La guerra en sus tres frentes: Quien se apresura antes de tiempo, sufre las consecuencias del castigo
Irán no cerró la cuenta, tal como lo indican múltiples mensajes en X en varios idiomas del Líder Supremo. La República Islámica no se desanima, sino que continúa la construcción de un “equilibrio de disuasión” con “Israel”.
Las estimaciones israelíes sobre una ofensiva militar contra Irán han recorrido todas las hipótesis posibles, inclinándose, en su mayoría, hacia una exageración de los efectos que podría tener.
Esta postura, abanderada principalmente por Netanyahu y los líderes de su gobierno, no ha sido acogida con credulidad por un amplio sector de la población israelí, que muestra escepticismo hacia dicha narrativa.
Sin embargo, un análisis de las posiciones y tendencias predominantes en “Israel” revela un consenso en tres conclusiones clave: La primera es que el ataque israelí se produjo sin que Irán respondiera inmediatamente, lo cual ha sido un contraste notable con los recientes ataques israelíes a principios de octubre en el norte de Teherán y el sur de Beirut.
La segunda es que la intensidad del ataque fue considerablemente inferior a las amenazas y advertencias que anticipaban un golpe devastador del que Irán no lograría recuperarse ni identificaría siquiera el origen del impacto.
La tercera, no menos importante, es que Irán, si bien percibe la violación de su soberanía y ha sufrido daños humanos y materiales, no se muestra disuadido; por el contrario, conserva su capacidad para “responder a la respuesta”, algo que podría ocurrir en cualquier momento, como lo demuestran las medidas preventivas que “Israel” ha tomado, entre ellas el aplazamiento de la apertura de oficinas de reclutamiento, la cancelación de reuniones de gabinete en sus sedes habituales y su traslado a lugares secretos.
En Irán, las reacciones han seguido varias líneas de evaluación sobre los efectos de la agresión sufrida, con una inclinación notable a minimizar sus impactos y alcance, hasta que el Líder Supremo intervino en el debate, advirtiendo contra los riesgos tanto de subestimar como de exagerar las repercusiones.
Un análisis de las posturas en Teherán muestra también tres conclusiones principales:
Primero, que el ataque contra Irán es una agresión flagrante, que no puede considerarse una represalia por acciones iraníes, dado que el ataque de Irán a principios de octubre fue, a su vez, una respuesta ante un ataque previo de Israel en el norte de Teherán, cuyo blanco fue el mártir Ismail Haniya, un invitado de la República Islámica.
La segunda conclusión es que la respuesta iraní al ataque israelí es inminente, y que las autoridades competentes evalúan el momento, lugar, objetivos y medios para ejecutar dicha represalia, teniendo en cuenta los cálculos, intereses y prioridades de Teherán.
La tercera conclusión es que es necesario construir una “legitimidad” para esta respuesta, ya sea en los foros internacionales o en el ámbito regional, basada en la reciente experiencia favorable con países árabes que han adoptado una postura neutral y en la condena de la mayoría de estos países frente a la agresión israelí.
En resumen, Irán no ha cerrado cuentas, como lo han dejado entrever varios "tuits" del Líder Supremo en distintos idiomas; el país persa no se muestra disuadido, sino que prosigue su camino hacia la construcción de un “equilibrio de disuasión” con Israel.
Por su parte, aunque “Israel” parece estar a la espera y en estado de observación ante una posible respuesta iraní, sigue diseñando y preparando una nueva ofensiva, con ataques más profundos y contundentes en el interior iraní.
Según estimaciones, ambas partes entraron en una fase de enfrentamientos directos, sin renunciar a la estrategia de “guerras indirectas” que abarcan toda la región, ni a las opciones de guerra de inteligencia, asesinatos, confrontaciones en las sombras y ciberataques.
Dentro de esta espiral de ataques y represalias, “Israel” destaca en términos de superioridad tecnológica e inteligencia, pero existen límites evidentes en esta ventaja, como lo demuestra la “prisa” israelí por conseguir el respaldo de Washington y obtener luz verde de la Casa Blanca.
“Israel”, en consenso con sus expertos, ha comprendido que no puede lanzar ataques estratégicos contra Irán sin la participación directa de Estados Unidos y que no puede afrontar las represalias iraníes sin la red de seguridad proporcionada por el apoyo estadounidense.
En este contexto, el papel de Israel se reduce y vuelve a sus proporciones naturales, desprovisto de la exageración previa, y Netanyahu se ve obligado a retornar al “regazo” de Estados Unidos como un "hijo pródigo", en contraste con su posición en los frentes libanés y palestino, donde ha logrado imponer sus condiciones y prioridades a Washington, convenciendo a la Casa Blanca de que el Líbano y Palestina son “asuntos internos de Israel”, en los que Tel Aviv debe tener la última palabra para definir las rutas de la guerra y la paz.
Por su parte, Irán cuenta con una ventaja en términos de capacidad para soportar una nueva versión de la “guerra de ciudades”, experiencia que vivió durante los ocho años de conflicto con Irak.
La nación persa dispone de una profundidad geopolítica que se extiende por 1,65 millones de kilómetros cuadrados, una población de alrededor de 85 millones de habitantes y una avanzada generación de “armas de los pobres” —misiles y drones— capaces de paralizar a “Israel” y de superar las defensas sucesivas que Estados Unidos ha desplegado para interceptar ataques iraníes, considerando que prácticamente todos los objetivos estratégicos de Israel están concentrados en una franja de apenas 100 kilómetros de longitud y 20 de ancho, lo que la convierte en un blanco vulnerable.
En el debate sobre las razones que llevaron a “Israel” a renunciar a un ataque “devastador”, “fulminante”, “letal”, “aniquilador” —términos no propios, sino empleados por sus líderes y generales— para decantarse por una ofensiva relativamente moderada y contenible, los observadores apuntan a la presión de la administración Biden sobre el gobierno de Netanyahu.
Este es uno de los dos factores principales que no deben ignorarse. El segundo se relaciona con el temor de Israel al “día después” de la agresión, así como a los posibles efectos de las contundentes represalias iraníes en un Estado que libra una guerra en varios frentes, siendo Gaza y Líbano los más relevantes en los últimos trece meses.
Es cierto que Washington no desea una guerra regional de gran envergadura a pocos días de unas elecciones presidenciales históricas y delicadas, y después de dos derrotas consecutivas en las últimas dos décadas, en Irak primero y luego en Afganistán.
También es cierto que la Casa Blanca supo cómo utilizar la situación de Netanyahu para presionarlo lo suficiente a fin de que cumpliera con las reglas del juego y respetara los límites de su poder. Sin embargo, también es cierto que, a pesar del clamor constante de la extrema derecha por el conflicto, las esferas de seguridad y defensa en Israel sabían muy bien que no existe un golpe militar capaz de derrotar a Irán, derrocar su régimen o incitar una guerra civil dentro de sus fronteras.
Estas son “profecías” de algunos analistas árabes presuntuosos, que probablemente reflejan más deseos que predicciones. Israel temía el escenario del “día después”, especialmente porque su ataque a Irán coincidió con la rápida recuperación de Hizbullah tras los golpes recibidos desde el 17 de septiembre, incluido el asesinato de su secretario general y otros ataques graves.
Actualmente, Hizbullah se encuentra en plena construcción de un “equilibrio de disuasión” contra “Israel”, reflejado en los conflictos fronterizos, el lanzamiento de misiles de diferentes alcances y el desalojo de numerosos asentamientos en el norte del país.
Respecto a la “guerra regional de gran envergadura” que algunos temen, no está claro cómo se desarrollaría entre dos países separados por varias naciones y una distancia mínima de mil setecientos kilómetros entre sus fronteras más cercanas.
Si estos ataques recíprocos no constituyen una guerra amplia, entonces ¿cómo sería esta y qué características debería tener para serlo? Esto tendría sentido solo si se espera la intervención de otros actores en apoyo de Irán, como facciones aliadas, o de Estados Unidos respaldando a Israel directamente.
Estos dos factores —el éxito de Irán en absorber el golpe israelí y la pronta recuperación de Hizbullah— sugieren que la guerra en la región está en el umbral de una nueva etapa, cuyo tema central es el descenso de las expectativas y sueños sombríos que Israel no tardó en revelar.
Ni Líbano está dispuesto a aceptar el “1701 plus” o a coronar un presidente sumiso bajo los parámetros de Amos Hochstein, ni la Resistencia palestina en Gaza se encuentra en una posición que la obligue a aceptar la “tregua de dos días” o el “proyecto de comité de apoyo comunitario”, ambos diseñados para minimizar las aspiraciones del pueblo palestino y frustrar los objetivos de la resistencia, que buscan el fin definitivo de la guerra, la retirada total de Gaza, la entrada de ayuda humanitaria y un intercambio serio de prisioneros entre ambas partes.
Muchos se apresuraron a lanzar gritos de victoria y mostraron lo peor de sus intenciones.
Creyeron que la región estaba bajo su control y que todas las proclamas de Netanyahu se harían realidad. No advirtieron, en su euforia, que los propios israelíes ya estaban comenzando a descender gradualmente de su posición intransigente y que las declaraciones de Halevi sobre el Líbano y de Galant sobre Gaza no son más que el preludio de un cambio.
Este cambio se materializa a medida que continúan cayendo los misiles de Hizbullah en el interior israelí, la resistencia en Gaza se mantiene firme y cohesionada, y Teherán se prepara para responder al ataque israelí, dejando abierta la cuenta con Tel Aviv en todos los frentes.
Verdaderamente, los árabes acertaron al decir: quien se apresura antes de tiempo, sufre las consecuencias del castigo.