Entre los días 11 y 13 de abril del 2002 las horas parecían detenidas. No había redes sociales que aligeraran la incertidumbre. Supe del golpe en un pasillo de la facultad de comunicación de la UH. Uno de los críticos insufribles decía casi a voz en cuello: "este también renunció".

La internet corría a velocidad de suero congelado y solo aquel Televisor en la puerta nos informaba algo.

Había angustia y rabia. Venezuela nunca le ha sido indiferente a Cuba. A través de Martí se estableció un vínculo singular con la patria de Bolívar que Chávez, con su peculiar y transparente carisma, avivó extraordinariamente.

La voz de María Gabriela por nuestra Televisión y para el mundo indicaban que el juego no estaba cerrado. Después supimos que se trató de una de las dos jugadas magistrales de Fidel, movimientos que junto a la serenidad, altivez, dignidad y valentía de Chávez y la movilizacion popular, condujeron al giro de los acontecimientos.

La otra, la primera jugada, fue sugerirle que no se inmolara.

Al paso de los años creo que era inevitable que nuestra embajada en Caracas fuera asediada por los fascistas en aquellos días.

Los rostros de la intolerancia y el odio por un lado, y el de los c...bien puestos por el otro, tenían que quedar registrados para la historia. Sabían lo que hacían: fueron a la representación diplomática de una Revolución faro que les dolía en las pupilas.

El regreso de Chávez fue telúrico. Aún estremecen las imágenes de aquellas miradas con lágrimas de triunfo, aquel "volvió, volvió, volvió, volvió..." y el abrazo con Cabello, abrazo de la victoria y la lealtad.

El 13 de abril es también cubano y es la prueba palpable de cuánto pueden los principios y las ideas y de cuánto puede hacer un pueblo movilizado.

Venezuela nunca nos será indiferente porque allí nació Bolívar, referente de Martí, y de allí nos vino Chávez, el mejor amigo.