación sistemáticas y persistentes en los medios de difusión masiva hegemónicos.
Todas esas modalidades híbridas –que incrementan las incertidumbres propias de la “niebla de la guerra” y las misiones clandestinas– son precedidas por operaciones de prensa que invariablemente se mantienen hasta el final, y a cada momento se retroalimentan y proyectan de cara a la opinión pública.
Un ejemplo típico de propaganda gris, que lleva el sello de las operaciones de desinformación conjuntas de la CIA, el MI5 británico y el Mossad israelí, y pudo ser manufacturada sobre el terreno por el embajador de Estados Unidos, Ronald Johnson, viejo halcón de las acciones clandestinas, es la filtración al periodista Barak Ravid (quien sirvió en la división de inteligencia israelí Unidad 8200) del medio estadunidense Axios, amplificada urbi et orbi por Reuters, sobre el supuesto intento de atentar contra la embajadora de Tel Aviv en México, Einat Kranz Neiger, citando a un “funcionario estadunidense” que habló bajo condición de anonimato.
Según Ravid, la operación habría sido dirigida por una unidad de la Guardia Revolucionaria Islámica, “que durante años ha reclutado agentes en toda América Latina desde la embajada de Irán en Venezuela”. Desmentida por la Cancillería y la Secretaría de Seguridad locales, la filtración tuvo como objetivo demonizar a Irán, y enrarecer las relaciones entre Teherán, Caracas y México.
Al Mayadeen Español