El genocidio que no cesa en el corazón de África (Parte 6)
Esta es una serie de siete artículos que intenta facilitar la comprensión de una historia que se lleva exponiendo de manera fragmentada y descontextualizada durante décadas. Es importante que conozcamos este conflicto que ha dejado millones de víctimas inocentes y comprendamos que su sufrimiento está estrechamente relacionado con el sistema económico en el que unos vivimos y otros mueren, en un tablero estratégico en el que no somos actores, sino peones.
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Instrumentalización de los refugiados…
No fue ninguna casualidad que dos millones de refugiados ruandeses tomaron la única salida posible que les había dejado el FPR, la frontera con Zaire (hoy, República Democrática del Congo). Podemos apreciar con claridad la estrategia de la ofensiva del FPR en este mapa que muestra el investigador congoleño Patrick Mbeko en su libro ‘Stratégie du chaos et du mensonge’, página 129. Entraron por el noreste y obligaron a la población a huir hacia el oeste.
El gran Zaire, o Congo, todavía estaba gobernado por Mobutu Sese Seko, quien había observado de cerca todas las maniobras y no dudaba de la mano oculta de sus otrora amos y protectores, los EEUU. El régimen de Mobutu acogió con nerviosismo a los dos millones de refugiados ruandeses tras el asesinato del presidente ruandés en el atentado terrorista del 6 de abril de 1994. Mobutu llevaba más de 3 décadas imponiendo en el continente africano la agenda de Estados Unidos, conocía su modus operandi y había visto la confluencia de las agendas de la élite tutsi del FPR y la de las potencias anglosajonas, con Estados Unidos a la cabeza. El FPR quería conquistar el poder en Ruanda, exterminar a todos los hutu posibles para redefinir el mapa étnico de la región y ocupar para anexionarse dos provincia del Congo, los Kivus. Estados Unidos tenía como objetivo final el gran Congo, el control de primera mano de todas sus riquezas y de su posición estratégica en el continente.
…Hacia el destino final, el Zaire
A partir de este momento, la deriva de Zaire fue de caída libre. De la pobreza causada por la sobre-explotación de la que venía, a la desestabilización por acoger en unos meses a millones de personas, y finalmente al caos como estrategia de balkanización o debilitamiento programado desde el exterior. Y todo, como de costumbre, ante la mirada impávida de la comunidad internacional.
Después de hacerse con el poder en Ruanda en 1994, el FPR no dejó de perseguir a la población hutu, dentro y fuera de sus fronteras. Llegó a atacar con armamento pesado campos de refugiados con cientos de miles de personas indefensas en territorio congoleño, como las masacres de Kibeho, en 1995. La comunidad internacional, en silencio. El FPR blandía la excusa de estar «persiguiendo a los genocidas hutu porque suponían una amenaza para Ruanda», pero cientos de exmilitares del FPR, testigos y supervivientes han declarado que la inmensa mayoría de los hutus asesinados eran inconfundiblemente civiles indefensos, desarmados y débiles.
El plan de invadir el Congo para expoliarlo y debilitarlo por parte de Uganda y Ruanda, y el plan de controlar sus ingentes recursos por parte de las potencias anglosajonas era una descarada guerra de agresión, por lo que los estrategas elaboraron otra representación teatral para el exterior, mientras todo salía como lo habían planeado. Invadieron el Congo en noviembre de 1996.
Esa escenificación utilizó a una figura de poca envergadura y prácticamente desconocida hasta 1996, Laurent Desiré Kabila, en el papel de “rebelde congoleño que combatía al dictador Mobutu”. En esa representación, Ruanda y Uganda interpretaban el papel de “apoyar a los rebeldes congoleños para derrocar al déspota Mobutu”, y Ruanda, de paso, como siempre, “perseguir a los genocidas hutu que todavía podían querer atacar Ruanda, y acusaba a Mobutu de protegerlos”.
Esa rebelión construida para la ocasión como un caballo de Troya se llamó las AFDL (Alliance de Forces Democratiques pour la Liberation du Congo). Muchos lo definen como una torre de babel, totalmente desorganizada, con cada facción buscando apresurada sus intereses y ni siquiera comunicándose entre sí. Eran mercenarios que James Kabarebe, un alto rango militar del FPR, había reclutado por toda África, no había ni un 10% de congoleños. Se suponía que Laurent Kabila era quien dirigía las tropas, pero el verdadero mando era Kabarebe. Mobutu cayó en mayo de 1997, apenas seis meses después de la invasión.
Instalaron en el gobierno a L. D. Kabila, que en la realidad no llegó a tomar el control del gobierno en ningún momento durante su mandato. El verdadero director de operaciones seguía siendo el ruandés Kabarebe, que era Jefe de Estado Mayor del ejército congoleño en el que se habían integrado todos los militares no congoleños reclutados por él mismo. En un intento de tomar el control del país que se suponía que presidía, L. D. Kabila destituyó a Kabarebe el 27 de julio de 1998, hecho que provocó la segunda invasión del país por parte de Ruanda y Uganda, días después, el 2 de agosto, dando comienzo a lo que se conoce como Segunda guerra del Congo o segunda guerra mundial de África, que duró hasta 2003 y en la que llegaron a intervenir 9 países vecinos.
Angola, Namibia y Zimbabue acudieron a esta guerra en apoyo de Laurent Kabila, pero la superioridad de ruandeses y ugandeses, financiados, armados, entrenados y apoyados en todas las formas posibles por Estados Unidos, atrajo en pocas semanas el refuerzo de Chad, Libia y Sudán. Siete países africanos no lograron truncar los planes de los dos delegados de las potencias anglosajonas en el continente. L. D. Kabila fue asesinado en enero de 2001. En esta segunda guerra de invasión del Congo Uganda y Ruanda llegaron a protagonizar enfrentamientos armados entre ellos por el control de ciertas minas en el este de la RDC, causando numerosas víctimas civiles congoleñas.
Testigos clave de toda esta trama señalan al FPR como responsable del asesinado de L. D. Kabila[1], fue la forma mas directa de implantar a su verdadero caballo de Troya en el Congo, el supuesto hijo de L. D. Kabila, Joseph Kabila, que venía de las filas del FPR ruandés directamente. Y con él llegó la tercera K del triunvirato criminal, el 26 de enero de 2001 Joseph Kabila fue investido presidente de Congo, la guerra no terminó, oficialmente, hasta 2003.
Desde entonces, Estados Unidos y Gran Bretaña, mediante sus brazos ejecutores, los regímenes de Uganda y Ruanda y su infiltrado en el Congo, mantienen bajo tutela no solo los recursos de Congo, sino también otros intereses geoestratégicos en la región y el continente.
Joseph Kabila, totalmente fiel a los intereses de los enemigos del este, estuvo en el gobierno desde 2001 hasta principios de 2019, en que se produjo “por primera vez, una transferencia pacífica del gobierno congoleño”, según los medios internacionales. Para los congoleños esa trasferencia no fue más que otra representación más de cara al exterior, ni democrática, ni pacífica ni trasferencia. El poder real sigue estando en manos de los mismos, las potencias anglosajonas mediante sus brazos ejecutores, Museveni y Kagame.
Si algo está claro hoy, bien entrado el año 2021, es que Felix Tsishekedi, tampoco tiene el control del gobierno congoleño. No da un paso sin ir acompañado del embajador de Estados Unidos Michael A. Hammer, como si fuera su asistente personal. La balkanización es una sentencia que cada día está más cerca.
Resistencia o balcanización del Congo ¿qué solución?
Se calcula que entre los altos mandos centrales y regionales de las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo, FARDC, hay 35.000 cuadros del FPR ruandés, es decir, fieles a Ruanda y no a Congo. Además, con cada acuerdo de paz que ha firmado el país con sus agresores y supuestos grupos rebeldes, el Congo ha sido obligado por los mediadores internacionales a admitir en su ejército a esos mismos agresores que una y otra vez se hacen pasar por congoleños, pero que son ruandeses, comandados incluso por la Jefatura de Estado ruandesa, reclutados, entrenados, armados y mantenidos desde Ruanda con total descaro, como denuncian una y otra vez los propios congoleños, y los múltiples informes de expertos de la ONU y otros organismos internacionales.
Dicen que en el este del país operan hoy unos 122 grupos rebeldes armados. Algunos pueden ser congoleños, lógicamente hay grupos de autodefensa contra las fuerzas de ocupación que masacran a la población literalmente cada día.
En un clima de absoluto caos e impunidad, otros tantos serán efectivamente delincuentes que sobreviven del saqueo y la explotación ilegal de los abundantes recursos, agrediendo a la población local. Toda esta producción ilegal y criminal, según diversos informes de la ONU, es vendida a los agentes israelíes y ruandeses, desde donde salen a los mercados internacionales.
Pero principalmente, los verdaderos agresores y responsables de este otro genocidio del que no se habla, son los comandados por el Estado Mayor ruandés, que siempre son los mismos, pero con distinto nombre. Primero fueron las FDLR, en 1996, después fue el CNDP, bajo el mando del coronel tutsi Laurent Nkunda, en 2007; después vino el M23, en 2012, comandado por el ruandés Bosco Ntanganda. Más recientemente, se llama ADF, supuesta milicia islamista ugandesa (que ni es musulmana ni habla lenguas ugandesas, sino que hablan kenyarwanda, el idioma ruandés). Uno tras otro, mantienen el caos en las zonas que Ruanda se quiere anexionar, exportan sus materias primas a través del país vecino y sobre todo, infiltran a más y más agentes ruandeses en las filas del ejército congoleño hasta el punto de haber anulado prácticamente las FARDC como defensoras de su territorio y sus ciudadanos.
Un experto en la materia, el investigador congoleño Boniface Musavuli [2], afirma:
«En Beni, es imposible ahora mismo diferenciar entre los militares del ejército del gobierno y los asesinos. Los rebeldes de la llamada ADF Nalu, por ejemplo, el último de ellos, son una especie de fuerza híbrida compuesta por delincuentes ruandeses llevados a Beni desde Ruanda, principalmente, y soldados del ejército regular de Congo, que operan como un comando paralelo de los primeros. Los asesinos nunca son pillados, sencillamente porque “el ejército” no quiere luchar contra “parte del ejército”…».
Los congoleños y congoleñas conocen de sobra cuál es la fórmula mágica para que todos estos grupos desaparezcan: dejar de resistir, permitir la desmembración del gran Congo.
En 2008, Subsecretario de Estado de Estados Unidos para Asuntos Africanos de 1989 a 1993, Herman Jay Cohen, preguntado sobre posibles soluciones a la situación del África de los Grandes Lagos respondió que toda esta inestabilidad regional desaparecería en cuestión de días si el Congo accediera a desmembrarse y sus recursos pasaran a ser una especie de fondo común de los demás países de la región. Esta es la “solución” que el imperio propone. Esta es la solución que los y las congoleñas no están dispuestos a aceptar.
[1] Theogene Rudasingwa, antiguo jefe de inteligencia de Kagame, ahora exiliado, asegura que Kagame -y sus masters- es también responsable del asesinato de Laurent Kabila, según unas declaraciones hechas en Bruselas en 2012, en que aseguraba que es incomprensible que Kagame sea aplaudido por todo occidente cuando es el único presidente del mundo que ha asesinado a cuatro presidentes y sigue en el cargo con total impunidad. (Habla de Ndadaye en 1993, Habyarimana y Ntaryamira en 1994 y Laurent Kabila en 2001).
[2] Miembro del Think Tank africano DESC-WONDO, Boniface Musavuli es autor de dos trabajos de investigación claves para comprender la situación del este de su país, de donde es originario. Les Massacres de Beni. Kabila, le Rwanda et les fax islamistes, 2014 y Les Génocides des Congolais. De Léopold II à Paul Kagame, 2016.