Medio Oriente impide a EE.UU. enfocarse contra China y Rusia
Han pasado poco menos de diez años desde que la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton declaró a Foreign Policy el giro de Estados Unidos hacia Asia después de un enfoque de décadas en Medio Oriente.
Pero esa orientación duró poco, porque los levantamientos de la Primavera Árabe obligaron a Estados Unidos concentrar su atención en la volátil y conflictiva región.
Luego vinieron las guerras civiles en Siria y Libia, la erupción del Estado Islámico y las negociaciones nucleares con Irán, una cascada de eventos que aseguraron que la zona estuviera en el centro del interés de la política exterior norteamericana como ocurrió durante los mandatos de Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H.W Bush, su hijo y Barack Obama.
Al igual que Obama y Donald Trump, ahora Joe Biden esperaba rebajar la calificación de Medio Oriente a favor de finalmente librar una competencia estratégica con China, el desafío más importante de su presidencia, pero justo cuando creía en que estaba fuera, lo vuelven a meter.
La prueba inicial ocurrió a mediados de febrero último, cuando dispararon cohetes contra una base aérea estadounidense en el norte de Iraq que mataron a un contratista civil filipino e hirieron a un miembro del servicio estadounidense.
Biden se tomó un tiempo para responder, pero no hubo líneas rojas, tweets enojados o retórica de sables, solo un ataque dirigido a un cruce sirio utilizado por las Unidades de Movilización Popular que forman parte de la nómina de las Fuerzas Armadas de Iraq.
Según una declaración del Departamento de Defensa de Estados Unidos, "el presidente Biden actuará para proteger al personal estadounidense y de la Coalición".
Fue un avance de peón en el juego de ajedrez del gobierno, no una carga imprudente.
Ese ataque advirtió que no se debía jugar con Estados Unidos, pero no fue tan severo como para cerrar la puerta a la diplomacia.
De hecho, el ataque coincidió con la oferta de relanzar conversaciones con Irán sobre el rescate del acuerdo nuclear sellado en 2015.
Si Obama fue todo zanahoria y Trump fue todo palo, entonces Biden parece favorecer una combinación más saludable de compromiso y diálogo, fermentada con ataques quirúrgicos, sanciones continuas y presión diplomática.
El presidente norteamericano quiere volver al acuerdo que Trump abandonó e incluso se ofreció a participar en un diálogo liderado por Europa antes de que Irán volviera a cumplir con las restricciones nucleares del acuerdo.
En realidad, el equipo de seguridad nacional de Biden tiene muchos de los mismos rostros que estuvieron durante el mandato de Obama, pero todos saben que esto no es 2015.
"Israel" está normalizando lazos con varios de los vecinos del golfo Pérsico, y la pandemia de la COVID-19, un período sostenido de bajos precios del petróleo y la campaña de máxima presión de Trump, pusieron a Teherán a la defensiva.
Los problemas de Biden en el Medio Oriente no se limitan a Irán en línea, también incluyen el poner fin a la guerra liderada por Arabia Saudita contra Yemen, que ha creado un desastre humanitario.
Washington necesita que Arabia Saudita haga ambas cosas, aunque Biden llamó paria a Riad cuando era candidato, quiere recalibrar una relación que se volvió demasiado acogedora y, en algunos sentidos, anticuada bajo Trump.
Si Obama se comprometió en exceso y no cumplió, especialmente cuando se trataba de Arabia Saudita, y Trump simplemente adoptó un enfoque de no ver mal el liderazgo saudita y sus abusos de los derechos humanos, Biden está tratando de enhebrar un término medio.
Anunció una revisión de las ventas de armas que había impulsado Trump, incluso contra la oposición del Congreso y dispuso que las discusiones a nivel de jefes de estado se correspondan con el rey Salman y no con el príncipe heredero Mohammad bin Salman.
Y al fin publicó la evaluación de inteligencia, ordenada por el Congreso, pero enterrada por Trump, sobre el brutal asesinato y desmembramiento del columnista Jamal Khashoggi que determinó que MBS ordenó ese crimen, dada la participación directa de funcionarios de seguridad cercanos a él y su férreo control sobre el país.
Sin embargo, Biden optó por imponer sanciones contra funcionarios involucrados en el asesinato de Khashoggi y no contra el príncipe heredero.
De manera similar, cuando anunció el fin del apoyo de Estados Unidos a la guerra de Arabia Saudita en Yemen, sugirió que Washington asume un papel de liderazgo en la creación de una solución diplomática al conflicto, al nombrar un diplomático veterano como enviado especial para el tema y se comprometió a proteger los intereses de seguridad del reino.
Es un caso clásico de equilibrio de intereses y valores, uno de los principios centrales de la política exterior.
Si Biden puede trabajar con el presidente chino, Xi Jinping, y el ruso, Vladimir Putin, que en la visión de Washington son una amenaza, ¿por qué debería romper la relación de Estados Unidos con un aliado árabe clave y su futuro rey?
Arabia Saudita, pese a todos sus defectos y altibajos en la relación, ha seguido siendo un socio estratégico de Estados Unidos desde los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.
Algunos expertos en política exterior quieren que Estados Unidos juegue duro con Mohammad bin Salman, quizás en un intento por cambiar el destino del reino.
Eso probablemente sería un error dado su perfil público y su reputación de reformador moderado, aún con la mancha de Kashoggi y su política de represión contra los opositores.
MBS también dio pasos tentativos hacia la reforma en áreas como los derechos de la mujer y, a diferencia de su padre, podría normalizar los lazos con "Israel" y convertirse en un baluarte.
Más concretamente, el enfoque de Trump en la región creó oportunidades para que Rusia y China desempeñaran un papel más importante.
Rusia y China fortalecieron posiciones en Medio Oriente durante el mandato del magnate inmobiliario, incluida una asociación cada vez cercana con Irán.
Cuando fue confirmado como secretario de Estado, Anthony Blinken expuso las prioridades de política exterior, primero, Asia-Pacífico, luego el acercamiento con los aliados europeos y finalmente el hemisferio occidental.
Pero las últimas semanas mostraron que Medio Oriente sigue siendo, como lo ha sido durante décadas, la región donde las tropas y los recursos estadounidenses enfrentan los mayores riesgos.
Todos los presidentes de Estados Unidos desde Dwight D. Eisenhower (1953-1961) estuvieron involucrados en el cóctel tóxico de conflictos entre Estados-nación, extremismo religioso e intervención de superpotencias.
Si Biden quiere centrarse en la competencia con China, tiene que sacar a Estados Unidos de una vez por todas de su ciclo interminable de enredos en el Levante y crear un equilibrio de poder, incluso si eso significa caminar por la delgada línea entre el idealismo y el realismo.