Medio Oriente se estabiliza, con el telón de fondo de un gran desmoronamiento
Las propias contradicciones estructurales de Estados Unidos, con una economía hiperfinanciada que succiona la sustancia de su economía real, con una sociedad que vive temblando de miedo a la factura del hospital.
Estados Unidos se mantiene distante y desconsolado tras la revolución diplomática en Medio Oriente. Primero, China medió (y garantizó) un acuerdo entre Arabia Saudí e Irán, y la semana pasada, el presidente Bashar al-Assad entró con paso seguro en la cumbre de la Liga Árabe, entre saludos y besos por doquier. El presidente Assad, tras 12 largos años de lucha, ha sido legitimado dentro de la esfera árabe, y vuelve a ser un Estado normal y soberano para la mayor parte del mundo.
Pero ha surgido un nuevo estado de ánimo: La ira crece en todo el mundo. Para aquellos que han sido vilipendiados, sancionados y atacados en nombre del "orden basado en normas", el mensaje es claro: no estáis solos; muchos pueblos están expresando su ira y su descontento. El dogma divisivo "con nosotros", o (ser tratado como amenaza extremista), si "contra nosotros" está siendo derrocado. La política exterior estadounidense se está desmoronando en todo Oriente Próximo y en Asia, África y Sudamérica.
En su discurso, el presidente Al-Assad habló de la oportunidad que esta ola de descontento y rabia ha brindado a la región para revisar sus disposiciones, alejándose del dominio y la intervención occidentales:
"Hoy estamos ante la oportunidad de cambiar la situación internacional que se presenta en forma de un mundo unipolar, resultado del dominio de Occidente, que carece de toda ética y principios... Esta oportunidad histórica requiere que el Mundo Árabe se reposicione e invierta en la atmósfera positiva de reconciliación que ha precedido a la cumbre de hoy", añadió Al-Assad, refiriéndose a las recientes iniciativas diplomáticas que dieron lugar a la reanudación de los lazos diplomáticos de Arabia Saudí con Teherán y Damasco.
El presidente Al-Assad subrayó también la necesidad de consolidar la cultura árabe frente al "liberalismo moderno, que atenta contra las afiliaciones innatas del hombre y lo despoja de su moral y su identidad".
Este último punto de Al-Assad -"el peligro cultural" asociado al liberalismo contemporáneo- se está convirtiendo notablemente en un tema global, a medida que los Estados insisten en el deseo de gestionar la vida a su manera.
Por supuesto, Siria aún no es soberana. Las fuerzas estadounidenses y turcas, junto con milicias respaldadas desde el extranjero, ocupan importantes porciones del territorio sirio. No obstante, la posición de la Liga Árabe de rechazo a la intervención extranjera y su legitimación de facto del gobierno sirio ayudarán a Damasco a encontrar una salida negociada.
Para "Israel", la perspectiva que se abre es la de un cambio radical, entre temores de "quedarse en la cuneta". El primer ministro Netanyahu, en medio de cismas internos y continuas protestas, ha intentado restar importancia a estos cambios tectónicos y proyectar una imagen de "todo sigue igual" para contrarrestar la atención de los medios de comunicación extranjeros sobre las protestas y la agitación política dentro de "Israel".
Atacar a los palestinos de Gaza ayuda a mantener intacta la coalición de derechas de Netanyahu, como escribió un comentarista israelí: "Matar niños une a los israelíes". Sin embargo, los dos pilares de la unidad israelí de Netanyahu para "reunir a los israelíes en torno a la bandera": exagerar la "amenaza" nuclear iraní y alabar su logro del llamado Acuerdo de Abrahams, han perdido su brillo.
En primer lugar, la reconciliación entre Irán y los Estados del Golfo anula gran parte de la justificación original -el miedo árabe a Irán- de la política estadounidense respecto a Irán. En la actualidad, los dos antiguos antagonistas están resolviendo sus diferencias diplomáticamente (bajo la dirección de China) e intercambiando garantías mutuas de seguridad. En cualquier caso, el Equipo Biden no quiere una guerra con Irán. Ya tiene suficientes problemas.
Y en segundo lugar, Jake Sullivan, en su reciente viaje a Arabia Saudita, no consiguió persuadir al reino de que normalizara con "Israel". En la cumbre, los Estados árabes están insistiendo en la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, que excluye la normalización con "Israel" hasta que exista un Estado palestino. Los Estados que se han "normalizado" seguirán en la misma línea, pero la estructura conceptual de los Acuerdos de Abraham (desde la perspectiva israelí) está totalmente vacía. Los Estados árabes están ocupados abriendo canales diplomáticos y comerciales con Irán; ya no están manejando un eje anti-Irán en nombre de Washington y "Tel Aviv".
Si tomáramos distancia y observáramos los acontecimientos regionales en un arco más amplio, podríamos darnos cuenta de dos cosas acerca de la situación mundial: La primera es que las actuales dificultades de "Israel" y los indicios de un posible desmoronamiento del proyecto no provienen, como han pronosticado incesantemente sus dirigentes y aliados externos, de fuerzas externas, sino de las propias contradicciones internas no resueltas de "Israel".
El actual y amargo enfrentamiento en torno al plan de reforma judicial de Netanyahu pone de relieve el problema estructural de "Israel". La población judía israelí está dividida por la mitad: Ashkenazi frente a Mizrahi; "equilibristas" laicos frente a exclusivistas de la "judeidad", sin que ninguna de las partes esté dispuesta a dar marcha atrás y afirmando cada una ser la "más democrática"; y cada una con una visión de "Israel" que es totalmente incompatible con la de la "otra". "Israel" se encuentra en la cúspide de un conflicto civil de baja intensidad.
Del mismo modo, la polarización y la creciente división política de Estados Unidos, que para algunos estadounidenses también presagia algún tipo de secesión interna como única solución a la putativa desintegración del propio país, no surgen -como insisten sus líderes políticos- de fuerzas externas (de Rusia, China o Irán), sino de sus propias contradicciones no resueltas.
Las propias contradicciones estructurales estadounidenses de una economía hiperfinanciada, que succiona la sustancia de su anfitrión de la economía real -de una sociedad que vive temblando de miedo a la factura del hospital; de la desesperación por llevar a sus hijos a la universidad con sus desorbitadas tasas; y de un sistema político en parálisis casi constante, una confrontación de suma cero- son autogeneradas y no son "demonios" externos (excepto, quizá, en las profundidades de la psique inconsciente).
He aquí el contraste: La región se está liberando de las divisiones y cismas del pasado. Sin embargo, las "grandes potencias" occidentales se hunden cada vez más en las suyas. Esta confluencia es sistémicamente inestable: representa un desequilibrio y probablemente conducirá a un periodo de agitación sostenida.