Estados Unidos y el negocio de la guerra
En un año de campaña electoral, conviene revisar algunos números y algunos mitos fundamentales de la maquinaria nacional militarizada.
En un mundo donde la guerra y los bloques militares ocupan cada vez más espacio, una nación destaca por encima de las otras. El hegemón imperialista de los siglos XX y lo que va de XXI, Estados Unidos, es sin dudas el país que más recursos destina a la maquinaria bélica, el de mayor presencia militar a nivel internacional y, probablemente, aquel donde más claramente se ve a lo interno la simbiosis entre los intereses de la élite capitalista y el poderoso complejo militar-industrial, que tanto preocupara a Eisenhower al final de su mandato.
Desde su surgimiento, la nación norteamericana tuvo una clara proyección expansionista. Primero sobre los territorios cercanos a su frontera y luego con una proyección continental y extracontinental creciente. La inversión en el desarrollo de una formidable marina de guerra, su crecimiento económico y su papel ventajoso en la primera y, sobre todo, la segunda guerra mundial, determinaron el ciclo de su ascenso como potencia militar.
El derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la desaparición del Pacto de Varsovia, único bloque militar en paridad relativa con la Organización del Atlántico Norte (OTAN), determinó una mayor escalada imperialista, con un ciclo de invasiones que comprenden desde países de Medio Oriente y el norte de África, hasta naciones europeas, como es el caso de los territorios de la antigua Yugoslavia.
En un año de campaña electoral, conviene revisar algunos números y algunos mitos fundamentales de esta maquinaria nacional militarizada, para entender que, si algo ha sido constante en la historia reciente de los Estados Unidos, sin importar el partido político en el poder, es el aumento del gasto militar, la privatización del negocio de la guerra y el expansionismo imperial.
Algunos números
Donald Trump se presenta nuevamente a las elecciones presidenciales este año 2024. Su campaña y sus acólitos repiten con insistencia que es el único presidente en la historia reciente del país que no ha iniciado ninguna guerra. Esto, que tomado a la ligera, pudiera interpretarse como una inclinación pacifista por parte del magnate republicano, oculta el hecho de que tampoco concluyó ninguna, bajo su mandato continuó la tendencia de aprobar cada año un mayor gasto militar, se continuó deteriorando la inversión social y se agudizaron situaciones de conflicto en numerosas regiones, fundamentalmente por decisiones como la del asesinato del general iraní Qasem Suleimani en Irak.
En su acuciosa investigación Esclavos Unidos, La otra cara del American Dream (Akal, Ciencias Sociales, 2022) la periodista Helena Villar recoge varios datos que dan una idea de la magnitud del negocio militar en el país, en detrimento de otros sectores esenciales. Así, por ejemplo, en 2019 el presupuesto gubernamental aprobado suponía un 61 por ciento de gasto militar, mientras sanidad o educación eran apenas el 5 por ciento.
Para 2024, el presupuesto militar aprobado en el país asciende a la cifra récord de 877 mil millones de dólares, lo cual representa el 39 por ciento del gasto militar global. Todo para sostener el voluminoso entramado burocrático-militar (solo el edificio del Pentágono tiene más de 20 mil trabajadores), los numerosos contratos multimillonarios con empresas del sector privado y el número creciente de efectivos, equipos y bases militares dentro y fuera del país. En una documentada investigación compartida en el sitio Canal Abierto, de Argentina, el investigador venezolano Sergio Rodríguez Gelfelstein sostiene que esta cifra podría ser solo la punta del iceberg, y que el gasto militar real del país pudiera ser incluso el doble del declarado oficialmente, ya que “áreas clave del gasto militar estadounidense están incluidas en otras partes del gasto federal y no entran en la categoría de “gasto de defensa””. Por solo mencionar algunas, el monto de los gastos espaciales federales, el seguro médico militar y las subvenciones a países extranjeros (como Ucrania o "Israel"), que son partidas independientes.
Según el medio español La Razón, Estados Unidos tiene unas 173 mil tropas desplegadas en unas 254 bases militares en todo el mundo, desde la isla de Guam hasta Groenlandia. El medio digital e-Duque eleva esta cifra hasta 800 bases y alrededor de 300 mil efectivos. Citando una investigación del Instituto CATO, se estima que solo las bases militares en Medi Oriente tienen un costo militar anual que oscila entre los 91 mil millones y los 121 mil millones de dólares.
Como muchos otros temas en Estados Unidos, lo militar ha sufrido un proceso de privatización creciente. El gobierno destina fondos federales a costosos programas de armamento o subcontrata directamente las operaciones en el terreno. El resultado es que un pequeño grupo de empresas han visto aumentar exponencialmente sus ingresos con dinero público, muchas veces canalizado de maneras no del todo transparentes. El propio Pentágono es un agujero negro financiero que nunca ha sido sometido a una auditoría independiente. Según refiere en su libro Helena Villar, la única vez que se intentó, en 2017, costó más de 400 millones de dólares y un ejército de más de mil auditores, los cuales se dieron por vencidos un año después, al no poder justificar todos los gastos del coloso burocrático militar. Algo que fue convenientemente ignorado por la gran prensa cartelizada.
Según datos del portal Statista, para 2022, entre los 20 principales fabricantes de armamento a nivel mundial, diez son empresas norteamericanas. Las tres que encabezan la lista son Lockheed Martin con una cotización ese año de más de 63 mil millones de dólares, RTX (conocida anteriormente como Raytheon Technologies) con 39 mil millones y Northrop Grumman, con 32 mil millones. Todas ellas son productoras y proveedoras de las principales tecnologías y servicios usados por ejército norteamericano.
“Curiosamente” estas tres empresas, según el medio digital Estrategias de Inversión, han visto elevarse significativamente sus cotizaciones en medio del actual genocidio israelí en Gaza. Como proveedoras del ejército sionista, el cual es una extensión del ejército americano, Lockheed Martin ha recibido contratos por más de cinco mil 700 millones de dólares lo cual ha aumentado su cotización en bolsa un 10 por ciento. Raytheon Technologies la aumentó un 5,9 por ciento y Northrop Gumman un 15,5 por ciento. La muerte de decenas de miles de niños, mujeres y hombres palestinos ha sido un negocio sumamente rentable.
Destruyendo mitos
Para sostener la legitimidad de este continuo drenaje de fondos públicos hacia compañías privadas en detrimento de la inversión social, se han fundado una serie de mitos que buscan reforzar en la conciencia de la ciudadanía el carácter del ejército como institución central que encarna los valores y el proyecto de la idílica nación norteamericana.
Quizás dos de los mitos centrales sean el que sostiene que el ejército norteamericano es guardián y garante de los valores fundamentales de la nación norteamericana, valores que, además, está obligada a defender en cualquier parte del mundo que se encuentren amenazados, algo que conecta totalmente con la alta religiosidad de la sociedad estadounidense y su autopercepción como la nación elegida que carga con una misión sagrada. El otro mito significativo es el supuesto poderío indisputado de la maquinaria militar, reforzado constantemente mediante la publicidad en múltiples soportes y en el discurso político norteamericano.
Sin embargo es relativamente fácil desmontar ambos mitos. La “defensa de los valores occidentales” acaba expresándose, de modo general, en la invasión y destrucción de países que se perciben como amenazas al proyecto de dominación imperialista del gran capital, independientemente de que puedan cumplir o no con los estándares “democráticos” de Washington. Mientras, algunos de los más cercanas aliados son férreas y despóticas monarquías familiares.
La historia de los siglos XX y XXI aporta numerosos ejemplos de cómo luego de la intervención norteamericana en un país, sobreviene por lo general el ascenso de feroces dictaduras, el caos y la corrupción. El único verdadero beneficiario es el gran capital, que encuentra puertas abiertas para establecerse y exprimir las riquezas naturales y sociales del país víctima.
El mito patriótico del ejército norteamericano oculta que cientos de miles de hombres y mujeres, fundamentalmente de clase trabajadora, sirven regularmente de carne de cañón para aventuras imperialistas, que no solo destruyen la tranquilidad y la vida de millones de personas en países a veces sumamente lejanos de los Estados Unidos, sino que también destruye a los propios soldados en el proceso, los cuáles una vez regresan se encuentran con escasos programas de apoyo y acaban engrosando las cifras de suicidio, drogadicción y personas en situación de calle en las principales ciudades del país. Es la misma dinámica de siempre: la falsa bandera del patriotismo y los valores esconde una estructura de explotación que usa a la clase trabajadora estadounidense en contra de la clase trabajadora de otros países y, una vez dejan de ser útiles, los desechan sin remordimientos.
El mito de la imbatibilidad del ejército norteamericano ha sufrido numerosos reveses en la historia reciente y, si aún subsiste, es por la apuesta permanente por la desmemoria que caracteriza a las estructuras ideológicas de dominación del gran capital. Desde la histórica derrota en Vietnam hasta las recientes acciones de los hutíes en Yemen, las milicias de resistencia popular demuestran que, con ingenio y escasos recursos, es posible vencer a la inmensa maquinaria de muerte. Mientras un misil Tomahawk de crucero cuesta 569 mil dólares, un destructor está en torno a los 22 mil 400 millones de dólares y un F16 unos 14 mil 600 millones de dólares, un dron capaz de cargar una carga explosiva está en el entorno de los 25 mil dólares. Armas de miles de dólares, destruyen armas de millones.
Pero quizás el principal factor en este punto sea la naturaleza de los ejércitos. Mientras un ejército imperialista lucha a miles de kilómetros de su país apelando a ideales genéricos, las milicias y ejércitos nacionales luchan por su país y por causas que les son cercanas, lo cual dota su lucha de un sentido que nunca tendrá la invasión imperialista.
Las primeras y más evidentes víctimas de este absurdo negocio de la guerra es el propio pueblo norteamericano. No solo drenan fondos públicos, sino que además estas grandes corporaciones han llenado el país de armas y gastan millones en campañas de cabildeo para garantizar que ninguna ley restrinja el lucrativo negocio. Una sociedad con miedo y, al mismo tiempo embutida de patrioterismo, verá con buenos ojos las armas. Las armas para defenderse del otro, visto como una amenaza permanente y las armas para defender a su “gran nación”. Las constantes masacres y tiroteos, los veteranos destrozados física y moralmente, son solo algunos elementos incómodos, que resulta conveniente ocultar bajo el tapete.