El genocidio que no cesa en el corazón de África (Parte 5)
Esta es una serie de siete artículos que intenta facilitar la comprensión de una historia que se lleva exponiendo de manera fragmentada y descontextualizada durante décadas. Es importante que conozcamos este conflicto que ha dejado millones de víctimas inocentes y comprendamos que su sufrimiento está estrechamente relacionado con el sistema económico en el que unos vivimos y otros mueren, en un tablero estratégico en el que no somos actores, sino peones.
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Un plan que salió tal y como estaba previsto
No hay investigación, ni tribunal, ni testimonio, ni informe que se precie que ponga en duda el papel crucial del atentado contra el avión presidencial de Ruanda, cometido el día 6 de abril de 1994, como detonante indiscutible del genocidio de Ruanda.
Considerando que las matanzas fueron una reacción al magnicidio de los Presidentes de dos Estados, Ruanda y Burundi, ya bajo enorme tensión, el responsable último del inicio del genocidio es sin duda el responsable de este atentado terrorista.
Podemos citar numerosos informes[1], testimonios[2], autos judiciales[3], documentos filtrados de la inteligencia ugandesa y ruandesa[4], e investigaciones que ofrecen evidencias abrumadoras que atribuyen la autoría del atentado al FPR. Pero lo más revelador es cuando el propio Paul Kagame, en una entrevista con la BBC en diciembre de 2006, reconoció que «tenía derecho a hacerlo», refiriéndose a matar al presidente Juvenal Habyarimana.
Todo estaba tan bien planificado por el FPR y sus colaboradores internacionales que incluso tenían preparada la historia oficial que lanzar al mundo. Este complot que en alguna ocasión también utilizó Museveni de Uganda, maestro y mentor de Kagame, se iniciaba con la estrategia de “Talk and Fight”, los autores estaban involucrados en las conversaciones de paz que se llevaban a cabo en Arusha, Tanzania, como distracción, a la vez que planeaban el asalto al poder por sorpresa, mediante la violencia. En este plan, tenían previsto cualquier escenario posible, teniendo preparado cómo tratar las reacciones de la ONU, la UA y los medios. Tenían perfectamente controlado qué masacres vería el mundo y cuales no, y hacia dónde huiría la gente.
Todo este plan ha sido calificado por uno de los mayores expertos en esta historia, Charles Onana, como «una obra maestra de la desinformación, una intoxicación perfecta», el mundo entero se lo creyó sin cuestionar un ápice, gracias a la planificación minuciosa y la gran inversión de recursos e inteligencia en el plan.
La obra maestra de desinformación
A grandes rasgos, la historia oficial que se vendió al mundo, que ahora hace aguas por todas partes, dice básicamente que:
1- Los extremistas hutu asesinaron a su presidente porque estaba haciendo demasiadas concesiones a los tutsi;
2- Que la mayoría hutu ya se había preparado desde hacía tiempo para el genocidio (incluso lanzaron bulos sobre una supuesta compra masiva de machetes para la “ocasión” y la excavación de fosas comunes en sus jardines, bulos sobradamente desmentidos, incluso por el TPIR, aunque sigan circulando);
3- Que la mayoría hutu se alzó en cólera contra la minoría tutsi e intentaron matar a machetazos a todos los tutsi del país;
4- Que de Uganda llegó un salvador y su guerrilla (Kagame y el FPR) a detener las matanzas, que derrocó al gobierno “genocida” y se instaló en el poder para devolver la paz;
5- Que los genocidas huyeron al vecino Congo y desde allí iban a intentar volver a tomar el poder en Ruanda, por eso el gobierno de los “salvadores” tuvo que invadir el Congo no una, sino dos veces, para perseguir a estos genocidas y tomarse la justicia por su mano;
6- Que la ONU implantó un Tribunal Internacional para hacer justicia;
7- Que EEUU y la ONU lamentan que no tuvieron conocimiento del verdadero alcance de las masacres y por eso no intervinieron a tiempo;
8- Que ahora no hay distinción de etnias en Ruanda. Se ha prohibido por ley hacer apología del genocidio y negar el genocidio contra los tutsis, y Ruanda ya no tiene nada que ver con las masacres que ocurren en el vecino Congo.
Todos y cada uno de estos ocho puntos son mentiras 100%, elaboradas por agencias especializadas en ello. Son narrativas construidas para que el público occidental se las crea con facilidad, una tragedia con héroes y villanos, inicio, nudo y desenlace feliz, rematada con una moraleja.
Las mejores mentiras son las que tienen pinceladas anecdóticas de verdades, ya hemos hecho alusión a esta estrategia de manipulación. Esa parte de verdad aquí es horrenda: grupos violentos de hutus se organizaron para asesinar a todos los tutsis que pudieran.
Pero la parte que se oculta tras la manipulación y las mentiras bien articuladas en una narrativa fácil de engullir para mentes occidentales, no es menos horrenda: un grupo terrorista paramilitar tutsi fuertemente armado y organizado (el FPR de Kagame que llegó de Uganda y sus agentes infiltrados en las milicias e instituciones del país desde 1990, los abadaka), planificaron y se organizaron para matar a todos los hutus que pudieran.
Estados Unidos estuvo implicado hasta el fondo en todo este plan, si no a la cabeza del mismo. La administración Clinton colaboró activamente en la planificación y en la cobertura frente al mundo y la ONU. El ex secretario general de la ONU del momento, el egipcio Boutros Boutros Ghali, lo dijo abiertamente, «El genocidio de Ruanda es responsabilidad de Estados Unidos 100%».
Cada 6 de abril, políticos de todo el mundo, pero principalmente los de la administración Clinton y la administración Blair, lloran lágrimas de cocodrilo exclamando: «oh, ¡no supimos velo venir! ¡no supimos reaccionar a tiempo!», pero la historia ha sacado a la luz documentación abundante que demuestra que lo que hicieron no solo fue un “laissez faire”, sino que intervinieron muy activamente del lado de los criminales, con dinero, formación, material, incluso tropas sobre el terreno. Con plena consciencia de lo que ocurría, EEUU y la ONU colaboraron en la elaboración e imposición de la desinformación.
Desmontando la narrativa oficial
Una de las investigaciones que desmontan la versión oficial de manera más incontestable es la de los estadounidenses Christian Davenport, entonces de la universidad de Notre Dame, en Indiana, y Allan Stam, entonces en la universidad de Michigan, que en 1998 y 1999 trabajaron tanto para la fiscalía como para la defensa en el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, TPIR. Conmovidos por la historia oficial del genocidio, como muchos otros investigadores, estaban convencidos de que la ONU y la comunidad internacional no habían podido responder a tiempo a la tragedia ruandesa, porque no tuvieron capacidad de prever. Para que esto no volviera a ocurrir, era crucial comprender qué, cómo, dónde y cuándo paso exactamente lo que pasó en Ruanda. Comenzaron a trabajar convencidos de la veracidad de todos y cada uno de los puntos clave de la narrativa oficial, pero sus conclusiones pronto atrajeron el rechazo, las amenazas, la expulsión del Tribunal, la expulsión de sus puestos de trabajo respectivos y toda clase de descalificaciones en los medios internacionales.
Los datos compilados demostraron que «tanto Hutus como Tutsis fueron víctimas y atacantes, muchas personas de las dos etnias utilizaron las masacres y asesinatos masivos para resolver cuestiones políticas, económicas e incluso personales». La primera comprobación sorprendente fue que no había suficientes tutsis en el país en aquel momento como para haber perecido un millón de personas[5], como se repitió durante años. Se empezó diciendo que los hutus habían matado a machetazos un millón de tutsis, pero en pocos años se bajó a 800.000 y además se concedió que no todos eran tutsis, que también fueron asesinados «hutus moderados». ¿por qué este cambio en la narrativa oficial?
Estos dos investigadores comenzaron por observar los datos administrativos más básicos como el censo de Ruanda en 1994 y descubrieron que de una población de 5.648.000 personas censadas, si el 83% eran hutus (4.687.840) y el 3% eran Twa (169.440), solamente había censados 790.720 tutsis, el 14%. Además, unos 100.000 estaban fuera del país en el momento. Al término del genocidio, oficialmente sobrevivieron unos 340.000, eso arroja una cifra de aproximadamente unos 360.000 tutsis asesinados. Cifra trágicamente alta, imposible de minimizar. Si de esas 800.000 personas, unas 360.000 eran tutsis, las otras 440.000 eran hutus…
Es más, si recurrimos a otras cifras aparecidas con posterioridad tras investigaciones rigurosas como las que llevó a cabo la Unidad Especial de Investigación del propio TPIR, cuyas averiguaciones fueron ocultadas por el tribunal hasta que fueron filtradas a la periodista canadiense Judi Rever[6], testigos clave como Theogene Rudasingwa, una figura de responsabilidad dentro del partido del FPR de Paul Kagame hasta 2004, la cifra más probable de hutus asesinados por el FPR se sitúa en torno al millón de personas solamente a partir de 1994, sin contar los previos cientos de miles de hutus y tutsis asesinados en el norte del país entre 1990 y 1994.
Estas cifras también son trágicamente altas, de hecho son increíblemente más altas, lo cual no pretende minimizar o restar importancia a las 360.000. Sin embargo, estas cifras trágicas de hutus asesinados no solo son minimizadas en la versión oficial, sino que son negadas y ocultadas. No se pueden reconocer, no aparecen el registros “oficiales”, el mundo no las reconoce, los supervivientes no pueden llorar por ellas, so pena de cárcel y asesinato, como le pasó en febrero de 2020 al cantante Kizito Mihigo[7].
Judi Rever, en su libro In Praise of Blood, presenta un exhaustivo trabajo de investigación que demuestra que el FPR no solo cometió crímenes tan graves o más que los que cometieron los extremistas hutus, sino que planificó el genocidio contra los tutsis para cometer de forma encubierta su genocidio contra los hutu, pero el tribunal ocultó sistemáticamente todas estas evidencias y destituyó a todos los investigadores que iban recopilando pruebas para encausar al FPR, el gran aliado de EEUU.
Fuimos incapaces de ver la mentira
Un ejemplo de cómo a los informadores del momento les resultaba impensable contradecir la versión oficial perfectamente preparada y presentada al mundo por el FPR y sus aliados occidentales[8] es el de la imagen que se convirtió en una de las más icónicas de las horripilantes matanzas de 1994 en los medios internacionales, la de los cadáveres flotando por el río Kagera, en el noreste del país.
El río marca la frontera de Ruanda con Tanzania a lo largo de parte de sus últimos kilómetros antes de llegar al lago Victoria, en Uganda. Esta escena de horror era descrita por los periodistas internacionales verdaderamente traumatizados por la visión grotesca de cientos de cadáveres mutilados y torturados, incluso de bebés, flotando en el río. Se calcula que unos 40.000 cadáveres fueron arrojados al río entre mayo y junio de 1994, desde las prefecturas del este, Byumba y Kibungo, una región que cayó bajo el control del FPR a finales de abril. Hoy en día se sabe que esos cadáveres no eran de tutsis masacrados por las milicias hutus, sino que eran de hutus masacrados por el FPR. Hechos corroborados por testigos, víctimas y ex miembros del FPR que participaron del macabro plan.
A pesar de conocerse que la zona estaba bajo control del FPR y que no era posible para las milicias hutu acceder a los lugares desde donde se arrojaban los cadáveres, «Seguramente cargados en camiones» como describía el New York Times, los reporteros hacían filigranas mentales para adaptar lo que veían sus ojos con la versión oficial impuesta, llegando uno de ellos incluso a escribir tras describir la escena aberrante de los cadáveres que veía y olía: «¿quién puede hacer estas cosas? El territorio (…) está bajo control del FPR, principalmente compuesto por tutsis, (…) que avanzó rápidamente hacia la zona la semana pasada»[9]. Su convicción sobre la veracidad de la versión oficial no le dejaba ver que él mismo estaba demostrando que los cadáveres estaban siendo lanzados desde una zona donde ya no había milicias hutu, sino que era el FPR. Ni el corresponsal ni sus lectores eran capaces de ver con claridad estas señales tan evidentes. Así de bien funciona la manipulación y la desinformación cuando es ejercida magistralmente.
[1] Entre otros, uno de los más importantes es el conocido como Informe Hourigan, elaborado por el entonces fiscal del TPIR, Michael Hourigan, en 1997. (ocultado por la ONU hasta 2010).
[2] Citamos tres exmiembros del FPR, que colaboraron con el atentado: Abdul Ruzibiza, Kayumba Nyamwasa y Patrick Karegeya. De los tres solo vive K. Nyamwasa, aunque ya ha sufrido 3 intentos de asesinato.
[3] La investigación del juez del tribunal de Grande Instance de Paris, Jean-Louis Brugière, que lanzó ordenes de arresto contra miembros del FPR en 2006 por el atentado en el que murieron también personas francesas, miembros de la tripulación. Y la investigación del juez de la Audiencia Nacional española, Fernando Andreu Merelles, cuyas investigación dio lugar a la emisión de 40 órdenes de detención internacional contra miembros del FPR, en 2008.
[4] Principalmente el Memorandum del Partenariat-Intwari, en el que se detallan todas las reuniones y planes que tenían por objetivo «La caza del presidente ruandés» Habyarimana y desvela lo «laborioso» que fue dicho complot.
[5] Su trabajo fue publicado en 2010, en el departamento de Sociología de la Universidad de Notre Dame, bajo el título ‘Rwandan Political Violence in Space and Time’. En el mismo se presentan comparativas de cifras de diversas fuentes, además de las oficiales del gobierno ruandés. El último censo del país databa de1992 y asumía que la población tutsi era el 8,5%, no el 14% como asumimos aquí, porque se ha acabado imponiendo en todas las versiones.
[6] Tras décadas de investigaciones, entrevistas y recopilación de datos por todo el mundo, además de recibir dos expedientes Top Secret del TPIR que le filtraron en 2003 y 2005 respectivamente, con las pruebas recopiladas por la Unidad Especial de Investigación del tribunal de Arusha, que habían sido ocultados por la fiscalía, la periodista publicó en 2018 un libro titulado ‘In Prise od Blood. The crimen of the Rwandan Patriotic Front’.
[7] El cantante de gospel era superviviente del genocidio de los tutsis, pero cuando empezó a cantar y rezar también por las víctimas hutu, igualmente asesinadas injustamente, el FPR lo detuvo y acabó asesinando en dependencias policiales el 8 de febrero de 2020 https://l-hora.org/es/victor-jara-jorge-cafrune-kizito-mihigo-washington-y-el-vaticano-joan-carrero-21-02-2020/
[8] Un mecanismo de esta planificación e implantación de la historia oficial al mundo que les ha valido la calificación de «obra maestra de desinformación» es el papel desempeñado por los Abadaka, cuadros civiles reclutados y formados por el FPR antes, durante y después del genocidio, que cometieron crímenes y colaboraron con el FPR para cometerlos, pero sobre todo, por su formación como quinta columna civil: se convirtieron en la única interfaz o conexión con las agencias de la ONU, ONG internacionales, investigadores, periodistas, corresponsales de guerra, académicos…que necesitaban intérpretes, conductores y chóferes, negociadores, escoltas… todas esas tareas eran asumidas por Abadakas, lo cual significa que toda su experiencia dentro del país estaba mediada por los que testigos de la Unidad Especial de Investigación del TPIR describen como una red de servicios de inteligencia civil que estaba por todas partes, en todo tipo de trabajos.
[9] Este periodista fue el británico Richard Dowden, escribiendo para The Independent, el 6 de mayo de 1994. In prise of blood, by Judi Rever, pags. 104-105.