El genocidio que no cesa en el corazón de África (Parte 3)
Esta es una serie de siete artículos que intenta facilitar la comprensión de una historia que se lleva exponiendo de manera fragmentada y descontextualizada durante décadas. Es importante que conozcamos este conflicto que ha dejado millones de víctimas inocentes y comprendamos que su sufrimiento está estrechamente relacionado con el sistema económico en el que unos vivimos y otros mueren, en un tablero estratégico en el que no somos actores, sino peones.
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A plena luz del día, 10 millones de muertos
Aunque no está todos los días en los medios, es el conflicto más mortífero del mundo y de la historia reciente, solo superado por la II Guerra Mundial. Las víctimas mortales oscilan, dependiendo de las fuentes y de los países y años a tener en cuenta, entre los 6 y los 10 millones de personas.
Si sumamos las víctimas de Uganda, Ruanda, Burundi y la República Democrática del Congo (RDC), contando desde el 1 de octubre de 1990, cuando el grupo rebelde FRP invadió Ruanda desde Uganda, hasta nuestros días, bien pueden superarse los 10 millones de inocentes que han sufrido una vida y una muerte atroz, a manos de los mismos responsables, que siguen llevando a cabo esa guerra con total impunidad y completa indiferencia de los analistas de los medios y agencias internacionales. El silencio de todas las instituciones internacionales, empezando por la ONU, conocedoras de lo que ocurre desde sus inicios, es un silencio cómplice y criminal.
Se trata de un conflicto en el que han confluido poderosos intereses y agendas, que ha sido ocultado a los ojos del público, no solo occidental, sino incluso también africano. Jordi Palou- Loverdos lo describe como «un inmenso iceberg criminal». Esta guerra de depredación de recursos, de baja intensidad y por delegación continúa hoy en día como podemos comprobar en la prensa local congoleña, que informa sobre masacres de población civil en el este de la RDC cada semana todavía hoy, mientras usted lee esto, comenzada la tercera década del siglo XXI.
Esta guerra, y sus millones de muertos, es responsabilidad de Estados Unidos y sus aliados anglosajones, principalmente Gran Bretaña e Israel, y de sus delegados africanos sobre el terreno. Es una guerra estratégica que forma parte del plan de borrar del Africa central la influencia de Francia e implantar el control estadounidense, a través de sus colaboradores los regímenes de Uganda y Ruanda.
Este plan estadounidense echó a rodar con el apoyo a Museveni para hacerse con el poder en Uganda. Esos rebeldes que desde los 80 y 90 recibieron un abrumador apoyo logístico, de formación, incluso con tropas sobre el terreno, armamentístico y financiero para tomar el control de sus pequeños países, nunca podrían haber alcanzado sus logros sin el patrocinio estadounidense, y mucho menos mantenerse en el poder tantas décadas sin ser ni siquiera molestados por ese nebuloso ente denominado “comunidad internacional”, tras el que siempre se ocultan los intereses estadounidenses. Esos rebeldes fueron aupados al poder en sus países y premiados con una descomunal riqueza personal, a cambio de servir al fin último: la agenda de EEUU, hacerse con el control de las inmensas reservas de recursos naturales de la región central de África, desplazar de una vez por todas la influencia de Francia en la región, e impedir que sus competidores (Rusia y China principalmente) tengan acceso a tales recursos.
Como otras guerras proxy de depredación, para dominar y controlar mejor, se dedican ingentes esfuerzos y recursos a alimentar las divisiones, sembrar el “caos constructivo” y a elaborar una narrativa oficial para los medios y audiencias occidentales (cuyo dinero público es desviado al servicio de estos crímenes contra pueblos lejanos), ocultando la realidad y a los responsables. Nada nuevo en el modus operandi de prácticamente todas las guerras del mundo desde que terminó la guerra fría.
En la narrativa oficial que se ha impuesto al mundo, se ofrecen picos de actualidad real sobre los que pivota toda la ocultación la realidad. No hay mejores mentiras que las que tienen parte de verdad. De vez en cuando, se nos ofrecen datos como si fuera información sobre estos hechos terribles, pero fuera del contexto de la guerra y desconectados entre sí, por lo que contribuyen a ocultar más que a aclarar o comprender la situación.
Esto picos de realidad son, por ejemplo, cuando se habla o se ha hablado del “genocidio de Ruanda”; de las “Violaciones masivas en el Congo”; del “coltán para nuestros teléfonos”; tal vez los mejor informados hayan oído hablar del “cobalto para los coches eléctricos”; de esa “multitud de grupos rebeldes” que operan en el este de la RDC que explotan las minas y son “muy difíciles de identificar”; del premio Nobel de la Paz de 2018, el doctor Mukwege; de los “minerales de sangre”; los “diamantes de sangre”; o de los clásicos “enfrentamientos étnicos” y “enfrentamientos religiosos”. Algunas de estas historias son verdaderas, otras son realidad tergiversada y otras son mentiras y montajes. Mentiras repetidas hasta la saciedad y amplificadas hasta convertirlas en la “verdad oficial”. Todas ellas, fuera de su contexto, no informan, sino que dificultan la visibilidad.
Es más, incluso las partes que son verdad, presentadas así sin contexto y sin poner en relación con las demás partes de la misma guerra, no contribuyen a la información ni a la denuncia, sino que sirven más bien a alimentar el mito del salvajismo de los africanos, la imposibilidad de comprender las cosas de los “incivilizados”.
Esta narrativa lo que nunca hará será facilitar la comprensión, ponerlo en relación con el sistema liberal capitalista en que estamos inmersos, o señalar a los responsables, y no es porque no se conozcan... Multitud de informes de la ONU, resoluciones del parlamento europeo, informes y estudios de entidades que han encargado a expertos independientes han señalado a los criminales, pero todo lo que alcanzan a explicar los medios, agencias y expertos es “¡Oh! Es muy complicado”, “Hay muchos grupos rebeldes difíciles de identificar”. Flaca contribución para tanto experto…
Una historia simplificada
Desde que la CIA y los servicios secretos belgas asesinaron a Lumumba, Estados Unidos tomó el control del Congo de facto. Desde los años 60, ha puesto y quitado líderes a su conveniencia. Ya cuando planificaban la eliminación de Lumumba como «un objetivo urgente y primordial», en palabras exactas de Eisenhower, un agente norteamericano echó el ojo a Mobutu y en un cable enviado a Washington señaló que «Nuestro hombre para la región podría ser el joven jefe del ejército de Lumumba», Mobutu.
Mobutu estuvo en el poder 34 años siendo al gran aliado y amigo de Estados Unidos, que no solo dominó la explotación de los abundantes recursos zaireños, sino que tuvo a su “hombre fuerte” en el centro de África desde el que controlaba y tenía al alcance a todo el continente. Fue un actor fundamental en la contención en África de la influencia del bloque comunista, Rusia y Cuba principalmente, que apoyaban los movimientos de liberación de todo alrededor de Zaire: Tanzania, Angola, Zambia… Pero cuando terminó la guerra fría, la figura de Mobutu dejó de ser útil. Estados Unidos ya tenía su mirada puesta en un nuevo hombre fuerte.
De nuevo, se repite el modus operandi de otras guerras depredadoras del imperio estadounidense por el mundo, buscar delegados en la zona, proporcionarles extraordinarios recursos armamentísticos, financieros, logísticos, etc para que supediten sus propias agendas de poder regional, a los intereses últimos de las oligarquías estadounidenses. Esos delegados suele ser una élite minoritaria clasista y supremacista que no siente apego por el pueblo llano de sus países, que suelen sustentar sus privilegios sobre el racismo y la creencia de que son superiores y por ello deben poseer la riqueza y el poder sobre el resto del país. El lector puede reconocer aquí a las élites que se alían con el fascismo en Europa, Asia y Latinoamérica, para derrocar y sofocar la soberanía y los derechos de la mayoría.
En África esta minoría elitista es parte de los pueblos considerados nilóticos. El sueño de dominio del África central por estos pueblos, entre los cuales destacan los tutsis, no es de toda la población reconocida bajo estas etiquetas étnicas, sino solo una pequeña élite dentro de las mismas. El primero en expresar ese sueño fue Yoweri Museveni, actual presidente de Uganda. Según Noel Ndanyuzwe, en su obra La guerre mondiale africaine: la conspiration anglo-américaine pour un génocide au Rwanda, escribe:
«el neopanafricanismo que predica Museveni ha pasado a ser un sistema político y económico donde todas las naciones africanas son totalmente sumisas a la gran potencia protectora anglosajona. Éste, hostil a los regímenes democráticos, confía en la minoría nilótica para aplastar o poner bajo el yugo a otros grupos étnicos».
El actual presidente de Ruanda, Paul Kagame, el protegido, alumno, fiel colaborador y aliado, prácticamente el sucesor de Museveni como el verdadero hombre fuerte de África, forma parte de la élite de las élites, los tutsis. Hay que insistir en puntualizar que no se trata de todas las personas que podrían identificarse bajo el paraguas de esta llamada etnia, sino que es una muy reducida, clasista y supremacista élite dentro de la misma.
Estos dos dirigentes son los ejecutores de la estrategia del caos en la región de los grandes lagos africanos, para beneficio propio y al servicio de los intereses estadounidenses desde los años 90. El asalto a las riquezas de la República Democrática del Congo, lo llevaron a cabo con un caballo de Troya y aliado fundamental hasta hace tan solo un par de años, Joseph Kabila. Algunos analistas se refieren a este poderoso plantel criminal que goza de cobertura e impunidad extraordinarias, como el Triunvirato de las tres K: Yoweri Kaguta Museveni, Paul Kagame y Joseph Kabila, (que, para ellos es en realidad Hypolite Kanambe).