Colombia: razones para la paz
El autor expone algunas de las razones que justifican los esfuerzos para hacer realidad la paz total en Colombia, y alerta sobre las consecuencias para el país y la región en caso de que no se logre el objetivo.
Cuando en el año 2014 la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) aprobó en La Habana la declaración de América Latina como Zona de Paz, Cuba daba un impulso a la concreción de ese anhelo, condición sin la cual los sueños de justicia e integración regionales son simples quimeras.
En esa fecha avanzaban en la capital de la Isla las negociaciones entre el gobierno colombiano de entonces y la guerrilla FARC-EP, iniciadas en el 2012 en Oslo, Noruega, y concluidas satisfactoriamente en el 2016. Tras ese Acuerdo, la realidad colombiana comenzó una progresiva transformación que dura hasta hoy y cuya proyección futura depende de que se logre la llamada “paz total”.
Hoy un nuevo esfuerzo negociador se encamina entre el gobierno de Gustavo Petro y otras estructuras armadas irregulares que, con diversos orígenes e intereses, se mantienen sobre las armas. Por su parte, la sociedad colombiana, que ha comenzado a experimentar los réditos positivos que dejó el Acuerdo de La Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP, exige dejar atrás para siempre el flagelo de la guerra y la violencia.
La sonrisa de un niño en Arauca y la tranquilidad de una madre en el Chocó; la cosecha campesina sin muros neoliberales y el reverdecer del rico campo colombiano labrado por las manos de los que lo habitan, son motivos invaluables para aspirar a una paz completa.
Sin embargo, este análisis expondrá otras razones que a nuestro juicio deben animar cualquier esfuerzo y negociación por sus impactos en el ámbito colombiano y regional.
Seis razones
1. El proceso de cambios iniciados en Colombia en 2019, y cuya máxima expresión fue la histórica victoria electoral de Gustavo Petro, hubiera demorado más sin la firma de la paz entre Santos y las FARC-EP.
Descuidar esta premisa y, consecuentemente, no impulsar, apoyar o trabajar por concertar nuevos acuerdos solo beneficiaría a las fuerzas más conservadoras, defensoras de la guerra y la confrontación fratricida.
La lógica de la guerra permitió por años enclaustrar la “solución” de los problemas de Colombia en la eliminación de los actores armados irregulares que por diversos motivos han adversado al Estado o han actuado junto a él o con su respaldo.
Tras esta cortina se han parapetado las causas reales del conflicto colombiano y la estela de consecuencias económicas, sociales y políticas que ha padecido ese pueblo.
2. En caso de que se lograran nuevos acuerdos de paz y/o sometimiento a la justicia de los diversos grupos armados irregulares, unido a la implementación del Acuerdo de La Habana y de políticas públicas que impulsa Petro debe repercutir positivamente en la disminución de las actividades de narcotráfico.
En consecuencia, a Estados Unidos le sería más difícil usar ese pretexto para desplegar sus planes y agencias en el terreno y existirían mejores condiciones para seguir exigiendo a Washington su responsabilidad compartida como receptores y consumidores que son.
3. Como hemos afirmado en artículos anteriores, la paz completa en Colombia también repercutiría de manera favorable en la frontera que comparte con Venezuela. La inestabilidad en esta zona impacta en la seguridad nacional de la República Bolivariana que sufre una permanente e injusta estigmatización.
La guerra en Colombia ha sido por años pretexto para señalar a Caracas, fabricar disputas y justificar agresiones, sobre todo tras el triunfo de la Revolución chavista en 1998. La idea de una relación fraternal entre ambas naciones es inconcebible tanto para la derecha regional como para quien ocupe la Casa Blanca.
4. El proceso de paz entre las FARC-EP y el gobierno de Santos abrió un nuevo capítulo en la inserción de colombiana en la región, a pesar del oscuro capítulo del cuatrienio de Iván Duque. Por su parte, la zona comprendió que una nueva Colombia, fruto de la paz, se insertaría con fuerza en las dinámicas regionales, especialmente en la búsqueda conjunta de soluciones a los problemas más urgentes.
De lograrse la paz total, y si se cumplen los puntos anteriores, la inserción de Colombia constituiría un impulso determinante en la integración regional.
5. La preservación de la rica biodiversidad latinoamericana constituye una emergencia ambiental y un problema de seguridad nacional para los países de la zona.
Por solo poner un ejemplo, preservar el “ciclo del agua amazónico-andino”, una maravillosa interacción natural, demanda de una integración en las políticas regionales para evitar su quiebre, cada vez más cerca por los efectos del cambio climático.
El 75 por ciento del agua que consume Colombia se “produce” en los páramos, ecosistemas montañosos que absorben el agua que “viaja” desde la Amazonía. Es por ello que la deforestación en estos representa un grave peligro para la vida humana.
Al mismo tiempo, la seguridad nacional también se ve amenazada por el interés de Estados Unidos de controlar las reservas acuíferas y los diversos recursos naturales.
En un escenario como este, sin la paz total, los riesgos de que se rompa la conexión ambiental amazónico-andina son más altos que en uno ajeno a la violencia y dispuesto a la implementación de políticas públicas que detengan el deterioro.
6. Una sexta razón para no desistir en el empeño de lograr la paz completa es que Colombia se consolidaría como un ejemplo de lo que es posible cuando se apuesta por el diálogo y la negociación para dirimir diferencias, y construir la necesaria convivencia entre comunidades, grupos políticos, naciones, etcétera.
En el caso específico de Colombia, el logro de nuevos y esperados acuerdos sería un reconocimiento a los esfuerzos que por años muchos países han desarrollado con seriedad y compromiso en aras de la paz en el país suramericano.
Cuba es uno de ellos, pero a diferencia del resto de los garantes o acompañantes, La Habana ha sufrido las consecuencias de su coherencia y apego al derecho internacional tras la vil fabricación de un pretexto (del cual hemos escrito) que facilitó la injusta inclusión de la Isla en la lista estadounidense de países que supuestamente patrocinan el terrorismo.
Colombia merece la paz. América Latina y el Caribe merecen y necesita la paz. Como afirmó el líder cubano Fidel Castro, “la paz es solo la condición primaria para poder volcar los colosales caudales de energía y recursos necesarios para que toda la humanidad, y no solo parte de ella, pueda vivir en forma honorable, decente y decorosa”.