Las grandes omisiones de un debate presidencial
Para los contendientes en las próximas elecciones en Estados Unidos, Donald Trump, (Republicano) y Kamala Harris (Demócrata), los grandes problemas como la crisis climática, la situación de la salud pública y los grandes gastos de la industria militar no cuentan a la hora de realizar sus debates.
Este 10 de septiembre, Kamala Harris y Donald Trump sostuvieron el que quizás sea su único debate previo a las elecciones el próximo mes de noviembre. En esta ocasión la candidata demócrata logró mejorar el mal sabor de boca y el descontento que había dejado en el electorado la actuación del presidente saliente Joe Biden. Incluso, por momentos, logró arrinconar a su rival y ponerlo a la defensiva, lanzando incisivas críticas sobre la gestión de Trump en temas candentes como la pandemia y la inmigración.
Las encuestas, que previo al debate daban una ventaja en la intención de voto a Donald Trump, anuncian ahora una contienda mucho más reñida, dando a ambos candidatos números similares. Más allá de la limitada efectividad de las encuestas, estos números indican que la actuación de Harris tuvo un impacto positivo y la colocan firmemente en la carrera por el Despacho Oval.
Como es típico en esta clase de shows políticos, los candidatos se movieron en una serie de temas de la agenda interna y exterior del país, pero evitando plantear de frente algunos de los principales problemas que aquejan a Estados Unidos y que se derivan del papel que esta nación desempeña en la arena internacional. En lugar entonces de centrarse en los puntos del debate, convendría centrarse en algunos de los grandes temas omitidos en este.
La crisis climática
Estados Unidos tiene la huella ecológica más grande del mundo. Investigadores del Global Footprint Network calcularon que, si todos los habitantes del mundo tuvieran el mismo nivel de consumo que un estadounidense promedio, se necesitarían 5,1 planetas como la tierra para satisfacer esta demanda.
Desde 1850, Estados Unidos ha sido el responsable del 27 por ciento de las emisiones de CO2 del mundo. Cada ciudadano norteamericano emite, como promedio 16,39 toneladas métricas de este gas que contribuye al efecto invernadero. Otro de los gases que contribuye a este efecto es el metano, producido, entre otras, por actividades petroleras, crianza de ganado, cultivo de alimentos y vertederos de basura. Estados Unidos produce más de 500 millones de toneladas de este gas al año. El país también tiene uno de los mayores índices a nivel global de consumo de electricidad por persona, con un promedio de 12,98 kilovatios hora.
Recientes estudios han revelado importantes niveles de contaminación en los ríos y lagos de la nación norteamericana, producto de actividades agrícolas invasivas y prácticas como la de fracking para la extracción de petróleo, la cual Kamala Harris primero anunció que prohibiría para luego declarar que no tiene ninguna intención de prohibir. Esto, sumado al deterioro de la calidad del aire, genera importantes retos de salud pública a nivel nacional e internacional, para los cuales los dos candidatos en la carrera electoral en curso no tienen ninguna propuesta ni pretenden abordar.
La crisis de la salud pública
A pesar de ser todavía hoy el país más rico del mundo, la salud pública en Estados Unidos se ha deteriorada a niveles sin precedentes. Hay carencia de especialistas médicos, que se refleja en datos como los compartidos recientemente por CNN y que revelan que uno de cada tres condados en el país no cuenta con un solo obstetra, lo que afecta el acceso de las mujeres embarazadas a los servicios sanitarios.
Adicionalmente, los altos costos de los medicamentos y los servicios de salud y las limitaciones en las coberturas de los seguros obligan a cientos de miles de ciudadanos norteamericanos a buscar soluciones más económicas (se han documentado casos de uso de medicamentos para peces como substitutos de otros medicamentos más costosos), soslayar la atención médica o ir al extranjero buscando opciones más económicas para sus padecimientos. La pandemia evidenció la crisis y las importantes limitaciones que arrastra el sistema de salud norteño, sin embargo la reforma del sistema de salud no está entre las prioridades de ninguno de los dos principales partidos, otro claro ejemplo del divorcio entre las necesidades del pueblo y las élites políticas en el país.
Para agravar aún más el panorama, el cirujano general de los Estados Unidos advertía recientemente sobre la necesidad de considerar los niveles de violencia armada en el país como una crisis de salud pública. Los expertos calculan que alrededor de 400 millones de armas circulan por las calles del país en manos particulares. En 2020, las heridas por arma de fuego superaron, por primera vez, a los accidentes de tráfico como la principal causa de muerte de niños y adolescentes en Estados Unidos. Según el propio cirujano general, la mortalidad por armas de fuego entre los jóvenes estadounidenses es casi seis veces la de Canadá, 23 veces la de Australia y 73 veces la del Reino Unido.
Desde luego, la Asociación Nacional del Rifle se ha opuesto sostenidamente a este enfoque y el debate a profundidad sobre el tema. Y como este lobby armamentístico es uno de los principales financistas electorales de ambos partidos, no solo los candidatos han evitado pronunciamientos firmes y profundos sobre el tema, sino que es poco probable que emprendan en el futuro alguna política que modifique sustancialmente la situación.
El negocio de la guerra
En el debate de este 10 de septiembre sí se abordaron, someramente, dos guerras. La de Ucrania, que Trump volvió a asegurar resolvería con prontitud, y el genocidio israelí en Gaza. En el segundo caso, ambos candidatos se esforzaron por mostrarse como decididos amigos de “Israel”. Esta defensa descarada ante la opinión pública estadounidense del régimen filofascista de Kiev y del sionismo da una idea del pobre nivel del debate sobre la guerra en el país.
La guerra es uno de los grandes negocios de la economía norteamericana. El país destina cada año cifras astronómicas a su gasto militar, buena parte de las cuales se quedan en el bolsillo de unas pocas corporaciones. Según un estudio realizado por Global Times, los contratistas de armas en el país recibieron casi la mitad (unos 400 mil millones de dólares) de los 858 mil millones en el presupuesto de defensa de 2023. La guerra de Ucrania ha representado para las empresas del sector militar norteamericano un aumento de su valor en bolsa en el entorno de los 24 mil millones de dólares.
En 2023 Estados Unidos vendió un 56 por ciento de armas más en el extranjero que en el año 2022. Todas estas armas y todo este dinero servirán para engrosas fortunas dentro de las élites norteamericanas, al mismo tiempo que se alimenta el conflicto proxy en Ucrania, el genocidio israelí, las tensiones entre Taiwán y China y múltiples conflictos regionales en Asia, Medio Oriente y África, donde Estados Unidos tiene intereses imperialistas.
Mientras se drenan estos recursos a guerras en el extranjero, los presupuestos anuales de salud y educación disminuyen, agravando crisis sociales latentes en la sociedad norteamericana. Resulta asombroso constatar como una nación se deja engañar por un show político centrado en el ego de los contendientes, sus mutuas ofensas y promesas generales que intentan sustituir la falta de un programa concreto para dar respuesta a los grandes problemas de la nación.
La élite política norteamericana, presa de la lógica imperialista, gobierna en su exclusivo interés, olvidando aquella famosa advertencia, atribuida a Abraham Lincoln, sobre la imposibilidad de engañar a todo el pueblo, todo el tiempo. El show de este 10 de septiembre no fue ninguna excepción, ni cabe esperar ningún cambio significativo por parte de los candidatos en curso. Ambos son herramientas de una agenda mayor.