Europa, democracias degradadas
Las urgencias políticas provocadas por la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania (y de otros factores menos publicitados) han agudizado los procesos de degradación del sistema democrático en el mundo liberal occidental.
Las urgencias políticas provocadas por la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania (y de otros factores menos publicitados) han agudizado los procesos de degradación del sistema democrático en el mundo liberal occidental.
Mientras desde despachos políticos, mediáticos y académicos se sermonea sobre la necesidad de proteger las democracias frente a la amenaza de las autocracias (Rusia, por supuesto; y también China, Irán y otros enemigos habituales), se asiste en estos pagos a un deterioro del funcionamiento político. Recientemente, se han avistado con más claridad los casos de Reino Unido e Italia y, en modo menos aparatoso, también el de Francia.
Gran Bretaña en manos de un club reducido
Gran Bretaña ha tenido tres jefaturas del gobierno desde el principio del verano. Lo que ha preocupado más a los poderes reales es la denominada “inestabilidad política”, muy mala para los “negocios”. En realidad, han sido esos “negocios” los que han propiciado la inestabilidad, con sus reacciones determinantemente contundentes a las veleidades políticas.
El Brexit desencadenó un proceso de reconfiguración de las fuerzas políticas británicas. Han sido más visible los cambios en el Partido Conservador, porque es el que ha desempeñado la responsabilidad del gobierno en estos últimos siete años. Pero también el laborismo se ha visto sacudido por el divorcio de Europa. O los liberales, en su estrecho margen de maniobra. O los nacionalistas escoceses, a la espera de una nueva oportunidad separatista. Y también los secesionistas católicos irlandeses, alentados por tendencias demográficas favorables.
Truss fue elevada al cargo por 160 mil militantes. Ahora, Sunak solo ha necesitado el aval de un centenar largo de diputados de su partido para disuadir a potenciales rivales internos
Los tories viven un drama permanente. La trituradora de líderes funciona a pleno rendimiento, activada desde dentro, en un reflejo de autodestrucción de una intensidad sin precedentes, incluso en un partido que arrastra una tradición cainita muy refinada.
El aprendiz de brujo Cameron, la indecisa hamletiana May, el abrasivo devorador Johnson y la doctrinaria oportunista Truss se han consumido en sus propios errores y en su mal definidas y peor ejecutadas ambiciones. Sunak está llamado a terminar con esta saga de los horrores. Pero no debe darse por descontado. Los cuchillos no se han envainado en Westminster.
Rishi Sunak era una opción cantada a principios del verano. Se le atribuía una competencia para el cargo, que él era el primero en jalear. Un ejecutivo bancario para sostener el timón de una economía a la deriva. Un hombre rico de orígenes relativamente modestos. El mito del hombre hecho a sí mismo.
Un perfil racial que resulta novedoso y conveniente, en estos tiempos donde los gestos son más importantes que la sustancia. Cierto es que también arrastra páginas oscuras, como las declaraciones fiscales de su esposa, una multimillonaria perteneciente a una de las nuevas dinastías pioneras de esa oficina del mundo en que se convertido la India (su padre es el fundador y patrón de Infosys).
Para completar el expediente, Sunak también cumplía con la tradición de matar al mentor o, si se prefiere, de apuñalar al líder descarriado. Dimitió del gobierno cuando Boris Johnson aún luchaba por mantenerse en el 10 de Downing St.
La mayoría de los parlamentarios lo auparon como el candidato preferido. Pero al brotar otros alternativos, se quedó corto en los apoyos y hubo que activar la consulta a los militantes. En esa especie de primarias de los tories, la base optó por Lizz Truss, ministra también de Boris Jonhson, leal hasta el final, para guardar las apariencias.
Ya se ha comentado aquí el camino que escogió la efímera líder para marcar época: emular a Margaret Thatcher y desenterrar del basurero de los dogmas económicos un neoliberalismo atroz. Se apoyo en Kuarteng, un viejo camarada ideológico, al que hizo Jefe del Tesoro. Los números de su programa de reducción de impuestos a ricos y empresas y de apoyo indefinido a los hogares modestos no cuadraban.
Pero los dos pensaron que, a la postre, funcionaría esa economía vudú reaganiana, que consistía en favorecer primero a los adinerados con la convicción de que la riqueza terminaría por filtrarse hacia abajo (‘trickledown’).
Sin embargo, el mundo de los negocios al que pretendían servir les dio la espalda. El momento era pésimo. En sólo unos días, la libra se desmoronó y los fondos de pensiones quedaron expuestos a las turbulencias financieras.
El Banco de Inglaterra tuvo que ejercer de salvavidas. Truss entregó la cabeza de Kuarteng a los mercados para salvar la suya. Pero cuando ese tipo de furias se desata, no valen medias tintas. Ella estaba también condenada a seguir el camino del cadalso.
La incompetente primera ministra no tenía actualizadas sus lecturas. El neoliberalismo se ha refinado, se ha hecho más prudente. Ahora se refugia en la seriedad fiscal, que consiste en no apretar al capital, pero tampoco concederle impopulares avenidas ilimitadas. Sunak es un exponente de esa línea más discreta.
Trató de hacerse valer durante el pulso del verano con Truss, pero el discurso de su rival resultó más convincente a una militancia que ha sido emborrachada durante años con ensoñaciones nacional-populistas.
Con todo, lo más relevante de esta crisis no es el debilitamiento de los conservadores, sino la degradación de la democracia. El drama de los últimos meses ha eludido las urnas. La responsabilidad de gobernar se ha dirimido en una disputa interna sin que el conjunto del electorado haya sido convocado.
Truss fue elevada al cargo por 160 mil militantes. Ahora, Sunak solo ha necesitado el aval de un centenar largo de diputados de su partido para disuadir a potenciales rivales internos de contestar su candidatura. Con su cómoda mayoría en los Comunes (365 asientos), los tories podrán respirar.
Al menos de momento, porque Sunak está lejos de ser un líder incontestado. Para cubrirse ante lo que viene, ya ha anunciado medidas difíciles, dolorosas impopulares, con las que afrontar una inflación que ha superado el 10 por ciento, un agujero fiscal de 35 mil millones de euros y una recesión que podría alcanzar el dos por ciento.
Los laboristas, a quienes los sondeos conceden una ventaja de 30 puntos, han denunciado este escamoteo de la democracia y exigido elecciones generales. Pero cabe preguntarse si ellos no hubieran hecho lo mismo si se hubieran visto en semejante tesitura. Son las normas y no la voluntad de cada cual en cada caso lo que degrada la democracia.
Políticos y analistas eluden este aspecto estructural de la crisis británica. Prefieren destacar la coyuntura, el momento. Es significativo que se haya evocado el fenómeno de la italianización. ‘Britaly’, ha sancionado THE ECONOMIST, para referirse a lo que se está viviendo. Las semejanzas se quieren ver en ciertos apuros económicos y en la volatilidad de los gobiernos, en una inestabilidad que se hace crónica. Sin embargo, como el propio semanario liberal reconoce, Gran Bretaña e Italia se parecen más bien poco. Como un huevo a una castaña.
El sistema electoral británico favorece unas mayorías ficticias, en las que el partido vencedor es premiado con un número de diputados mucho mayor que el porcentaje de votos reales obtenido. Eso reduce las opciones políticas en el Parlamento. En Italia, en cambio, se permite una mayor pluralidad, aunque las coaliciones corrigen o limiten esa tendencia.
En Gran Bretaña, la inestabilidad reciente se ha debido al debate inacabado en las filas conservadoras (aunque se detecta también en laboristas, liberales y nacionalistas). En Italia, los vaivenes políticos se anclan en un descrédito general de la clase política, en el desdibujamiento de los perfiles ideológicos y el cinismo de un electorado que cambia de humor sin aparente sentido estratégico. Esta realidad se ha vuelto a manifestar estos últimos días.
Italia el neofaascismo descafeinado
La alarma de la elección de una neofascista para encabezar potencialmente el gobierno se ha demostrado exagerada, como ya advertimos aquí. Los puestos claves del equipo de gobierno armado por Giorgia Meloni) ahuyentan los temores a una deriva ultra o populista (6).
El electorado que ha elevado a los neofascistas con la esperanza de propiciar un cambio de rumbo real se pueden ver pronto defraudados
Los políticos italianos de cualquier tendencia tienen desde hace tiempo muy claro que con las cosas de comer no se juega. No parece que Meloni vaya a desafiar a Bruselas, porque tiene una necesidad perentoria de recibir los fondos de recuperación.
Tampoco es previsible que se atreva a aplicar un programa muy radical de revisión de derechos sociales e individuales, porque su observancia es un condicionamiento de las ayudas mencionadas. Meloni no jugará a comportarse como Orbán, cuando este último juega a una cierta moderación para conseguir de nuevo la indulgencia de los liberal-conservadores europeos.
De esta forma, el electorado que ha elevado a los neofascistas con la esperanza de propiciar un cambio de rumbo real se pueden ver pronto defraudados. Es otro factor de degradación de la democracia. Se vota a unos líderes que proclaman y/o prometen cosas que no pueden cumplir (por no decir que carecen de la mínima voluntad de hacerlo). El círculo infernal del deterioro democrático continua.
Francia, gobernar por decreto
El reparto de poderes se transforma en una jerarquización de los mismos con primacía del Ejecutivo, en nombre de la gobernabilidad
En otros casos, la democracia se atasca en la letra pequeña. Asistimos estos días en Francia, a una manifestación concreta de esta tendencia. El gobierno del presidente Macron, ante la falta de una mayoría parlamentaria tras las elecciones de la pasada primavera, ha decido recurrir al decreto ley (que allí se codifica en el artículo 49,3 de la Constitución), para aprobar la ley de Presupuestos y la de financiación de la Seguridad Social.
La izquierda y la extrema derecha han coincidido en promover y respaldar una moción de censura, sin efectos prácticos. El uso del 49,3 ha sido empleado por Macron cuando se ve en dificultades. Se escamotea en este caso la voluntad popular delegada en la Asamblea Nacional. El reparto de poderes se transforma en una jerarquización de los mismos con primacía del Ejecutivo, en nombre de la gobernabilidad. O de la “responsabilidad”, como dijo la primera ministra, Elizabeth Borne, haciendose eco de pronunciamientos similares efectuados en otro momento por el Jefe del Estado.
Macron hace pasar unos Presupuestos que vuelven a reforzar las sospechas de protección de los más favorecidos, de ser el “presidente de los ricos”, como acusa la izquierda o la extrema derecha, por mucho que a él le duela. El espectro de la revuelta de los ‘gilets jaunes’ aparece de nuevo en el horizonte de un otoño y un invierno inciertos como pocos.
En esta danza turbia de las vicisitudes políticas, dos líderes tan aparentemente opuestos como Macron y Meloni se dejan fotografiar juntos para poner de manifiesto la superioridad de los intereses de ambas naciones por encima de las diferencias ideológicas de sus dirigentes. Otra escena habitual del teatro político.
Macron, que se erige en baluarte frente a la extrema derecha francesa, se muestra ahora conciliador con los afines italianos de Marine Le Pen. Y Meloni, que atiza sonoramente el elitismo de la clase política liberal italiana, comparte sonrisas con el líder europeo que más claramente defiende lo que ella ataca con tanta pasión.