¿Qué está pasando en la República Democrática del Congo?
Rosa Moro expone el continuo saqueo, respaldado por Occidente, de la vasta riqueza mineral de la República Democrática del Congo, destacando el papel de Ruanda en las atrocidades y la lucha geopolítica por los recursos en medio de una crisis humanitaria que empeora.
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¿Qué está pasando en la República Democrática del Congo?
El vasto territorio de la República Democrática del Congo (RDC) es probablemente la zona más rica del planeta en recursos naturales, sobre todo en su parte oriental, coincidente con la cola final de la fractura tectónica del Valle del Rift, donde los minerales afloran a mayor profundidad y en mayor concentración.
Al mismo tiempo, su población se encuentra entre las más pobres del mundo, según las mediciones de desarrollo y pobreza de la ONU. Frente a la narrativa estandarizada de “la maldición de la riqueza”, hay que recordar que la verdadera maldición no es la riqueza natural, sino el sistema capitalista, que prioriza los beneficios económicos sobre la vida de las personas.
Desde que Estados Unidos y Bélgica, con el apoyo de todas las potencias occidentales, pusieron fin al gran sueño de independencia del Congo asesinando a Patrice Lumumba, las potencias occidentales han ejercido el control sobre esa riqueza por toda la violencia necesaria. En las últimas décadas, China ha llegado como nuevo socio comercial y es hoy uno de los principales exportadores de recursos naturales del Congo, pero el gigante asiático no utiliza la violencia para extraer materias primas, como tradicionalmente hace Occidente.
No son la República Democrática del Congo, ni la Unión Europea (UE), ni China, ni Rusia quienes deben calcular cuánto vale (en dólares) el subsuelo no explotado de la República Democrática del Congo, sino Estados Unidos. Según el Servicio Geológico estadounidense, el valor de las reservas minerales estratégicas no explotadas del Congo, es decir, las enormes materias primas que ya abastecen los mercados internacionales, es de 24 billones de dólares. A modo de comparación, podemos poner esta cifra al lado del Producto Interior Bruto de toda la Unión Europea, que es de 17,7 billones de dólares. La “molestia” de hacer estos cálculos ya nos da una idea de quién busca qué.
De Davos a Goma
Entre el 20 y el 24 de enero se celebró en Davos el Foro Económico Mundial. El presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, acudió a ese foro para firmar con los inversores un nuevo megaproyecto de infraestructuras al servicio de las potencias extranjeras: la prolongación del «corredor de Lobito», con una nueva línea ferroviaria de dos mil 600 kilómetros, que unirá directamente las provincias de Kivu del Norte y Kivu del Sur con los puertos de la costa atlántica. La línea «verde» atravesaría zonas de biodiversidad protegida como el Parque Nacional de Virunga y los bosques de la cuenca del río Congo. Pero es «verde» porque así lo ha decidido el G20, o más bien su núcleo: el G7 (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Japón).
En 2023, Estados Unidos y la UE, en el marco del G7, decidieron competir contra China en la extracción de materias primas congoleñas, activando el antiguo corredor colonial belga de Lobito, para extraer directamente las materias primas esenciales para los mercados verdes del momento, cobalto, cobre, coltán, litio y otros, desde los Kivus hasta el Atlántico. Los primeros barcos cargados con toneladas de estos preciosos minerales ya partieron de Lobito en Angola a finales de 2024. Ahora, Tshisekedi fue el encargado de presentar la nueva megainversión público-privada de Occidente en la RDC: el “Corredor Verde”. Una inversión combinada de 150 mil millones de euros, entre EE. UU, la UE, empresas privadas y el Banco Africano de Desarrollo, que aportará 500 millones.
Las materias primas disponibles en la RDC son tan estratégicas para la nueva revolución tecnológica verde que el Foro de Davos declara abiertamente que “la escasez de recursos encabeza la lista de los principales riesgos para los próximos 10 años”.
Ruanda, el mediador cuyo trabajo está en juego
Ruanda firmó en febrero de 2024 un acuerdo con la Unión Europea para la exportación de minerales estratégicos (que no posee en su propio suelo, sino que saquea en el este del Congo) a las potencias europeas, que cierran deliberadamente los ojos ante la ocupación y los horrendos crímenes cometidos por el régimen ruandés en el Congo desde que lo invadió por primera vez en 1996.
Se podría temer que la reactivación del corredor de Lobito, con la ampliación que las grandes empresas y las potencias occidentales (a las que sirve el régimen ruandés desde que llegó al poder en 1994) ya han comenzado a implementarse, y reduce el tránsito de todo lo robado al Congo a través de los mediadores tradicionales de Kigali.
Muchos de nosotros pensamos que por eso las masacres y crímenes cometidos por sus soldados estacionados en el Congo, que ahora se hacen llamar M23, se intensificaron durante el Foro de Davos, para enviar el mensaje de que no van a dejarse echar del tablero geoestratégico de los recursos congoleños tan fácilmente.
Desde hace dos años ocupan localidades fronterizas congoleñas como Bunagana, sin que el gobierno central se moleste en reaccionar y, por supuesto, la comunidad internacional haga caso omiso. Desde aquella semana del 20 al 24 de enero hasta hoy, el M23 y unos cinco mil efectivos ruandeses que lo apoyan han intensificado sus horrendos crímenes como la violación en masa de unas 170 mujeres encarceladas que luego fueron quemadas vivas, o la ejecución de niños que portaban armas robadas a soldados muertos, decapitaciones de civiles y combatientes y un largo etcétera.
30 años de invasiones y crímenes
Desde hace 30 años, grupos rebeldes al servicio del régimen ruandés masacran y saquean el Congo, provocando millones de muertos, desplazando a personas, utilizando las violaciones masivas como arma de guerra y otros crímenes contra la humanidad... perfectamente documentados por la ONU y otros organismos. Lo han hecho bajo distintas siglas: en 1996 llegaron como AFDL, en 1998 se llamaron RCD-Goma; luego se convirtieron en CNDP en 2007, y finalmente, en 2012, cambiaron a M23. Siempre bajo el mando de las Fuerzas Armadas ruandesas, pero haciéndose pasar por congoleños. Todo el mundo lo sabe.
Este pequeño país y su socio en el crimen, el régimen ugandés de Yoweri Museveni, no podrían haber llegado tan lejos sin el respaldo y apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea.
Aunque el gobierno congoleño ha actuado en estos 30 años como aliado de los agresores, o al servicio de todos ellos, como en el caso actual, el pueblo congoleño sabe muy bien quién es su agresor: Occidente, a través de sus delegados en la región, los regímenes de Ruanda y Uganda. Por eso, mientras Tshisekedi vendía su país en Davos y el M23 atacaba Goma, los manifestantes de Kinshasa quemaban las embajadas de las potencias implicadas en todo esto: Estados Unidos, Francia, Bélgica, Uganda, Ruanda y Japón. ¿Por qué Japón? Me preguntaron muchas personas, por las potencias asiáticas, Japón es el aliado de Occidente, no los nuevos socios que compran materiales sin masacrar a los pueblos, China. Japón es un miembro silencioso del G7. La quema de su embajada es un mensaje claro de que el pueblo sabe demasiado bien lo que le está pasando, hasta el último detalle.
El ejército congoleño, mal equipado y mal pagado, sufre desde hace años la infiltración en sus filas de “rebeldes” ruandeses bajo todas esas siglas mencionadas. Estos militares, al servicio de sus agresores vecinos, han asesinado a todos los altos mandos dispuestos a cumplir con su deber de luchar contra las agresiones externas, el último de los cuales fue el del general Chirimwami, el 23 de enero. La RDC no puede contar con su propio ejército.
Los atacantes han ocupado los aeropuertos y las capitales de Kivu del Norte y Kivu del Sur, Goma y Bukavu respectivamente, así como otras ciudades mineras, para que la cadena de suministro no se detenga. Los muertos y los desplazados se cuentan por miles. Movimientos de autodefensa mal equipados y asistidos se enzarzan en sangrientos combates contra el M23, dotado de tecnología y entrenamiento de alto nivel.
El genocidio continúa en el Congo, y por el momento no parece que los enésimos acuerdos de paz, como los de Luanda, vayan a detenerlo. Lo mismo ocurre con la enésima misión de paz, nada cambiará mientras no cambie el sistema que sirve a todo este infierno viviente