EE.UU. voló el Nord Stream: punto de no retorno geopolítico y sus repercusiones
Los efectos de la explosión de Nord Stream 1 y 2 fueron celebrados por Biden, Blinken y Nuland de manera pública, aunque los medios estadounidenses y europeos nunca sospecharon de estos como decisores políticos del sabotaje a los gasoductos.
Según "una fuente con conocimiento directo de la planificación operativa", Estados Unidos, con el apoyo de Noruega, orquestó y ejecutó el ataque de sabotaje contra Nord Stream 1 y 2. Una investigación del laureado periodista estadounidense Seymour Hersh publicada este miércoles 8 de febrero propone una historia que confirmaría las principales sospechas sobre lo que sucedió en septiembre de 2022 respecto a la explosión de los gasoductos ruso-europeos.
Hersh es uno de los periodistas estadounidenses más famosos del pasado siglo. En 1969 publicó una gran investigación sobre la Masacre de My Lai, en Vietnam, que fue organizada por el ejército estadounidense, y cuyo trabajo fue galardonado con el premio Pulitzer. En los años 1970 Hersh escribió una serie de artículos sobre el escándalo Watergate. En 2004 descubrió la historia sobre el trato cruel y las torturas a los prisioneros en la instalación carcelaria de Abu Ghraib en Irak. Y durante la fase más violenta de la guerra impuesta en Siria dudó abiertamente y con datos a la mano de la participación del gobierno de Bashar Al-Assad en ataques químicos.
Esta vez el material de Hersh describe detalladamente cómo discurrió la operación que llevó a la destrucción de los dos Nord Stream.
Lo que se sabía hasta ahora del sabotaje a Nord Stream 1 y 2
La noticia de la detonación simultánea de los gasoductos se conoció el 26 de septiembre de 2022. Los daños sin precedentes se confirmaron en los dos ramales del Nord Stream 1 y en uno del Nord Stream 2, y dejaron solo un ramal en condiciones de funcionar.
Cabe señalar que en el momento del sabotaje no se suministraba gas a Europa a través de los gasoductos: Nord Stream 2 nunca entró en servicio, y el bombeo de Nord Stream 1 se interrumpió en febrero y se detuvo por completo el 31 de agosto. Solo quedaba gas de proceso en las tuberías, lo que quedó grabado en video tras las explosiones.
La emergencia se produjo en un contexto de escasez de combustible y múltiples subidas de los precios del gas en Europa. En junio la Unión Europea importó por primera vez más gas licuado estadounidense que ruso por gasoducto. Los precios subieron a tres mil 900 dólares por mil metros cúbicos en los primeros meses de 2022 y bajaron ligeramente a mediados de año, pero los costes de la energía para las empresas y los consumidores europeos siguieron siendo altos sin precedentes. A medida que se acercaba el frío invernal, la ciudadanía europea salía cada vez más en manifestación para exigir que se superara la crisis energética, propulsada por las medidas económicas, financieras y comerciales de la Unión Europea contra la Federación Rusa.
El Kremlin calificó las explosiones casi inmediatamente como sabotaje planificado. El presidente Vladímir Putin no dudó en llamarlo acto de terrorismo internacional, cuyos beneficiarios serían directamente Polonia, Ucrania y Estados Unidos.
Tras las explosiones, empezaron a surgir detalles que apuntaban hacia aquella idea. El más destacado de ellos resultó ser el "rastro británico" que conducía a la exprimera ministra británica Liz Truss. Según la versión del Ministerio de Defensa ruso, representantes de una unidad naval británica participaron en la planificación, provisión y ejecución de un atentado terrorista en el mar Báltico. Esta información fue confirmada posteriormente por los medios de comunicación.
"Está hecho": un mensaje de texto en dos breves palabras fue lo que Liz Truss envió a Antony Blinken justo después de que se produjeron los ataques. Ella era entonces primera ministra del Reino Unido y él, como ahora, secretario de Estado de Estados Unidos. Horas antes del incidente un avión de reconocimiento estadounidense sobrevoló el lugar del sabotaje.
Suecia llevó a cabo su propia investigación en el lugar del atentado a principios de octubre, pero se negó a compartir sus conclusiones con Rusia. Y a los expertos rusos se les prohibió la entrada en aguas suecas durante más de un mes. El 17 de noviembre de 2022 el servicio de seguridad sueco confirmó que el incidente se trató de un sabotaje. Se encontraron restos de explosivos y objetos extraños cerca del lugar del accidente.
La operación
En todo el meollo entra el reportaje de Seymour Hersh. De acuerdo con su historia, el presidente Joe Biden tomó la decisión de volar el gasoducto ruso-europeo después de nueve meses de discusiones secretas con el equipo de seguridad nacional, que incluía representantes de la CIA, del Departamento de Estado, del Departamento del Tesoro y del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.
En las reuniones los participantes discutieron las opciones de ataque:
"La Marina ha propuesto usar un submarino recién comisionado para atacar directamente el oleoducto. La Fuerza Aérea estaba discutiendo lanzar bombas con fusibles rezagados que podrían lanzarse de forma remota. La CIA argumentó que todo lo que se hiciera tenía que ser secreto. Todos los participantes entendieron lo que estaba en juego. 'Estas no son cosas de niños', dijo la fuente. Si el ataque es rastreable a Estados Unidos, 'es un acto de guerra'".
La preocupación más importante de los gobernantes estadounidenses no era cómo llevar a cabo esta operación sino cómo no dejar indicios detrás de ellos. Es por eso por lo que los buzos para esta misión fueron reclutados no entre los militares del Comando de Fuerzas de Operaciones Especiales del ejército estadounidense, para cuyas operaciones la Casa Blanca debe informar al Congreso, sino de la Marina de Estados Unidos.
"Había una razón burocrática vital para confiar en los graduados de la escuela de submarinismo del centro en Panama City. Los buzos eran solo de la Marina, y no miembros del Mando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, cuyas operaciones encubiertas deben ser comunicadas al Congreso e informadas con antelación a los líderes del Senado y la Cámara de Representantes, la llamada Banda de los Ocho. La Administración Biden estaba haciendo todo lo posible para evitar filtraciones, ya que la planificación se llevó a cabo a finales de 2021 y en los primeros meses de 2022".
La idea de sabotear Nord Stream 2 fue apoyada más activamente por el asesor de Seguridad Nacional de Biden, Jake Sullivan, y sus ideas correspondían a los deseos del presidente. Al mismo tiempo, según la fuente de Hersh, varios empleados de la CIA se opusieron a la operación advirtiendo que una "pesadilla política" seguiría si la información sobre el objetivo se hacía pública. Pero el director de la agencia, William Burns, con el apruebo de Biden, encargó a un equipo de la CIA "un plan para una operación encubierta que utilizaría buzos de profundidad para provocar una explosión a lo largo del oleoducto".
. La NSA también participó en labores de inteligencia.
Tanto Biden como Nuland habían amenazado públicamente, antes del despliegue de la operación militar especial rusa, que "si Rusia invade Ucrania, de un modo u otro Nord Stream 2 no seguirá su curso", lo que dio a entender que el sabotaje a los gasoductos estaba anticipado ante la comunidad pública internacional, y permitió "una oportunidad a la CIA" para que el secretismo de la operación se blindara.
Cuenta Hersh que el plan "pasó repentinamente de ser una operación encubierta, que requería que se informara al Congreso, a considerarse una operación de inteligencia altamente clasificada con apoyo militar estadounidense", pero "aún tenía que ser secreta" ya que "los rusos tienen una vigilancia superlativa del Mar Báltico".
Para los fines, Noruega fue elegida base de la operación y las fuerzas noruegas participaron activamente en la operatividad con vistas a que los buzos, reclutados de la escuela de submarinismo de la Marina estadounidense en Panama City, ciudad en el suroeste de Florida, se insertaran en el escenario del sabotaje, junto con sus colegas del norte europeo con una amplia experiencia en el campo de la exploración de petróleo y gas en aguas profundas.
Según el periodista estadounidense, Noruega, aparte de ser uno de los signatarios originales del Tratado del Atlántico Norte de 1949, también tenía un interés financiero: vender sus propios recursos energéticos a Europa.
Además, también quien fue su primer ministro durante ocho años, Jens Stoltenberg, es actualmente secretario general de la OTAN y un furibundo antirruso de la era Putin. "Él es el guante que se ajusta a la mano estadounidense", dice la fuente a Hersh.
Tal cooperación entre estos dos países fue precedida por el hecho de que las bases estadounidenses estaban ubicadas activamente en el país y facilitaba las labores de espionaje sobre infraestructuras críticas rusas en la península de Kola, al norte de Rusia.
"El Pentágono ha creado empleos y contratos bien remunerados a pesar de algunos desacuerdos locales, invirtiendo cientos de millones de dólares en la modernización y expansión de las instalaciones de la Marina y la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Noruega", escribe Hersh.
Los planificadores también creyeron pertinente informar a autoridades de Suecia y Dinamarca sobre las operaciones, aunque sin mayores detalles para no intoxicar la funcionalidad del plan. Los gobiernos de Suecia, Dinamarca y Noruega negaron permiso a la operadora del gasoducto Nord Stream para inspeccionar las tuberías dañadas durante las primeras semanas después de la explosión.
Los noruegos propusieron cuándo podía tener lugar la operación:
"Cada mes de junio la Sexta Flota estadounidense patrocinaba un importante ejercicio de la OTAN en el Mar Báltico en el que participaban docenas de buques aliados de toda la región: las Operaciones Bálticas 22, o BALTOPS22. Los noruegos supusieron que sería una tapadera ideal para colocar minas".
Según el autor, los estadounidenses aportaron un elemento vital: convencieron a los planificadores de la Sexta Flota para que añadieran un ejercicio de investigación y desarrollo al programa.
"El ejercicio, según hizo público la Marina, implicaba a la Sexta Flota en colaboración con los 'centros de investigación y guerra' de la Marina. El evento en el mar se celebraría frente a la costa de la isla de Bornholm y en él participarían equipos de buceadores de la OTAN sembrando minas, y los equipos competidores utilizarían la última tecnología submarina para encontrarlas y destruirlas".
La esencia de la operación consistía en que el explosivo C4 fijado a las tuberías debía ser detonado por una boya sonar lanzada desde un avión antisubmarino P-8, lo que finalmente se hizo. Se planeó la voladura de los gasoductos justo luego de la culminación de BALTOPS22, pero los decisores prefirieron postergarlo hasta meses después para no generar inmediatas sospechas de la autoría.
El 26 de septiembre de 2022 el P-8, supuestamente en un vuelo programado, dejó caer la boya sonar al mar. Horas más tarde, cuando la señal llegó a las cargas, se produjo una explosión y tres de las cuatro líneas gasíferas de ambos Nord Stream quedaron destruidas, como fue reportado.
Repercusiones geipolíticas, jurídicas y económicas
Los efectos de la explosión de Nord Stream 1 y 2 fueron celebrados por Biden, Blinken y Nuland de manera pública, aunque los medios estadounidenses y europeos nunca sospecharon de estos como decisores políticos del sabotaje a los gasoductos.
El reportaje de Seymour Hersh sirve para confirmar lo que ya se ha propuesto como hipótesis en esta y otras tribunas: la relación estable entre Alemania y Rusia era beneficiosa para ambos económicamente. Alemania disfrutaba de gas barato para su industria y consumo interno a través de Nord Stream 1 proveniente de Rusia sin tener que pasar por Ucrania. Nord Stream 2 estaba listo para arrancar, sin embargo, lesionaba los intereses estadounidenses y, por ende, una operación de sabotaje debía hacerse en secreto de acuerdo con el decálogo de guerra híbrida estadounidense.
El holding dueño de ambos proyectos, Nord Stream AG, tenía a la estatal rusa Gazprom como su mayor accionista con 51 por ciento del control empresarial. El restante se distribuía en cuatro empresas europeas: una francesa, otra de Países Bajos y dos alemanas. Los beneficios de Gazprom llegaron a ascender hasta 45 por ciento del presupuesto anual de la Federación Rusa.
Además, una asociación alemana-rusa, aun bajo el signo del pragmatismo económico, geopolíticamente estaría encauzada hacia un relacionamiento internacional de nuevo cuño que cambiaría el mapa político de Europa Occidental y de Eurasia hacia altos grados de integración, a tono con la teoría del británico Halford Mackinder, quien propuso que el heartland (corazón continental) dominaría el centro de la dinámica mundial por sobre el poder marítimo anglosajón si se constituía una alianza entre Alemania, Rusia y China.
Esto último ofrecería mejores oportunidades de comercio e inversión entre los países del "corazón continental" que las que ofrece Estados Unidos con su demanda de sacrificios por parte de su OTAN. La oportunidad de quebrar la continuidad y el estrechamiento de las relaciones entre dichos Estados era un letimotiv que reclamaba una urgencia. La historia de Hersh confirmaría lo que el análisis determina a luces claras.
Para que la administración de Joe Biden efectuara esta operación debía pasarse por alto, cómo no, el derecho internacional de manera tajante. Ya de por sí, como había declarado en agosto de 2021 el portavoz de la Cancillería china, Wang Wenbin, las "sanciones" estadounidenses contra el proyecto Nord Stream 2 "pisoteaban el derecho internacional y las normas básicas de relaciones internacionales” al interrumpir infundadamente “una habitual cooperación entre los Estados soberanos".
Los gasoductos atravesaban espacios marinos bajo soberanía o jurisdicción de Estados como Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Dinamarca y Alemania (miembros de la OTAN), de Suecia y Finlandia (candidatos a la misma) y de Rusia. La infraestructura de las tuberías y los cables submarinos que conectaban territorios a través de los espacios marinos para suministrar gas, petróleo, cables de comunicación, entre otros servicios, estaba enmarcada en una exhaustiva regulación del Derecho del Mar y otros marcos jurídicos regulados por tratados internacionales.
El mismo holding Nord Stream AG estaba regulado por el Tratado Internacional de Inversiones y sus controversias quedaban sometidas al sistema de arbitraje establecido en el Tratado sobre la Carta de Energía de 1994. El hecho de que el consorcio tuviera participación estatal rusa y de otros países europeos dejaba claro que no se lesionaban puntos críticos del derecho internacional.
Y no contento con el hecho de emitir medidas coercitivas unilaterales contra la libre inversión, comercialización y exportación de capitales sobre Nord Stream 1 y 2, la destrucción física de los gasoductos ruso-europeos a través de "una operación de inteligencia altamente clasificada con apoyo militar estadounidense", con Noruega de cómplice, mina directamente los consensos sobre la seguridad internacional.
Rusia, luego del sabotaje, convocó al Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para discutir el tema luego de que el presidente Vladímir Putin calificara el incidente como un "acto terrorista internacional". Según la historia de Hersh, Estados Unidos habría violado las normas vigentes en términos de seguridad y, por ende, sus gobernantes estaban conscientes de que la operación militar secreta significaba un "acto de guerra" abierta de un Estado contra otros, no solo contra Rusia. Un casus belli pivoteado sobre el país euroasiático, pero asimismo un hecho que podría conllevar incluso el rompimiento de relaciones entre, por ejemplo, Berlín y Washington, D.C.
Sin embargo, debido a la posición subordinada de Alemania ante Estados Unidos, es muy probable que no ocurra un suceso de ese tipo, en el marco de una "crisis controlada" (al decir de un informe filtrado de RAND Corporation, think-tank cercano al circuito gubernamental estadounidense) que pudiera debilitar la independencia política y económica europea y fortalecer la influencia norteamericana sobre posibles competidores europeos y euroasiáticos.
En definitiva, y siempre de acuerdo con la versión publicada por Hersh, el gobierno de Joe Biden creó las condiciones para profundizar la dependencia alemana, y en general de Europa Occidental, en torno a los intereses geopolíticos y geoeconómicos de Estados Unidos. Todos estos elementos hacen comprender la importancia de los efectos de esta operación secreta estadounidense, que pudieran calificarse de históricos y un punto de no retorno geopolítico.