¡Es la UE, estúpido!
En lo que está siendo una estrategia clásica de propaganda de distracción, mucho se ha dicho sobre las supuestas causas detrás de la pugna entre Occidente y Rusia en torno a Ucrania.
Con una retórica sobrecargada y a veces histérica, Occidente ha identificado a Rusia como el único responsable de la crisis. Aprovechando el hecho de que muchos fantasmas de la Guerra Fría todavía están vivos en el subconsciente colectivo, la maquinaria de propaganda occidental ha recurrido al eslogan simplista pero efectivo del “oso ruso”, como antes lo hizo con los que aludían al “oso soviético” o a la “amenaza roja”.
El uso y abuso de la pretendida imagen de tanques rusos/soviéticos rodando a través de los bosques alemanes hacia el corazón de Europa occidental es un reedición de esas películas de serie B de la Guerra Fría. Esas producciones de bajo costo fueron funcionales para generar una respuesta unánime a la “amenaza que viene del frío”, “el diablo al otro lado del telón de acero” y otras fórmulas simplonas pero, precisamente por eso, efectivas para demonizar al viejo enemigo. No es necesario decir que todo esto ha reforzado la arraigada sensación rusa de ser una incomprendida por parte de los otros europeos, que parece que nunca la considerarán una igual. Peor aún, el callejón sin salida ratifica que Occidente sencillamente no entiende cuál es la lógica con la que Moscú diseña su política exterior, algo que deja claro el profesor Andrei Tsygankov en su libro Russia and the West from Alexander to Putin: Honor in International Relations.
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Moscú combina un enfoque puramente pragmático con un profundo sentido del honor de Rusia. Cuando no es comprendido o respetado, ese sentimiento tan arraigado alimenta los mensajes persuasivos internos de Rusia y, sobre todo, desalienta sus esfuerzos por llegar a una audiencia global que sigue ignorando las preocupaciones de seguridad de Rusia con respecto a la OTAN. Las inquietudes de Moscú no son ni más ni menos importantes que las de cualquier otra potencia que cuente con profundidad territorial estratégica, tenga algo que decir económicamente, atesore una larga historia y, por último aunque no menos importante, haya asumido obligaciones en nombre de la sociedad internacional. Algunos parecen olvidar que Rusia es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU con voz, voto y veto, al igual que EEUU, Francia, Reino Unido y China. Aunque todo eso son hechos incuestionables, insisten en tratar a Rusia como si fuera Ucrania. No es solo un comportamiento cínico sino totalmente ajeno a la realidad, aunque muy útil para mover la rueda de la propaganda que en esta ocasión empuja la crisis.
Desde el primer día quedó claro que ni Rusia ni EE UU estaban interesados en una confrontación armada real y directa, más allá de la realización de ejercicios militares, despliegues que forman parte de lo que se denomina propaganda armada y acciones limitadas de fuerzas aliadas en el este de Ucrania. Rusia solo ha estado buscando garantías de que la OTAN no invadirá su colchón de seguridad, es decir, Ucrania, y que Kiev no escalaría las tensiones hasta un punto sin retorno en las áreas del este del país de habla rusa. Como de una u otra manera eso fue lo que finalmente sucedió, Rusia reconoció las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk. Como recordó el presidente Putin pero censuraron los medios occidentales, mucho antes EE.UU. y sus aliados habían reconocido la separación ilegal de Croacia, Bosnia y otras repúblicas yugoslavas y especialmente de Kosovo, una provincia serbia sin ningún derecho constitucional o internacional para negociar una secesión. Lo que Putin no mencionó es cómo Estados Unidos y sus aliados occidentales han permitido a Israel consumar la anexión ilegal de todo Jerusalén, vastas porciones de Cisjordania y cómo ha ocupado el Golán sirio, de donde los sionistas se surten de agua y otros suministros vitales que corresponden a Siria.
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Apoyo militar estadounidense y europeo a Ucrania
A pesar de todas las reacciones dramáticas que siguieron a la decisión de Rusia, parece que EE. UU. no se moverá de la hoja de ruta establecida después del fiasco del verano pasado en Afganistán. Entonces Washington dejó en claro que ya es hora de concentrarse en lo que el establishment estadounidense considera una amenaza existencial real para el futuro de los EE UU: China. Por eso poco después de que los últimos aviones huyeran del aeropuerto de Kabul se anunció la alianza AUKUS, un pacto militar y de seguridad formado por Australia, Reino Unido y Estados Unidos para contrarrestar a China en lo que Henry Kissinger identificó poco después de la caída del Muro de Berlín como el nuevo eje de la sociedad internacional. Ese nuevo tablero es un Océano Pacífico que ya reemplaza al Atlántico como el área más estratégica para ejercer el dominio mundial. Es muy significativo que Canadá no haya sido invitado al AUKUS. Aunque es un país de la costa del Pacífico, el alma de Canadá siempre ha sido más atlántica/europea que otra cosa.
Todos estos acontecimientos desataron la alarma en una Unión Europea que desde el final de la Guerra Fría cada día que pasa pierde más valor estratégico. Después de décadas de subcontratar su defensa y seguridad a los EE UU, en Bruselas empiezan a asumir la realidad. Eso significa que más temprano que tarde tendrán que hacerse cargo de su propia seguridad, con todo lo que eso representa. Para empezar, subir el gasto en defensa, que en relación al PIB es menos de la mitad de lo que gasta Rusia o EEUU y si se compara con el gasto público total también es la mitad o menos de lo que invierte China. Para aumentar la factura en defensa, los estados miembros de la UE tendrán que recortar el presupuesto dedicado al generoso estado de bienestar social europeo: pensiones, educación, sanidad, transporte público o autopistas de última generación gratuitas. Automáticamente eso provocará resistencia social y problemas políticos internos. Todo eso sin mencionar que al asumir su propia defensa los gobiernos europeos deben considerar una factura todavía más costosa: la de las bajas. Si desde Vietnam en adelante EEUU se muestra incapaz de sostener un conflicto prolongado porque la opinión pública se resiste a las bajas propias, ¿qué puede esperarse de una sociedad europea hedonista y durante tanto tiempo viviendo en una burbuja?
Todo ese cálculo lo han hecho los políticos europeos, empezando por el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE, el español Josep Borrell. Con una retórica incendiaria, ha reflotado el lenguaje de la Guerra Fría hasta el extremo de que las posiciones de Alemania y Francia pueden considerarse moderadas frente a las suyas, incluso después de imponer más sanciones a Rusia y a las nuevas repúblicas y bloquear la construcción de un nuevo gasoducto, algo que al final perjudicará principalmente a la propia Alemania y a Europa central. En la misma línea radical, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, siempre dispuesta a mantener vivo el fuego cuando aparece algún tipo de distensión entre EEUU y Rusia respecto al expediente ucraniano.
Como ya hiciera con la cuenca del Mediterráneo, y en especial con Siria, la UE parece decidida a mantener a Ucrania y a su pueblo como rehenes eternos de una política cínica cuyo único objetivo es mantener a toda costa a los Estados Unidos atados a Europa. Todo esto a pesar de las claras señales de Washington a la UE de que las preocupaciones de seguridad ya no son compartidas. Eso quiere decir que EEUU no va a enfrentarse decisivamente a Rusia para mantener esferas de influencia en Oriente Medio o incluso en Europa si eso supone distraer recursos de su verdadero objetivo, que no es otro que el de contrarrestar a China. Menos aun cuando el individualismo de la UE contribuye a que Rusia se acerque cada vez más a Pekín. La posición irresponsable y egocéntrica de Bruselas se está volviendo cada vez más peligrosa e insostenible para la seguridad mundial. Tal vez ha llegado el momento de que las verdaderas potencias acaben con el secuestro de la comunidad internacional por parte de aquellos que tienen una consideración tan elevada de sí mismos pero tan timorata cuando se trata de evaluar las consecuencias perniciosas que sus políticas grandilocuentes pero vacuas tienen para los demás.