Hacia un nuevo orden global
Desde la caída de Mariúpol bajo control ruso, el avance militar de Rusia complica los objetivos de la política norteamericana y contradice al relato central de la guerra informativa.
En un hecho poco frecuente y de gran importancia, el Presidente Joe Biden público una nota de opinión en el New York Times buscando clarificar los objetivos de la política exterior de su gobierno. Al hacerlo, admitió implícitamente que existe confusión sobre la misma y su incidencia sobre lo que ocurre en Ucrania.
En su nota, Biden explica que no busca la guerra entre la OTAN y Rusia (proxy war) ni la destitución de Putin y “mientras los Estados Unidos y nuestros aliados no sean atacados, no nos involucraremos directamente en el conflicto, enviando tropas a Ucrania o atacando a las fuerzas rusas… No alentamos ni facilitamos los ataques más allá de las fronteras de Ucrania…
Los Estados Unidos continuarán trabajando para fortalecer la posición de Ucrania, apoyando sus esfuerzos para lograr un final negociado del conflicto”. A tal efecto, se continuará facilitando rápidamente el envío de sistemas avanzados de lanzamiento de misiles, armas, municiones y miles de millones de dólares de ayuda militar. Si bien existe preocupación en el mundo ante el posible uso de armas nucleares en este conflicto, “no vemos actualmente indicaciones de que Rusia esté dispuesta a usarlas”. Si esto ocurre, Rusia sufrirá “severas consecuencias”.
La nota de Biden no calma las dudas sobre su política exterior y expone la gravedad del momento actual: su gobierno no considera las consecuencias globales de un enfrentamiento nuclear en una era en que, según Henry Kissinger, estas son armas de nuevo tipo, más rápidas y más difíciles de controlar.
Asimismo, el Presidente contribuye a escalar el conflicto y a prolongar la guerra al enviar más equipo militar capaz de golpear dentro de las fronteras rusas, algo inaceptable para el gobierno de Rusia. Lo más relevante de esta nota es el reconocimiento de que la negociación entre Ucrania y Rusia es inevitable y que hoy Ucrania está en una posición de debilidad para entrar en las mismas. El rápido deterioro de la situación militar también preocupa al Pentágono.
Desde la caída de Mariúpol bajo control ruso, el avance militar de Rusia complica los objetivos de la política norteamericana y contradice al relato central de la guerra informativa. La información sobre “catastróficas derrotas militares” y deserción y desmoralización de los combatientes de Ucrania empezó a aflorar en titulares y páginas de algunos de los principales medios de comunicación norteamericanos y europeos, que desde un inicio han descontado la derrota rusa. Sin embargo, persiste el ocultamiento de la influencia neonazi en el gobierno y en el ejército de Ucrania, borrando así de un plumazo la posibilidad de cuestionar la ideología de los portadores de estas insignias, de sus oficiales y de su gobierno.
En este contexto, la posible derrota militar del ejército de Ucrania plantea al gobierno norteamericano una situación inesperada, ante la cual no parece existir un plan “de salida”. Esto ocurre al mismo tiempo que cae la popularidad de Biden y su gobierno enfrenta una posible debacle política en las elecciones de medio término que se realizarán en noviembre.
La conjunción de estos dos fenómenos parece impulsar las críticas dentro del establishment político expresadas esta semana en la oposición de la Heritage Foundation al financiamiento de la guerra en Ucrania. Cuna de los halcones de la derecha republicana, esta organización ha apoyado todas las invasiones y guerras norteamericanas de las últimas décadas.
Ahora sus miembros expresan crecientes tensiones dentro de la elite neocon compuesta por un sector de la extrema derecha del partido republicano y un amplio segmento de la dirigencia del partido demócrata.
Hoy los republicanos neocons se ven amenazados por el avance de un Donald Trump que busca replicar su hazaña de 2016, copando primero al partido republicano en las elecciones internas previas a noviembre. Para ello se apoya en el creciente descontento del electorado hacia una guerra que absorbe los recursos que faltan en el país para mejorar la situación de los sectores de menores ingresos, amenazados por una inflación incontrolable.
Mientras tanto, los neocons demócratas que controlan los resortes del gobierno están encerrados en los viejos principios de la doctrina Wolfowitz: buscan el control total sobre los países activando para ello todos los mecanismos que sean necesarios. De ahí que intentan empantanar a Rusia en una guerra interminable mientras buscan “contener” a China -el enemigo principal, amenazándola con sanciones económicas, aislándola con pactos económicos y de “seguridad’ regionales, y con creciente presencia militar en los mares que la rodean.
Estos objetivos se enfrentan ahora con el fracaso de las sanciones económicas a Rusia, el avance militar ruso en Ucrania, la creciente tensión militar y política en Taiwán, y la posibilidad de que los republicanos se unifiquen en contra del gobierno demócrata en las próximas elecciones y arrebaten el Congreso. Una debacle del ejército de Ucrania en los próximos meses podría precipitar la mayor pérdida política de la historia del partido demócrata.
No parece casual, pues, la advertencia oficial sobre un plan ruso para subvertir las próximas elecciones con “las mismas operaciones desplegadas en el 2020”, al tiempo que proliferan investigaciones que arrojan serias dudas sobre la legitimidad de ese resultado electoral [10].
Acuciados, los neocons demócratas parecen escalar el conflicto en Ucrania para ganar tiempo y llegar a las elecciones antes de una debacle militar en aquel país. Sin embargo, el envío de nuevos equipos difícilmente cambiará la dinámica de un enfrentamiento militar.
Europa y el petróleo ruso
Después de varias idas y vueltas, que muestran desconocimiento de la importancia de Rusia en la economía mundial y falta de planificación, la Unión Europea (UE) definió un nuevo plan de sanciones económicas contra este país, cuyo aspecto central es la prohibición de importar petróleo ruso y derivados, transportados por vía marítima.
En el primer caso, el boicot comenzara en los próximos seis meses, y en el segundo, en los próximos ocho meses. La UE atendió los reclamos de Hungría y otros países de Europa Central que no tienen acceso al mar, y por el momento no se aplicarán sanciones a la importación de productos energéticos rusos vía el oleoducto de Druzhba.
Las nuevas medidas parecen más estrictas que las anteriores pues alcanzan a las aseguradoras y a los buques que transportan petróleo. Sin embargo, difícilmente podrán alterar la situación: Rusia ha encontrado otros mercados para su petróleo y hoy obtiene ingresos por sus exportaciones superiores a los obtenidos antes del inicio de las sanciones.
China, la India y algunos países asiáticos ya han superado en su conjunto a la cantidad de petróleo ruso importado por Europa. Asimismo, las nuevas sanciones difícilmente destruirán la espesa trama de relaciones y prácticas montadas para evadir las sanciones iniciales. En esta trama, las refinerías de petróleo y las compañías de transporte marítimo cumplen un rol crucial.
Entre las múltiples estratagemas montadas se destaca la importación de petróleo ruso a precios de descuento por parte de la India, su procesamiento en refinerías locales y su reexportación hacia Europa como si fuera petróleo hindú. A esto se suman las múltiples compañías y empresas marítimas que “lavan” el origen ruso del petróleo a partir de innumerables prácticas (incluyendo el traspaso a distintos barcos en alta mar).
Esta espesa red de transacciones “truchas” ha potenciado el encarecimiento del petróleo y probablemente no desaparecerá con las nuevas sanciones. Por otra parte, el objetivo propuesto por la UE de sustituir petróleo ruso de primera calidad por otros de origen diverso, desconocido y con distinta conformación química, derivará en enormes problemas de adaptación de refinerías y plantas de procesamiento que tradicionalmente han trabajado con petróleo ruso, alargando los tiempos de sustitución, afectando los precios de los combustibles y cadenas de abastecimiento, y dislocando a la producción industrial europea con enorme impacto sobre los precios, el consumo y las fuentes de trabajo.
Todo esto ha convertido a los precios de los combustibles en un problema estructural en circunstancias en que el cambio climático obliga a una transformación energética, cada vez más distante.
Europa es así una de las principales víctimas de las sanciones contra Rusia. Hoy el continente es amenazado por una inminente recesión y desindustrialización, con el consiguiente impacto sobre el nivel de vida de la población y el eventual estallido del descontento social.
Su dependencia económica del mercado norteamericano es cada vez mayor, y su posibilidad de vincularse con los mercados euroasiáticos y asiáticos es cada vez más remota. Esta situación compromete su futuro político e intensificad las tensiones al interior de la propia UE. Así, Alemania trata, junto con Francia, de lograr una negociación del conflicto en Ucrania mientras el primer ministro británico propone un nuevo sistema de alianzas políticas, económicas y militares-alternativa a la Unión Europea- que unifique a los países que no confían de la elite europea de Bruselas y de la respuesta alemana a la agresión rusa.
Siguiendo el viejo adagio de dividir para reinar, los Estados Unidos han sembrado las semillas del caos en el viejo continente.
¿Hacia un nuevo orden global?
Rusia y China firmaron a principios de año un amplio pacto de cooperación política y económica, y proponen la posibilidad de construir un nuevo orden global basado, entre otras cosas, en el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países, en el respeto a la Carta de Naciones Unidas y a una arquitectura de seguridad colectiva indivisible, eficiente y sostenible que se oponga a la búsqueda de seguridad de un país en detrimento del otro.
Esta iniciativa se propone como alternativa al “orden global basado en reglas” impuestas unilateralmente por los Estados Unidos e implica avanzar hacia nuevas relaciones financieras y comerciales, al margen del sistema SWIFT y del poder punitivo del dólar. Paradójicamente, la respuesta de Rusia a las sanciones que le fueron impuestas ha abierto la posibilidad de avanzar hacia ese nuevo orden global.
Ante las sanciones, Rusia continuó exportando gas y petróleo a Europa e impuso a los países “hostiles” el pago en rublos por sus exportaciones de gas. Luego de una feroz resistencia de la UE, su dirigencia tuvo que capitular al constatarse que más de 40 corporaciones adhirieron al sistema propuesto por Rusia, rompiendo de facto a las sanciones.
Esta forma de pago ha fortalecido al rublo, y amenaza con extenderse a las exportaciones de petróleo, cereales, fertilizantes, minerales y otros productos imprescindibles para la economía mundial. Asimismo Rusia ya realiza transacciones comerciales en monedas locales con otros países (China, India y otros países asiáticos) y se apresta a hacer lo mismo con las transacciones financieras.
En su afán por provocar un default de la deuda soberana rusa, los Estados Unidos acaban de poner fin a un waiver que permitía a Rusia cumplir con sus acreedores sin violar las sanciones que le fueron impuestas. La suspensión del waiver implica que los tenedores de bonos no podrán aceptar los pagos de Rusia, empujando a esta al default.
Para evitar esto, Rusia ha propuesto un sistema alternativo de pagos al margen de la infraestructura financiera regida por el dólar: los tenedores de bonos deberán abrir una cuenta en moneda extranjera y otra en rublos en un banco ruso que no es objeto de sanciones. El gobierno ruso pagará los vencimientos e intereses de su deuda en la cuenta en rublos que tienen los tenedores de bonos.
El banco ruso los convertirá luego en dólares/euros y los depositará en la cuenta correspondiente de los tenedores de bonos. Si el gobierno norteamericano impide estos pagos, eventualmente podrá ser demandado judicialmente por los tenedores de bonos, siguiendo para ello las pautas de la actual legislación internacional. De funcionar esta forma de pago, Rusia habrá dado un gran paso en la internacionalización del rublo y en el desarrollo de un nuevo sistema de transacciones financieras al margen del dólar.
Otros caminos también apuntan hacia el mismo objetivo y hoy florecen las transacciones en monedas locales entre Rusia, China y la India, y entre los países de Eurasia. Por el momento, la reticencia de China a fundir su sistema de transacciones financieras con el ruso por temor de los bancos chinos a las sanciones norteamericanas constituye un obstáculo que probablemente será superado a medida que, entre otras cosas, aumente la tensión entre China y los Estados Unidos en torno a la independencia de Taiwán
La Argentina: de los commodities a los bienes estratégicos
Una nota reciente del Financial Times (FT)) sobre la Argentina y sus enormes recursos naturales en Vaca Muerta concluye que si el país tuviese las “políticas adecuadas” podría convertirse en “un rival de Australia y Quatar en el mercado internacional de GNL en un momento en que la demanda mundial está creciendo”.
Para ello, tendría que “moverse rápido y con audacia”, eliminando “al gran culpable del atraso actual” en la explotación de sus recursos naturales: “el rígido régimen de control de cambios que impide la repatriación de ganancias” de las grandes corporaciones. Un decreto reciente del Presidente que permite a las corporaciones del gas y el petróleo sacar parte de su producción al exterior accediendo al dólar oficial no es suficiente. El FT también considera que los subsidios internos al precio del petróleo también afectarán a las ganancias de las corporaciones.
Esa nota es una forma de presión internacional para que la Argentina abra sus recursos naturales sin restricción alguna a las grandes corporaciones extranjeras y locales que buscan profundizar una matriz productiva extractiva, agroindustrial, altamente concentrada, tecnológicamente dependiente de crecientes importaciones que no pueden ser satisfechas con los dólares que generan las exportaciones y que culmina en un endeudamiento ilimitado y en la dolarización de la economía.
Esta matriz es la antítesis del desarrollo nacional e integrado, y perpetúa la pobreza estructural y la creciente desigualdad social. Para estos intereses concentrados y sus representantes políticos, el petróleo/gas, minerales y cereales son commodities exportables y no bienes estratégicos al desarrollo nacional con inclusión social. En tanto commodities, son armas de guerra que pulverizan la seguridad alimentaria, desestabilizan políticamente y condenan al imperio del dólar y a crecientes tensiones sociales y políticas.
La Argentina tiene una oportunidad única para fortalecer su moneda y, anclándola en sus recursos naturales, iniciar un proceso de cambio de su matriz productiva, privilegiando el desarrollo de un mercado interno que brinde inclusión social, trabajo digno y oportunidades de progreso a toda su población. Esto implica, sin embargo, un fuerte golpe de timón en la política oficial, que ponga límites a las demandas del FMI y de los poderes concentrados y oriente al país hacia un nuevo orden global.