El imperio mediático y la pandemia de la mentira
La autora aborda la capitalización de los medios de comunicación y la utilización imperial para sus fines guerreristas y de manipulación de las sociedades. Cómo tiene copado el mercado mundial comunicacional e imponen sus contenidos imperiales contra los intereses populares.
El monopolio, como característica del capitalismo, tiene una de sus máximas expresiones en la concentración actual de la propiedad de las corporaciones mediáticas y la consecuente unificación de su línea editorial. La visión distorsionada de la realidad difundida cada vez más masivamente como única y verdadera, ha logrado convertir a la mayor parte de la humanidad en férrea defensora del supuesto derecho de quienes representan cerca del uno por ciento de la población mundial, a explotarle, oprimirle, masacrarle y hasta a depredar el ecosistema, a pesar de que ello esté condenándonos a la extinción.
Como agravante, no solamente se ha hiper concentrado la propiedad de los llamados “medios de comunicación de masas” en los países occidentales, si no que además, las principales corporaciones mediáticas se han convertido en empresas trasnacionales que poco a poco han ido copando el mercado mundial al tiempo que devoran medianas y grandes empresas de los países subordinados, imponiendo contenidos que llegan a los territorios más remotos.
En reiteradas ocasiones hemos referido a estos monopolios como “carteles” porque su inmenso poder político que es poco cuestionado, está alineado a los intereses imperialistas y se han organizado eficientemente contra los intereses populares, operando cada vez más criminalmente, como armas de guerra. Esto sumado a la mencionada concentración de la propiedad en permanente crecimiento, los convierte en organizaciones mafiosas que, como agravante, suelen ser parte de conglomerados empresariales en los que se incluyen empresas bancarias, constructoras, minero energéticas e incluso, contratistas militares y de seguridad privadas, es decir, actividades económicas directa o indirectamente relacionadas con la guerra y el narcotráfico.
Su poderío ha aumentado con la masificación de los dispositivos a través de los cuáles logran crear la ilusión de la libertad de comunicación, mientras esparcen mentiras y manipulan la opinión pública con operaciones psicológicas que nos permiten afirmar que, si bien la comunicación siempre ha sido parte importante de la guerra, nunca como ahora había sido estudiada y calibrada hasta convertirse en un arma de destrucción masiva, imprescindible en las guerras de nueva generación.
Los carteles mediáticos no abandonan los medios tradicionales como la radio que continúa llegando a rincones del planeta donde otras tecnologías aún no llegan, pero su alcance y efectividad se han perfeccionado con las nuevas tecnologías de comunicación e información que han logrado convertir al ciberespacio en un teatro de operaciones de altísimo valor militar.
Aunque en el campo de la comunicación de masas, occidente siempre estuvo varios pasos adelante en la llamada “guerra fría”, en las últimas tres décadas, el poder unipolar del imperio capitalista concentrado en los Estados Unidos, expresa groseramente su hegemonía en el control casi absurdo del discurso mediático mundial. Por eso en un artículo anterior, señalamos que es sumamente preocupante cómo la opinión pública mundial está siendo manipulada por esas grandes corporaciones mediáticas, cada vez más masificadas a través de las redes sociales y condicionadas por los algoritmos de una inteligencia artificial que aprende a controlarnos con cada búsqueda en Internet.
Los carteles mediáticos al servicio de la OTAN
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), brazo armado del mundo unipolar en crisis, no subestima el uso de estas armas ni mucho menos abandona lo que se podría denominar, como el “cibercampo de operaciones”.
El antropólogo mexicano Gilberto López y Rivas, a quién tuvimos la oportunidad de entrevistar hace unos años, estudioso de la llamada “guerra contrainsurgente” de los Estados Unidos, señala en uno de sus libros que el manual de contrainsurgencia estadounidense “no descuida el papel de la prensa y los medios de comunicación masivos en los esfuerzos contrainsurgentes, entre ellos, por supuesto, el Servicio de Información de Estados Unidos (USIA), al cual se le asigna la tarea de influir en la opinión pública de otras naciones en favor de los objetivos ya señalados de la política exterior de su gobierno, publicitando sus acciones, haciendo contra propaganda a las opiniones hostiles a Estados Unidos, coordinando las operaciones sicológicas abiertas bajo la guía del Departamento de Estado.”
Pero esta guerra contrainsurgente estadounidense no se limita a atacar organizaciones populares insurgentes sino que se extiende a los estados cuyos gobiernos se nieguen a subordinarse a las políticas coloniales de la Casa Blanca y peor aún si estos se acercan a las potencias emergentes. De ese temor nace en el siglo XIX la Doctrina Monroe relanzada en los últimos años sobre Nuestra América, y explica por qué en ese mismo texto, López y Rivas agrega que el informe JOE 2008 (Joint Operating Environment del Ministerio de Defensa de los EE.UU.) “ identifica a China como un competidor potencial militar en el futuro y la más seria amenaza para los Estados Unidos, porque los chinos pueden entender a América (sic), sus fortalezas y debilidades, mucho mejor que los americanos (sic) entienden a los chinos.” Y así la continua identificando, junto a Rusia e Irán, en el último informe de esta misma instancia JOE 2035.
Un argumento más para comprender el origen de la arremetida mediática contra China, Rusia e Irán que se ha desatado en los últimos años desde estos carteles mediáticos occidentales, y también la que han sostenido contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como toda forma de insurgencia popular en la región.
Los altos niveles de sinofobia, rusofobia e islamofobia que han logrado sembrar en su propia población, evidencian que son los propios pueblos de los países OTAN el primer objetivo de esas operaciones. Todo como parte de las acciones militares que realiza para mantener el mundo unipolar y evitar la emergencia de nuevas potencias. La multipolaridad, expresión mínima de democracia mundial, es claramente contraria a sus intereses.
La guerra mediática contra China y su evolución de la mentira a la confusión
Un claro ejemplo de esta guerra mediática, es el uso de la pandemia de la covid-19 para atacar a China. El gobierno estadounidense acusó a China de crear el virus en un laboratorio y dispersarlo sobre su propia población adrede y a pesar de que sus propios estudios de inteligencia descartaron esa posibilidad, el argumento siguió usándose para diseminar la sinofobia mientras Rusia y China denunciaban, esto sí con evidencias, que en Ucrania se encontraban más de veinte laboratorios biológicos estadounidenses que, según denunció la cancillería china, hacían parte de cerca de 336 que Estados Unidos posee en 30 países. Pero a pesar de las evidencias en ambos casos, la matriz contra China se ha mantenido porque la rigurosidad de las informaciones es cada vez menos importante en un mundo dominado por este imperialismo mediático.
Esta es solo una más de las operaciones bélicas desatadas en defensa del mundo unipolar y su evolución en estos tres años de pandemia, nos da elementos interesantes sobre las nuevas modalidades de la guerra. El discurso impuesto ha ido desde culpar a China por la pandemia, criticarla por la política “cero Covid” que implementó el gobierno chino para maximizar la protección de la seguridad y la salud de las personas, argumentando la vulneración de las libertades individuales. Según declaraciones del portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian la campaña “cero covid” se limitaba a contener la pandemia en el menor tiempo posible con el menor costo social, sin embargo, ahora que se han levantado varios de los controles implementados para tal fin, se le critica al gigante asiático por levantar dicha política, acusándolo de descuidar a su población sin el más mínimo argumento de autoridad posible.
Los números hablan solos y demuestran la inmoralidad de esa crítica. Según las cifras de la Universidad estadounidense de Medicina John Hopkins, que de ningún modo pueden ser acusadas de parcializarse con un país no alineado con los Estados Unidos, en China un país con aproximadamente 1.400.000.000 de habitantes han muerto desde el origen de la pandemia hasta ahora 16 mil 348 personas (cifra superior a las oficiales), mientras que en Estados Unidos con alrededor de 332.000.000 de habitantes han fallecido 1.087.410 personas en el mismo periodo de tiempo, es decir que aun teniendo aproximadamente el cuatro por ciento de la población mundial, las víctimas del covid en la nación norteamericana se acercan al 20 por ciento de las cifras oficialmente reportadas ante la Organización Mundial de la Salud. Además muchas de las medidas sanitarias posibles en territorio estadounidense se hundieron en las confrontaciones habituales entre los dos partidos que dominan la política institucional de ese país. Las cifras de Europa aunque menos graves, también son desoladoras, en Alemania 159 mil 884 muertes, en Francia 161 mil 400 y en Reino Unido 213 mil 892.
A la luz de estos números tan contundentes, se evidencia la inacción de los gobiernos de las potencias occidentales ante la pandemia y la poca importancia que han dado a la protección de la vida de sus habitantes en aras de su interés por defender la economía. En contraste, se observa que la política de salud del gobierno chino demostró ser sumamente exitosa, si es que salvar la vida de las personas es importante para quien trate de evaluarla.
En cuanto a la vacunación en China el 92,61 por ciento de sus habitantes ha recibido al menos una dosis mientras en Estados Unidos solo lo ha hecho el 81,24 por ciento. La pregunta es cómo un país donde la esperanza de vida de la población indígena se ha reducido en 6,5 años y la esperanza de vida del resto de la población estadounidense se ha reducido en tres años, juzga y promueve campañas contra un gobierno que ha probado la eficiencia de sus políticas de salud y el interés por salvaguardar la vida de su población.
Por supuesto, esta es una pregunta retórica. La campaña contra las políticas de China para enfrentar el Covid es un claro ejemplo de cómo la guerra comunicacional es parte de la guerra multidimensional que el imperialismo ha desatado para defender el orden geopolítico que logró instaurar tras la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Lo curioso es que estas operaciones mediáticas ya no requieren mentiras, ni encubrimientos, ya no son imprescindibles las llamadas “fake news”. Ahora exhiben sus incoherencias, descalifican en este caso a China pero no ocultan sus propias cifras ni su ineficiencia.
La respuesta está en que estas operaciones mediáticas han evolucionado hacia una guerra cognitiva, mucho más compleja, cuyo objetivo ya no es “la verdad”, sino la capacidad de las personas para comprender la realidad. Sembrar caos, desconfianza, saturación de información (incluso veraz), manipular emociones más que razones, son algunos de los objetivos de esta guerra que ha sistematizado el documento “cognitive war” de François du Cluzel para The Innovation Hub de la OTAN, que fue publicado en enero de 2021.
Las potencias que disputan el poder al imperialismo y apuestan al mundo multipolar emergente, no dan indicios de verdadero interés por dominar el discurso mediático mundial más que para romper el cerco impuesto alrededor de ellos por estas mafias. Esto es sin duda positivo para quienes no habitamos en las grandes potencias, y es un indicio de cómo el mundo multipolar está mucho más cerca de la verdadera democracia que este mundo que aún continúa a merced de una sola superpotencia omnívora. Pero también implica que desde los países que hemos sido colonizados y aún continuamos siendo super explotados, es fundamental asumir con valor estratégico la disputa comunicacional contra esa visión distorsionada de la realidad que imponen estos carteles mediáticos.
La lucha de David contra Goliat, la dan los medios comunitarios, populares y algunos medios alternativos. Pero esta confrontación desproporcionada sólo puede comenzar a equilibrarse con el apoyo a estos medios de los estados no subordinados a los intereses imperialistas. Lo que engendra grandes desafíos y no pocas paradojas, de las que hay pocas experiencias realmente exitosas.
La tarea se complejiza pues ahora, además de urgir una “opinión pública” capaz de develar y confrontar la guerra comunicacional dirigida por los carteles mediáticos y su industria del entretenimiento, esta guerra cognitiva plantea nuevos problemas para la resistencia, que a pesar de las premisas de esta nueva modalidad de guerra, no debe limitarse a una solución individual sino por el contrario, sumar a una defensa colectiva que probablemente tenga mucho que aprender de la milenaria cultura China, las profundas raíces de la cultura persa, la árabe o la eslava y por supuesto, de las riquísimas culturas africanas y nuestroamericanas. Estos acumulados históricos son baluartes de una humanidad que lucha por una vida más allá del capitalismo.