Los refugiados sirios, entre dos decisiones simultáneas
En su artículo exclusivo para Al Mayadeen English, el autor señaló que en Líbano existe hoy un raro consenso sobre la necesidad de garantizar el retorno seguro y digno de más de 1,5 millones de refugiados.
En el mismo plazo, el Parlamento Europeo resolvió unilateralmente que los refugiados sirios permanecieran en Líbano en contra de la voluntad de su pueblo y de su gobierno, y el Programa Mundial de Alimentos decidió recortar en un tercio la ayuda a los refugiados en los campos jordanos (de 32 a 21 dólares mensuales por persona) tras eliminar a 50 mil refugiados de la lista de beneficiarios de la ayuda con el pretexto de priorizar el apoyo a las familias más pobres.
La sospechosa coincidencia en el tiempo de ambas decisiones habla de los dos aspectos principales de la perspectiva general de Occidente respecto a la cuestión de los refugiados en general y de los refugiados sirios en particular. El primero es confinar las oleadas de desplazados, tanto antiguas como nuevas, en los países del sur del Mediterráneo y evitar que se extiendan a los Estados del norte, mientras que el segundo es disminuir su propia parte de responsabilidad y trasladar la carga de acoger a los refugiados a los países de acogida, agotados financiera y económicamente.
La situación se complica aún más cuando los Estados de la UE (junto con el Reino Unido y Estados Unidos) se oponen a cualquier intento o iniciativa de apertura hacia Damasco y su gobierno para encontrar soluciones a los numerosos problemas relacionados con las repercusiones de la crisis siria, incluido el expediente de los refugiados.
Cada vez está más claro que Occidente no quiere una solución a la crisis de los refugiados que implique su repatriación hasta que se ajusten las cuentas con Damasco y sus aliados. Occidente no sólo no está dispuesto a aceptar más refugiados, sino que, de hecho, está intentando reubicar a algunos de ellos. Para empeorar las cosas, se ha vuelto reacio a soportar la carga financiera de los programas de ayuda y rehabilitación, especialmente desde la guerra de Ucrania, y trata de trasladar los costes a Estados y gobiernos que apenas pueden satisfacer las necesidades básicas de sus propios ciudadanos.
Por poner un ejemplo de esta retórica occidental, la declaración del Parlamento Europeo está llena de sermones sobre los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, pero ignora el hecho de que hace recaer la carga sobre los débiles mientras hace la vista gorda ante los poderosos Estados y aliados occidentales que violan estos marcos morales y de derechos humanos y que además tratan a los refugiados en su propio suelo con extrema condescendencia.
El Reino Unido y Dinamarca han llegado a acuerdos con Ruanda para "reubicar" a los refugiados a cambio de un puñado de dólares, y el gobierno de Rishi Sunak está dejando a los refugiados amarrados en barcazas abarrotadas en puertos cerrados, con prohibición de entrada o salida sin permisos especiales de seguridad.
"Israel", aunque no suele ser un destino para los refugiados (sino a menudo la causa de su desplazamiento), se ha hartado del escaso número de migrantes africanos que llegan a sus fronteras a través del Sinaí y los está "reubicando" en Uganda y Eritrea por una mísera suma. Y no olvidemos el "Muro de la Vergüenza" que Donald Trump se jactó de construir en la frontera entre Estados Unidos y México.
Desde las primeras etapas y manifestaciones de la crisis siria, el expediente de los refugiados sirios se ha politizado. El grupo Amigos de Siria creyó que proporcionaría una carta fuerte para ser utilizada en su guerra contra Damasco y sus aliados. El grupo incluso animó a los ciudadanos sirios a cruzar las fronteras, prometiéndoles que les esperaría una generosa ayuda y asistencia al otro lado. Las dificultades económicas anteriores a la guerra y exacerbadas se utilizaron para animar a más sirios a abandonar su país.
Los países de acogida se vieron motivados a abrir sus fronteras a sucesivas oleadas de refugiados basándose en valoraciones de los primeros años de la crisis, algunas de ellas ingenuas y otras manipuladoras, que predecían una inminente resolución militar del conflicto con Damasco y que los días de Assad estaban contados. Por tanto, los refugiados no permanecerían mucho tiempo fuera de su país y pronto regresarían con los "conquistadores".
Los generosos programas de financiación cegaron a los países de acogida ante los efectos a largo plazo de este expediente en sus economías, sociedades y, en ocasiones, en su seguridad y estabilidad.
Uno de los principales objetivos de los Amigos de Siria, cuyo número y papel han ido disminuyendo, era utilizar la carta de los refugiados como medio para presionar a Damasco, deslegitimar su régimen político y garantizar que un bloque sustancial de refugiados en la diáspora votara al candidato elegido por los miembros influyentes del grupo en caso de nuevas elecciones como parte de un proceso político diseñado para cambiar el régimen y llevar a Siria a la era post-Assad.
Pero nada de esto ocurrió, y las posibilidades de que ocurriera disminuían cuanto más avanzaban Damasco y sus aliados en el campo de batalla, especialmente tras la intervención militar de Rusia en 2015. La magia había empezado a volverse contra el mago, y el reloj de arena que marcaba la cuenta atrás hacia la desaparición del régimen se hizo añicos. La cuestión de los refugiados pasó de ser una carga para Damasco a convertirse en una carga más pesada para los Estados miembros de Amigos de Siria, especialmente los vecinos de Siria.
En Líbano, un país profundamente dividido en casi todo, existe hoy un raro consenso sobre la necesidad de garantizar el retorno seguro y digno de más de 1,5 millones de refugiados. Este país, quizás con el equilibrio demográfico más precario del mundo, sufre actualmente un colapso económico y financiero que roza la bancarrota, junto con un colapso no menos grave en el funcionamiento y el rendimiento de las instituciones estatales, con puestos clave en los sectores político, financiero y de seguridad vacantes y todo el Estado funcionando bajo una administración provisional.
Líbano, más que ningún otro país, se tambalea bajo el peso de esta pesada crisis, y su única salida de la unidad de cuidados intensivos es poner manos a la obra para encontrar una solución. Jordania, por su parte, acoge a un número similar de refugiados (1,3 millones) y también sufre una crisis económica devastadora, aunque menos grave que la libanesa, así como un delicado equilibrio demográfico, aunque menos precario que el libanés. Durante años, Jordania ha luchado contra la disminución del entusiasmo de los donantes internacionales para financiar los planes nacionales de respuesta a la crisis de los refugiados sirios. En la actualidad, Turquía se enfrenta al reto de que la ayuda se reduzca para algunos refugiados y se retenga por completo para otros.
Turquía teme quedarse sola para soportar la pesada carga de este expediente. Ésta, entre otras cuestiones, fue una de las razones que la impulsaron a adoptar un nuevo enfoque hacia Siria, a buscar activamente un enfoque árabe similar y a tomar la iniciativa de tender la mano a Damasco en su propio nombre y en el del grupo de trabajo árabe sobre Siria.
Turquía, sin embargo, ha sido una de las más insinceras a la hora de abordar la crisis de los refugiados sirios. Inicialmente abrió sus puertas a cifras cercanas a los cuatro millones de refugiados en un intento de crear una base de apoyo al gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y al "Sultán" entre las filas de la oposición siria y en la "Siria post-Assad". Turquía explotó a cientos de miles de refugiados en su proyecto de "ingeniería demográfica siria" en las zonas del norte. Ankara tampoco dudó en utilizar a los refugiados como munición en sus conflictos con Europa Occidental abriendo sus fronteras con el Viejo Continente a sucesivas oleadas de refugiados en un intento de extorsionar a Europa antes de zanjar la cuestión con acuerdos financieros y políticos que ya no son un secreto para nadie.
Hoy, la cuestión de los refugiados sirios ha pasado de ser una munición para Erdogan a una carga sobre sus hombros. También se ha convertido en un tema candente en las campañas electorales parlamentarias y presidenciales, lo que casi supuso la perdición del AKP y de su líder. También ha sido un factor clave para envenenar las relaciones sociales entre las comunidades locales y las poblaciones de refugiados, alimentando tendencias nacionalistas de línea dura y propagando una cultura de fanatismo.
Como en el caso de Jordania y Líbano, esta cuestión ha llevado a Ankara a replantearse su relación con Damasco y a adoptar un nuevo enfoque hacia Siria, cuyas características aún no se han perfilado del todo.
Los Estados que acogen a refugiados sirios, todos ellos aliados de Occidente y Estados Unidos, han empezado a darse cuenta de que la clave para resolver este aprieto está en manos de Occidente. Entienden que están en juego sus propios intereses, y son víctimas secundarias de la política de sanciones que impide cualquier avance significativo hacia la pronta recuperación de la economía siria. Esta reactivación económica es un requisito necesario y una condición previa para motivar a los refugiados a regresar a sus hogares, someterse a rehabilitación y reintegrarse en sus comunidades locales.
Las sanciones son también un obstáculo para la nueva iniciativa árabe hacia Siria aprobada en Ammán y Jeddah como una hoja de ruta en la que se esboza lo que las distintas partes deben lograr según el principio de "paso a paso", como parte de una visión global para resolver la crisis siria en todos sus aspectos, desde la dimensión de seguridad (contrabando) hasta los aspectos humanitarios (cuestiones relativas a los refugiados, socorro y ayuda), y en última instancia alcanzar una solución política.
Al grupo de contacto árabe y a la institución de la cumbre árabe no les queda otra opción que trabajar para proporcionar un paraguas colectivo que proteja a los Estados afectados de los peligros de las sanciones y de la Ley Cesar. Washington puede haber adoptado una postura amenazadora y de advertencia contra los normalizadores con Washington, pero no se atrevería a imponer sanciones a todos sus amigos y aliados de la región si se unieran en una postura y voluntad colectivas. En ese caso, Estados Unidos se verá obligado a negociar la reducción de las sanciones como paso previo a su levantamiento.
Por tanto, la receptividad de Damasco al plan acordado en Ammán y Jeddah y su compromiso de cumplir su parte de medidas recíprocas desempeñarán un papel crucial en el refuerzo de este nuevo enfoque en la acción colectiva árabe.