EE.UU- Cuba: de la “máxima presión” al Carril II
Tras su llegada al poder, Donal Trump implementó una política de “máxima presión” contra Cuba. El empresario presidente creyó tener el privilegio vedado a los 11 colegas que lo antecedieron: derrocar la Revolución cubana
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EE.UU- Cuba: de la “máxima presión” al Carril II
La guerra económica contra Cuba alcanzó niveles sin precedentes. El bloqueo se aplicó sin indulgencia alguna, y a ese sistema de regulaciones y disposiciones asfixiantes se le sumaron 243 medidas adicionales que golpearon la economía cubana con fuerza.
Tampoco tuvo pudor para fabricar pretextos, como aquel de los “ataques sónicos”, al estilo de star war, que le facilitó reducir a casi cero las relaciones consulares, con efectos negativos en las cuestiones migratorias. O el cínico artificio que elaboró con la ayuda del imberbe uribista, Iván Duque, para colocar a Cuba en la espuria lista de “países patrocinadores del terrorismo”.
El correlato subversivo de esta historia, que es mucho más larga, no faltó. Millones de dólares fueron destinados para reciclar una oposición exánime y sin respaldo interno alguno, posicionar su espectro en la “comunidad internacional”, todo para acentuar la propaganda anticubana y justificar la asfixia.
En el plano político y diplomático, Trump no tuvo reparos en lanzar orientaciones a sus embajadas para desprestigiar la colaboración médica cubana o enrarecer las relaciones de Cuba con organizaciones internacionales.
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Pero su mejor aliada fue la covid 19, pandemia que Cuba enfrentó en condiciones muy adversas y que además afectó, aún más, su comercio y cadenas de suministros.
La combinación de todos estos elementos generó una situación económica y social tensa en el país que fue aprovechada por Estados Unidos para implementar un grupo de acciones previstas en los manuales de “golpe suave”.
Sin embargo, Trump terminó su mandato sin disfrutar lo que parecía el resultado final de su política, pero su impronta hacia Cuba quedó inalterable tras la entrada de Joe Biden al despacho oval.
Biden no modificó la situación. Los cortes de luz y las cifras de enfermos y fallecidos por covid crecían, aunque eran las menores de la región. Creyeron que la isla estaba al borde de un estallido.
Los sucesos del 11 de julio de 2021 significaron el fracaso de todos los planes de Trump y Biden. Lo que pareció el principio del fin de la Revolución fue un espejismo. Una extraordinaria movilización del pueblo se lanzó a las calles a defender sus conquistas.
Le tocó a Biden, como a Kennedy en 1961, dar la cara por una derrota que puedo evitar y no quiso, pues mantuvo la política de su antecesor con la esperanza de recoger la cosecha.
Tardaremos años en saber cómo leyeron en Washington y Langley lo ocurrido aquel julio y todo lo que vino después.
Los hechos nos llevan a pensar que, a pesar de la derrota, vieron las condiciones objetivas propicias para volver a intentarlo. Sin embargo, subestimaron nuevamente a los cubanos.
El concepto de resistencia creativa lanzado por el presidente Miguel Díaz-Canel no cayó en saco roto. Los científicos frenaron en seco la pandemia con cinco vacunas propias; la emergencia energética y eléctrica fue sobrellevada con creatividad tecnológica y comunicación permanente con el pueblo; la producción de alimentos se potenció; se inició la recuperación de varios sectores productivos y de servicios, especialmente el turismo; se iniciaron los años lectivos escolares con niños y adolescentes inmunizados contra la covid; se enfrentó el dengue; y la vida social y cultural del país se recuperó progresivamente.
Paralelamente, muchos amigos de la Isla patentizaron su solidaridad con hechos y palabras. El respaldo de Venezuela, México, los países del Caribe, Rusia, China y Vietnam fue firme, sobre todo en momentos tan duros como cuando se averió la planta de oxígeno, o tras los golpes del incendio en la base de supertanqueros y el huracán Ian.
El desplome de los liderazgos contrarrevolucionarios construidos al estilo de la caricatura Guaidó fue total. Muchos decidieron marcharse del país, lo que evidencia, en el caso de Cuba –y esto lo sabe Langley- que el rechazo a los planes desestabilizadores y al terrorismo fue casi unánime.
Superadas algunas de los más importantes factores objetivos que influyeron en los sucesos de julio de 2021, reafirmada la unidad popular en torno a la Revolución, fracasados el aislamiento y los planes subversivos, y con una región al lado de Cuba, el camino Trump parece inoperante.
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A lo anterior se añade un elemento que tal vez no calcularon y que la historia les devuelve de manera recurrente: la emigración.
El incumplimiento total e intencional de los Acuerdos Migratorios por la Casa Blanca, el cierre a los cubanos de las vías legales para emigrar, los efectos económicos de la política de “máxima presión”, y los estímulos legales existentes en Estados Unidos para los emigrados ilegales cubanos, condujeron de manera rápida a un incremento del flujo migratorio ilegal.
¿Torricelli, Carril II?
La imposibilidad de derrocar la Revolución como esperaban, el efecto bumerang de esa política expresada en la emigración ilegal, el avance de la actualización económica en Cuba, el impacto de las elecciones de medio término en Estados Unidos, y los contactos que se han producido en los últimos meses entre representantes de Washington y La Habana, podrían indicar que Biden está considerando un regreso progresivo a una política cercana a lo establecido en el carril II de la Ley Torricelli.
“Presión y contacto”, así se resumió en su momento la esencia de ese capítulo de la Ley. Para un sector importante del establishment estadounidense, la mejor manera de lidiar con el “problema cubano” es actuando desde adentro.
Para ello consideran que el bloqueo debe mantenerse, mientras articulan su “apoyo” al pueblo y la sociedad civil, para intentar abrir brechas en la Isla.
Todo parece más claro cuando se desempolvan las normas que Washington ha diseñado para atacar a Cuba. Biden podría estar ajustándose, en un primer momento, a lo existente, y es imposible prever, con la información disponible, si irá más allá de los límites de esa ley o se acercará hasta donde llegó Obama.
En cualquier caso, Cuba ha reiterado su disposición de mantener una relación civilizada con Estados Unidos, lo que también evidencia la decisión de correr los riesgos que impone un escenario de ese tipo, confiada en sus convicciones.