A sus 30 años, la palestina Hanaan Shahin vive con su hijo en Illinois, Estados Unidos, en un edificio de la calle Plainfield. Mantiene la puerta cerrada y las ventanas siempre cubiertas. Es su refugio. 

Nada anticipa aún la mirada llena de odio del vecino Joseph Czuba. Un hombre de 71 años que, poco después, irrumpiría gritando: “Muslims must die!” (¡Los musulmanes deben morir!). Durante dos, diez, veinte minutos, la atacaría con un cuchillo de estilo militar. 

Todavía la joven no lleva la ropa manchada de sangre, sangre lenta y espesa, de 12 puñaladas. Aún no tiene los ojos hinchados mientras acuna el cuerpo de su hijo, Wadea Al-Fayoume. Aún no hay llamada al 911, ni maniobras desesperadas por salvar al niño.

El agresor sería acusado de dos delitos: asesinato a un menor y agresión con arma mortal. En 2025, sería declarado culpable de un crimen de odio.

No sería el único caso. Desde finales de 2023, las autoridades estadounidenses reportaron una serie de ataques: la agresión contra tres jóvenes en Burlington, Vermont; el apuñalamiento de un hombre en Texas; y la golpiza a un musulmán en Nueva York.

Un mal antiguo

Aunque la Organización de Naciones Unidas (ONU) aprobó el 15 de marzo de 2022 la Resolución 76/254, para reconocer la necesidad de erradicar la islamofobia, este tipo de racismo está en ascenso, sobre todo en los países occidentales. 

La propia ONU define el fenómeno como el miedo, los prejuicios y el odio hacia los musulmanes, que conduce a la hostilidad e intolerancia; mediante amenazas, acoso, y abuso, tanto en línea como en el escenario físico.

Más allá del aspecto religioso, incluye la discriminación por color de piel, vestimenta y otros elementos culturales que generan prejuicios. 

Desde el inicio del genocidio en la Franja de Gaza, las comunidades musulmanas en todo el mundo enfrentan una de las mayores olas de prejuicios documentadas en la historia.

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Su historia, lejos de ser contemporánea, se remonta a la Alta Edad Media, con manifestaciones variables, en dependencia del contexto político y social. 

En el siglo XVIII, la Ilustración promovió una visión negativa del islam, como una “doctrina inferior”, para justificar el colonialismo europeo.

Durante las centurias XIX y XX, los países del viejo continente reforzaron su papel de “guías” de los musulmanes hacia la modernización, mientras afianzaban la percepción de su idiosincrasia como un obstáculo al progreso. 

Avalancha del odio en tiempos modernos

Después de la caída de las torres gemelas en Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001, los crímenes de animadversión contra los musulmanes aumentaron en mil 617, según cifras del Buró Federal de Investigaciones, lo cual supuso una de las más grandes manifestaciones de repudio en la historia de la nación. 

Surgió así la “tormenta perfecta” para el Gobierno de ese país, que necesitaba un enemigo para justificar intervenciones posteriores en territorios del Medio Oriente, como Afganistán e Irak.

La islamofobia, que hasta entonces operaba a nivel estructural, recibió esfuerzos organizados para su institucionalización, mediante políticas públicas y regímenes jurídicos abiertamente represivos.

La Dra. Rasha Alawieh, ciudadana libanesa y profesora adjunta de la facultad de medicina de la Universidad de Brown, fue deportada a pesar de la orden de un juez federal que impedía su expulsión inmediata de Estados Unidos, según documentos judiciales.

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Datos hasta 2022 reflejaron que el 62 por ciento de los musulmanes en el país norteño sintió hostilidad debido a su religión, mientras el 65 por ciento fue irrespetado, una cifra casi tres veces mayor en comparación con la comunidad cristiana. 

Otro motivo para justificar el crecimiento del odio hacia el islam en países donde el Gobierno apoya la retórica sionista llegó en octubre de 2023, con la escalada genocida de “Israel” contra Gaza, que dejó hasta la fecha más de 54 mil palestinos fallecidos.  

Para sacar provecho al contexto, la ultraderecha normalizó el rechazo, la criminalización y el trato desigual a estas personas, incluso por parte de las instituciones. 

Las muchas aristas de un mismo fenómeno

El simple hecho de profesar una fe o pertenecer a un grupo étnico pone a toda una comunidad en situación vulnerable, expensa a la exclusión de ámbitos esenciales como el empleo, la educación, la formación profesional, los servicios y la participación política. 

La arremetida contra el velo y las mezquitas; el prejuicio contra prácticas percibidas como “retrógradas”; y la vinculación con el terrorismo son manifestaciones de islamofobia religiosa, cultural y política.

El directivo del Consejo de Relaciones Estadounidenses-Islámicas, Hussam Ayloush, comentó que la falsedad más flagrante es la idea de que los musulmanes son más propensos a la violencia que otros grupos, pues los deshumaniza y da lugar a prácticas de vigilancia constante.

Las mujeres son atacadas con frecuencia, debido a su vestimenta y a la falsa idea de “estar oprimidas”.

Según la investigadora de la Universidad de París, Laura Navarro, las musulmanas son representadas como “víctimas de su propia cultura y como una amenaza para la idiosincrasia occidental”.

Un estudio de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea arrojó que más de un tercio de las portadoras de pañuelosufren acoso debido a su identidad, lo cual erosiona su derecho a existir en la esfera pública.

La mayoría de los episodios no son denunciados a las autoridades por falta de confianza y de debida atención. 

Esto da margen también al ataque contra lugares de culto, y al cierre de organizaciones islámicas, bajo cargos de radicalización, terrorismo o el llamado islam político, violando las libertades más elementales de reunión y asociación.

A ese escenario se suma la amplificación de acusaciones infundadas y teorías conspirativas por parte de los medios de comunicación y las redes sociales.

De acuerdo con la directora asociada del Instituto Boniuk para la Tolerancia Religiosa, Zahra Jamal, los estereotipos más frecuentes incluyen que los musulmanes discriminan a las mujeres, son hostiles a los judíos y cristianos, y son menos civilizados. 

Mientras crecen las mentiras y las acusaciones infundadas, la islamofobia afecta casi todos los aspectos de la vida, provocando el aislamiento y la ampliación de la brecha social desde edades tempranas, con manifestaciones discriminatorias incluso en las escuelas.

Occidente: ¿Tan civilizado como presume?

Investigaciones del Pew Research Center indican que la mayoría de los refugiados musulmanes de la última década procedentes de Siria, Irak y Afganistán migraron a Europa occidental, con Alemania y Suecia como principales destinos.

En Estados Unidos, mientras tanto, esta comunidad pasó de 215 mil personas en 1980 a 1,4 millones en 2021. 

Después del cristianismo en sus diversas formas, el islam es la segunda religión más extendida en el viejo continente, con 25,8 millones de fieles, según un análisis del propio centro norteamericano, publicado en 2017. 

No obstante, un informe de octubre de 2024 realizado por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea reveló que la mitad de los musulmanes sufre discriminación en su vida cotidiana, frente al 21 por ciento de la población general. 

En mayo del año pasado, el Centro Austriaco de Documentación sobre Islamofobia contabilizó mil 522 denuncias de racismo antimusulmán en 2023, en un país donde quienes profesan esa religión representan el 8,3 por ciento de la población. 

Más de un tercio de esos casos ocurrieron a partir de octubre, tras la intensificación del genocidio de “Israel” en Gaza. 

La asesora jurídica de la organización antirracista ZARA, Désirée Sandanasamy, explicó que la discriminación está siendo un fenómeno “socialmente aceptable”, y uno de cada 10 casos implica a autoridades.

Esa institucionalización tiene su impacto directo en la ciudadanía: el artículo Islamophobia- A German Balance Sheet, publicado en 2023, reconoció que aproximadamente la mitad de la población de Alemania respalda declaraciones antimusulmanas. 

Según la organización no gubernamental Claim, ese año fueron denunciados mil 926 actos de racismo: el 60 por ciento tras el recrudecimiento del ataque sionista contra Palestina. 

Francia, por su parte, es el país europeo con mayor proporción de personas de origen inmigrante (el 32 por ciento de los menores de 60 años), pero muestra también altos niveles de repudio.  

Según el Ministerio del Interior de esa nación, en 2024 los actos de odio aumentaron en un 72 por ciento, e incluyeron agresiones físicas, ataques a mezquitas y discursos racistas. 

Cifras del odio

Respecto a Estados Unidos, el año pasado el Consejo de Relaciones Islámicas registró ocho mil 658 quejas por discriminación, lo cual supuso el número más alto desde que la organización comenzó a recopilar datos, en 1996.

La administración de Joe Biden anunció una estrategia nacional para combatir ese flagelo, que no obtuvo buenos resultados en la práctica y fue opacada tras la llegada al poder de Donald Trump por segunda ocasión. 

Durante su primer mandato, Trump hizo que fuera socialmente aceptable ser antimusulmán, pues compartía publicaciones islamófobas desde su cuenta en Twitter y realizaba comentarios xenófobos sobre los inmigrantes y refugiados. 

Una de sus más polémicas decisiones fue prohibir el ingreso a Estados Unidos a los viajeros de países de mayoría musulmana.

Pero en esa nación las manifestaciones islamófobas preceden al republicano, pues existe evidencia de ataques intolerantes para socavar a quienes practican el islam en el Congreso, y datos que reflejan un máximo de 27 años de quejas por violaciones de derechos de viaje, inmigración, discriminación laboral, entre otros.

Uno de los sitios donde la islamofobia fue institucionalizada por ese país es la Base Naval de Guantánamo, donde todos los detenidos desde el 11 de septiembre de 2001 fueron musulmanes, víctimas de un sistema de justicia diferenciado, caracterizado por las torturas y la cárcel indefinida. 

La manipulación mediática

Desde la televisión hasta la radio y las páginas de internet, las generalizaciones sobre los musulmanes ponen en peligro a este grupo. 

Según una investigación de Media Trenor, el 80 por ciento de la cobertura noticiosa sobre estas personas en Estados Unidos las describen como “fuentes de maldad”. 

Cuando los perpetradores de violencia son identificados como seguidores del islam reciben una cobertura siete veces mayor, de acuerdo con un estudio de 2018 realizado por el Instituto de Política y Comprensión Social. 

Algo parecido ocurre en Europa, pues, tras analizar más de seis mil artículos durante cinco años (2017-2021), el Observatorio de la Islamofobia en los Medios de España descubrió que el 79,4 por ciento de las informaciones referentes a la comunidad musulmana estuvo relacionada con el terrorismo.

Casi la mitad de los textos publicados en ese quinquenio (45,8 por ciento) tenían lenguaje islamófobo y reflejaban un uso deficiente de la terminología propia de la confesión islámica. 

Lo anterior atenta contra la responsabilidad del periodismo de ofrecer una información libre, fiable y plural, sobre todo en naciones que se consideran paladines de la democracia. 

Una comunidad plural y creativa

Desde que el profeta Muhammad fundó la primera sociedad musulmana, en la ciudad de Medina, la diversidad religiosa de esa congregación es un hecho normalizado. 

Al no existir una institución oficial, destacan múltiples formas de practicar el islam, desde una lectura más literal de los textos sagrados, hasta el seguimiento de los principios generales.

Más de dos mil millones de personas, alrededor del 25 por ciento de la población del planeta, son musulmanes. 

Según el texto Islamofobia estructural. Otro techo de cristal, los árabes no superan el 20 por ciento de los practicantes, y el resto son turcos, persas, africanos amazigh, malayos, chinos, indios, europeos, entre otros. 

Pertenecer a un país del Mediterráneo Oriental no determina la condición religiosa de su población, pues, como cualquier ser humano que ejerce la libre determinación, hay árabes cristianos, e incluso agnósticos o ateos.

Como seres humanos en fin, dentro de la comunidad musulmana hay temas de consenso en la creencia y la liturgia y otros de discrepancia, que evidencian su diversidad teológica, cultural, lingüística, étnica e ideológica, tan mal representada en los medios occidentales.

Hay quienes ven en la puralidad una fuente de valor y otros hacen de ella un motivo de discordia: en definitiva, no son un colectivo ajeno al resto de la población. 

Los antepasados de estas personas que el “primer mundo” califica como “incivilizados” realizaron aportes fundamentales al progreso durante la llamada Edad de Oro del Islam, entre los siglos IX y XIV. 

Sentaron las bases para la ciencia moderna, mediante la invención y perfeccionamiento de disciplinas como el álgebra, la trigonometría, la óptica, la medicina, la química, la astronomía, la geografía y la arquitectura. 

Actualmente, muchos de sus descendientes participan en la promoción de la diversidad cultural, la educación y el diálogo interreligioso, a la vez que abordan desafíos globales como la pobreza, el cambio climático y los conflictos. 

Son mucho más que una mirada sesgada desde Occidente: integran un colectivo que cuida sus raíces, aspira a un mundo mejor y quiere vivir en paz.