El barco fantasma Nord Stream
La CIA ha proporcionado historias falsas para mantener al mundo centrado en cualquier posible sospechoso menos el más lógico
La Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos lleva a cabo constantemente operaciones encubiertas en todo el mundo, y todas necesitan una tapadera por si las cosas salen mal, como sucede con frecuencia. Es igualmente importante ofrecer una explicación cuando las cosas salen bien, como ocurrió en el Mar Báltico el pasado otoño. A las pocas semanas de que se publicara mi artículo en el que explicaba que Joe Biden había ordenado la destrucción de los gasoductos Nord Stream, la agencia elaboró una historia que interesó al New York Times y a dos importantes publicaciones alemanas.
Al crear una historia de buzos de aguas profundas y una tripulación que no existía, la agencia estaba siguiendo el protocolo, y la historia habría entrado a formar parte de los primeros días de la planificación secreta para destruir los oleoductos. El elemento esencial era un yate mítico irónicamente llamado Andrómeda por la bella hija de un rey mítico que fue encadenada desnuda a una roca. La tapadera fue compartida y apoyada por el BND, el servicio federal de inteligencia alemán.
Mi reportaje inicial recibió cobertura en todo el mundo, pero fue ignorado por los principales periódicos y cadenas de televisión de Estados Unidos. Puesto que la historia ganaba fuerza en Europa y en otros países, el 7 de marzo, el New York Times publicó un artículo en el que citaba a funcionarios estadounidenses que afirmaban que los servicios de inteligencia estadounidenses habían reunido una cantidad notable de información que sugería que un grupo proucraniano había saboteado los oleoductos. El artículo afirmaba que los funcionarios que habían “revisado” la nueva información la consideraban “un paso hacia la determinación de la autoría” del sabotaje de los oleoductos. El artículo del New York Times atrajo la atención mundial, pero desde entonces el periódico no ha vuelto a pronunciarse sobre el asunto. En una entrevista para un podcast del New York Times, uno de los tres autores del artículo explicó, sin darse cuenta, por qué la historia era insostenible desde el principio. Se le preguntó por la implicación del supuesto grupo proucraniano: “¿Qué le hace pensar que eso es lo que ocurrió?”. Respondió: “Debo dejar muy claro que realmente sabemos muy poco. ¿Verdad?”.
El 3 de abril, el Washington Post informó de que, en ese momento, algunos investigadores europeos dudaban de que el Andrómeda pudiera haber saboteado los oleoductos sin la ayuda de un segundo buque. Algunos en Europa se preguntaban si el papel del Andrómeda era “una distracción o solo una parte del asunto”. El artículo no sugería que la Administración Biden estuviera implicada en la destrucción del oleoducto, pero sí citaba a un diplomático europeo anónimo que decía que todo el mundo ve que hay un cadáver allí tirado, pero todos fingen que no pasa nada. “Es mejor no saber”, dijo el diplomático. El Washington Post no citó a ningún funcionario estadounidense, ni siquiera anónimo. El gobierno de Biden se ha convertido en una zona carente de información sobre Nord Stream.
Un triunfo para los diversos funcionarios de la CIA que han estado proporcionando historias falsas a los medios de comunicación, aquí y en el extranjero, en lo que ha sido un esfuerzo exitoso para mantener al mundo centrado en cualquier posible sospechoso excepto el que se ha manifestado como el más lógico: el presidente de Estados Unidos.
El New York Times también publicó que un legislador europeo que recibe información de las agencias de inteligencia de su país afirmó que los servicios de inteligencia estaban recopilando información sobre unos cuarenta y cinco barcos cuyos transpondedores no funcionaban cuando pasaron por la zona donde explotaron los oleoductos. Uno de los denominados “barcos fantasma” podría haber colocado las minas y posteriormente accionar el detonador.
Tras la aparición del reportaje del New York Times en internet, Die Zeit, el periódico más importante de Alemania, se apresuró a publicar un artículo sobre una investigación del atentado contra Nord Stream que llevaba meses indagando sobre el tema en colaboración con una cadena de televisión pública. El semanario aportaba una novedad: identificaba un yate que, según informaba, había sido “alquilado a una empresa en Polonia que al parecer era propiedad de dos ucranianos”. Se decía que el grupo que alquiló el yate y llevó a cabo la destrucción del oleoducto estaba formado por un capitán, dos buzos, dos ayudantes de buceo y un médico. Die Zeit describía al grupo como unos “asesinos”, cuyos nombres no se publicaron ni se conocen, que utilizaron pasaportes falsos y habían transportado los explosivos necesarios al escenario del crimen. El yate habría navegado cerca de la isla danesa de Bornholm, próxima al lugar del sabotaje del oleoducto.
El periódico informó de que el yate había sido devuelto a la empresa que lo alquilaba –el alquiler de este tipo de yates cuesta dos mil dólares o más por semana– “sin limpiar”, lo cual permitió a los investigadores alemanes encontrar restos de un explosivo en una mesa del camarote. Relatos posteriores afirmaban que los investigadores también habían encontrado dos pasaportes ucranianos falsos abandonados en el yate. Un artículo posterior publicado en Der Spiegel, el semanario alemán, decía que el yate en cuestión se llamaba Andrómeda.
Posteriormente publiqué un artículo en el que sugería que la información facilitada por la policía federal alemana tanto a Die Zeit como a Der Spiegel había tenido su origen en los servicios de inteligencia estadounidense. El autor del reportaje de Die Zeit, Holger Stark, un experimentado periodista al que conozco desde que trabaja en Washington hace aproximadamente una década, se puso en contacto conmigo para quejarse de dicha afirmación. Stark me dijo que tenía excelentes fuentes en la policía federal alemana y que se enteró por esos enlaces, y no por ninguna agencia de inteligencia, alemana o estadounidense. Le creí y corregí inmediatamente la historia.
Reconozco que es difícil para cualquier periodista escribir sobre un colega, especialmente uno bueno. Pero este caso implica la aceptación de hechos que deberían haber sido cuestionados. Por ejemplo, no le pregunté a Stark si se había preguntado por qué un periódico estadounidense situado a casi seis mil kilómetros de distancia publicaba la misma acusación sobre un grupo de ucranianos anónimos, que no estaban vinculados a los dirigentes de Kiev, a los que las autoridades alemanas decían haber estado persiguiendo. Discutimos un hecho que él mencionó: que las autoridades de Alemania, Suecia y Dinamarca habían decidido, poco después de los atentados del oleoducto, enviar equipos al lugar para recuperar la única mina que no había estallado. Dijo que habían llegado demasiado tarde; un barco estadounidense había acudido al lugar en uno o dos días y había recuperado la mina y otros materiales. Le pregunté por qué creía que los estadounidenses habían llegado tan rápido al lugar y me contestó, con un gesto de la mano: “Ya sabes cómo son los estadounidenses. Siempre quieren ser los primeros”. Había otra explicación muy obvia.
El truco de una buena operación de propaganda es proporcionar a los objetivos –en este caso los medios de comunicación occidentales– lo que quieren oír. Un experto en inteligencia me lo explicó más sucintamente: “Cuando se lleva a cabo una operación como la de los oleoductos es necesario planificar una contraoperación, una pista falsa que tenga un tufillo a realidad. Y debe ser lo más detallada posible para que sea creíble”.
El truco de una buena operación de propaganda es proporcionar a los objetivos lo que quieren oír
“Hoy en día la gente ha olvidado que existe la parodia”, dijo el experto. “La ópera HMS Pinafore de Gilbert y Sullivan no trata de la Royal Navy del siglo XIX. Es una parodia”. El objetivo de la CIA en el caso del oleoducto era elaborar una parodia tan buena que la prensa se la creyera. ¿Pero por dónde empezar? No se pueden destruir los oleoductos con una bomba desde un avión o con marineros en un bote de goma.
“¿Pero por qué no un velero? Cualquier estudioso serio del suceso sabría que no se puede anclar un velero en aguas de 80 metros de profundidad” –la profundidad a la que fueron destruidos los cuatro oleoductos– “pero la historia no iba dirigida a un estudioso serio, sino a una prensa que no reconocería una parodia cuando se la presentaran”.
El experto en inteligencia enumeró todos los elementos necesarios para que cualquier individuo o grupo pudiera fletar un yate caro. “No puedes salir a la calle con un pasaporte falso y alquilar un barco. Tienes que contratar a un capitán que te haya proporcionado la agencia de alquiler o el propietario del yate, o a uno que venga con un certificado de competencias como exige la legislación marítima. Cualquiera que haya alquilado un yate lo sabe”. Asimismo, los buceadores y el médico requerirían una prueba similar de pericia y competencia para el buceo en aguas profundas que incluya el uso de Nitrox, una mezcla especial de oxígeno y nitrógeno.
El experto tenía más preguntas sobre el supuesto yate. “¿Cómo puede un velero de 15 metros encontrar los oleoductos en el Mar Báltico? Los oleoductos no son tan grandes y no figuran en las cartas náuticas que se entregan con el contrato de arrendamiento. Quizá la idea era meter a los dos buzos en el agua –algo nada fácil de hacer desde un yate pequeño– y dejar que los buzos los buscaran”. ¿Cuánto tiempo puede permanecer sumergido un buzo con el traje puesto? Quizá quince minutos. Lo que significa que el buzo tardaría cuatro años en buscar en una milla cuadrada.
“Los medios no se plantean ninguna de estas preguntas. Así que hay seis personas en el yate: dos buceadores, dos ayudantes, un médico y un capitán. Falta una cosa: ¿quién va a tripular el yate? o ¿y el cocinero?, ¿y el cuaderno de bitácora que la empresa arrendataria debe llevar por razones legales?”.
“No ha sucedido nada de eso», me dice el experto. “Deja de intentar vincularlo con la realidad. Es una parodia”.
Las historias publicadas en el New York Times y en la prensa europea no han dado indicios de que ningún periodista subiera a bordo y examinara físicamente el yate en cuestión. Tampoco explican por qué los pasajeros de un yate dejarían sus pasaportes, falsos o no, a bordo después de un alquiler. Se han publicado fotografías de un velero en dique seco llamado Andrómeda.
Nada de esto puede sostener una mala tapadera, me dijo el experto de inteligencia. “El esfuerzo por convertir la ficción en realidad continuará eternamente. Ahora es una foto de un velero que aparece después de la investigación y que no se puede rastrear: sin número de licencia donde legalmente debería estar. El Andrómeda ha sustituido al hombre de Piltdown en la prensa”.
El experto hizo una última reflexión: “En el mundo de los analistas y técnicos profesionales todos deducirían de tu historia, universal y acertadamente, que la diabólica CIA urdió una contraoperación a primera vista tan ridícula e infantil que su verdadero propósito sería reafirmar la verdad”.