China y EE.UU.: Una relación socavada
La relación bilateral entre las dos grandes potencias económicas del mundo están fracturándose en cámara rápida
La primera reacción de China a la visita de la demócrata Nancy Pelosi a Taiwán fue diplomática, mediante un comunicado de rechazo por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores a acciones oficiales de Estados Unidos ante la política "Una sola China", de la cual existen acuerdos firmados desde la década de 1970 entre Beijing y Washington en torno a la reunificación y la soberanía china sobre la isla.
Antes de que el lado estadounidense cruzara el Rubicón este martes 2 de agosto, el presidente Xi Jinping habló telefónicamente con Joe Biden para aleccionarlo a evitar que la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos evitara la parada en Taipéi. No hubo agenda aparte que detuviera el vuelo de la octogenaria política, quien justificó posteriormente en The Washington Post su breve estancia en la capital taiwanesa "en defensa de la democracia contra la autocracia".
Lo inmediato por parte de China fue anunciar unos ejercicios militares alrededor de la isla, de mayor envergadura que las hechas entre 1995 y 1996 pues abarcan mucho más territorio marítimo, comprenden mayores componentes de combate y usan fuego real de manera disuasoria.
Si bien el Ejército Popular de Liberación, el cuerpo militar chino, tiene casi 40 años sin participar en guerra alguna, tal posición no evita que China sea capaz de tomar posiciones defensivas militares a larga escala, con objetivos nacionales. En una nota editorial del lunes 1° de agosto, Global Times afirma: "En los últimos 10 años, la capacidad de combate de las fuerzas armadas chinas ha mejorado mucho y el armamento y el equipo, el sistema organizativo, el entrenamiento de combate real, la teoría militar y el cultivo de talentos han logrado un progreso histórico".
En la reunión de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, sus siglas en inglés), en Camboya, el canciller chino Wang Yi canceló la reunión con su homólogo japonés, Hayashi Yoshimasa, luego de que el G7 (del cual Japón forma parte) rechazara las medidas militares de Beijing y se posicionara firmemente, como era de esperarse, a favor de la posición estadounidense.
El 4 de agosto, China anunció la emisión de sanciones contra la propia Nancy Pelosi y su entorno familiar. Además, el Ministerio de Relaciones Exteriores emitió la información sobre una serie de contramedidas en respuesta a la provocación estadounidense.
Cancela las comunicaciones entre los comandantes militares de China y Estados Unidos.
Cancela las conversaciones de coordinación de la Política de Defensa entre China y Estados Unidos (DPCT).
Cancela las reuniones del Acuerdo Consultivo Militar Marítimo (MMCA) entre China y Estados Unidos.
Suspende la cooperación entre China y Estados Unidos en materia de repatriación de inmigrantes ilegales.
Suspende la cooperación entre China y Estados Unidos en materia de asistencia jurídica en asuntos penales.
Suspende la cooperación entre China y Estados Unidos contra los delitos transnacionales.
Suspende la cooperación entre China y Estados Unidos en materia de lucha contra el narcotráfico.
Suspende las conversaciones entre China y Estados Unidos en materia de cambio climático.
La gravedad del asunto ha llevado a China comprender que los compromisos de Estados Unidos son letra muerta si se trata de superponer sus intereses por sobre un punto de equilibrio en la arena internacional. Es por eso que lleva a cabo la mencionada serie de acciones que interrumpen la cooperación que llevaban a cabo ambos países en distintos ámbitos: en lo político y lo militar-securitario.
Una relación socavada
Desde la década de 1970, tanto China como Estados Unidos se interesaron por una mejora en las relaciones bilaterales que repercutieron en una simbiosis particular que cambió en gran parte de la dinámica internacional en varias áreas, sobre todo en lo económico, financiero y comercial.
El encuentro de Mao Zedong con Richard Nixon en Beijing (1972) y la visita de Deng Xioaping a Washington D.C. durante el gobierno de Jimmy Carter (1979) fueron los cimientos de una relación que se mantenía sobre todo por los intereses económicos por sobre los geopolíticos, siempre supeditada a comunicaciones de alto nivel entre presidentes y funcionarios importantes de cada administración.
Esto se mantuvo hasta nuestros días: la mencionada llamada de Xi y Biden fue un último esfuerzo por mantener algún tipo de equilibrio en lo político-diplomático de una relación ya inestable en tiempos recientes.
Estados Unidos comprende su trato bilateral con China como una "competencia estratégica" por el dominio global, mientras que Beijing se define como "defensora del orden internacional" bajo el entendido de que el país norteamericano es "la mayor fuente de perturbación del orden mundial real". Uno pretende obstaculizar el ascenso de otro, mientras que el mundo multipolar está creciendo a pasos agigantados en medio del desconcierto global.
Y China pretende que el modelo mundial que defiende se consolide en un cierto marco de estabilidad y desde una visión "de construir una comunidad de destino de la humanidad".
En este momento no parece haber una convergencia entre las dos posiciones, sin embargo, no siempre fue así, ya que la relación bilateral tenía un sólido fundamento en temas de comercio, inversión y seguridad.
Mientras Estados Unidos buscaba oportunidades comerciales, de exportación y de ganancia en China, Beijing andaba en busca de inversión directa a sus industrias, nuevas tecnologías y apoyo político-diplomático para su inserción en los organismos internacionales dominados por Washington, como la Organización Mundial del Comercio y la Organización de Naciones Unidas.
Un informe del Congreso estadounidense de marzo pasado informa que China exporta a Estados Unidos casi tres veces el valor de los bienes que Estados Unidos exporta a China. En 2021, China fue la mayor fuente de importaciones estadounidenses (con 506 mil 400 millones de dólares), denotando la dependencia actual que existe por parte de Norteamérica respecto al gigante asiático.
Estados Unidos incrementó más de mil por ciento su inversión extranjera directa en China desde el año 2000 hasta 2021. En el informe mencionado dice, además, que desde 2016 hay mucho más intercambio entre ambos países en términos de licencias de tecnología, investigación, capital de riesgo e inversiones financieras.
En cuanto a las ganancias, el superávit comercial de servicios de Estados Unidos con China fue de 24 mil 800 millones de dólares en 2020, de acuerdo con la oficina presidencial estadounidense. Y esta suma representa una disminución respecto a años anteriores.
Ambos países se han beneficiado de una relación estable en el ámbito económico-financiero-comercial. Por ejemplo, la economía china creció en promedio 9, 5 por ciento anualmente desde 1979 hasta 2018, ayudando a sostener un auge insólito que lo ha convertido en uno de los pilares fundamentales del naciente orden multipolar. No en balde Washington lo considera un "competidor", aun cuando se ha beneficiado enormemente de su rival.
Por ahora las contramedidas de Beijing por la provocación estadounidense no tocan estos intereses, pero es posible que aquellas escalen hasta un punto en que se exija el pago de deuda de casi 1 billón de dólares en bonos del Tesoro. Ello pondría en riesgo la ya frágil arquitectura financiera de la Reserva Federal y pondría en un serio déficit a la cartera de Washington.
Ya las comunicaciones militares bilaterales venían teniendo irrupciones importantes (como sucedió en lo comercial durante la era Trump), pero las contramedidas chinas afianzan una tendencia hacia las respuestas asimétricas que muy posiblemente escalarán hasta llegar a un punto en que se va a notar demasiado la dependencia estadounidense de su relación con China, mientras el gigante asiático sigue construyendo una alternativa a la unipolaridad decadente de Occidente.