El Bloqueo recrudecido y la emigración como arma política
Las más de 240 medidas aprobadas por Trump en su anterior mandato, con algunos pocos matices, permanecen intactas y golpeando fuerte el tejido productivo y social de la nación. Desde las restricciones de vuelos y cruceros, hasta la persecución financiera y a las importaciones petroleras del país, un macabro mecanismo para quebrar completamente a la nación.
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El Bloqueo recrudecido y la emigración como arma política.
En este segundo mandato al frente de la Casa Blanca, Donald Trump ha configurado el que es quizás uno de los equipos de gobierno más hostiles a Cuba y al pueblo cubano en la historia reciente del país. Aunque el diferendo asimétrico entre los dos países ha tenido picos de extrema tensión y administraciones como la de Ronald Reagan y George Bush hijo, por citar solo dos ejemplos, representaron retos significativos para la isla, lo cierto es que Trump ha destacado con méritos propios. No solo elevó el bloqueo a niveles sin precedentes, sino que ha aupado a los máximos puestos de decisión a miembros de la élite cubanoamericana de la Florida, que han convertido en un lucrativo negocio la política anticubana.
Así, en un comunicado del 31 de enero de 2025, el Secretario del Departamento de Estado, Marcos Rubio, afirmaba que la institución bajo sus órdenes “promueve la rendición de cuentas del régimen cubano por oprimir a su pueblo y rechaza la interferencia maligna de Cuba en las Américas y el resto del mundo”.
Más recientemente, Mauricio Claver-Carone, enviado especial del presidente Trump para América Latina y arquitecto de las sanciones contra Cuba del primer mandato de Trump, declaraba a principios de abril en un encuentro del Consejo de Asuntos Mundiales en Miami que la política de EE. UU. contra Cuba debe ser de máxima presión sostenida, para lograr los resultados deseados. “Pero es dolor en el corto plazo para ganancias en el largo plazo, o literalmente dolor a largo plazo y nada de ganancia”, resumía con total cinismo.
Disfrazada como lucha contra el mal o expuesta descarnadamente, los objetivos de la política de la administración Trump hacia Cuba son los mismos declarados en el histórico memorando de Mallory: generar hambre, miseria y desesperación para socavar el apoyo popular a la Revolución. Hacia ahí apuntan todos los pasos dados hasta el momento en esta nueva vuelta de tuerca.
Las más de 240 medidas aprobadas por Trump en su anterior mandato, con algunos pocos matices, permanecen intactas y golpeando fuerte el tejido productivo y social de la nación. Desde las restricciones de vuelos y cruceros, hasta la persecución financiera y a las importaciones petroleras del país, un macabro mecanismo para quebrar completamente a la nación.
Sobre esto, debe añadirse las implicaciones del Título III de la Ley Helms-Burton, con todo su espectro de persecución a la isla y sus socios comerciales y la infame Lista de Países Patrocinadores del Terrorismo, de la cual estuvimos fuera solo algunas horas antes de que Trump volviera a incluirnos. Esta Lista es una herramienta de persecución financiera y política, que permite perseguir y chantajear a países y empresas que hagan negocios con Cuba.
Pero si esto no fuera suficiente, la actual administración ha anunciado nuevas medidas, que golpean con mucha más fuerza en un país que aún no ha logrado recuperarse de la profunda crisis económica generada por la pandemia de la covid-19.
Entre las medidas tomadas en esta nueva etapa, está la actualización de la Lista de Entidades Cubanas Restringidas, la cual prohíbe a personas sujetas a jurisdicción estadounidense realizar transacciones financieras directas con las entidades de Cuba que aparezcan en la lista, lo cual golpea el comercio, el turismo y la exportación de bienes y servicios. Del mismo modo, se suspendieron las licencias a la empresa Orbit S.A., la cual gestionaba las remesas que llegaban a Cuba desde el exterior.
Igualmente se han suspendido las visas para intercambios culturales, deportivos, académicos, científicos, así como a las personas vinculadas a programas de cooperación internacional de Cuba, en particular los vinculados a la salud, medida esta última que ha generado una firme respuesta de los líderes caribeños, cuyos programas de salud dependen del apoyo cubano y que tienen pruebas suficientes para demostrar que la acusación de Estados Unidos de tráfico de persona es mal intencionada y totalmente falsa. Algo, además, que dejaron claro en una reciente gira de Marcos Rubio por la región.
Una de las medidas tomadas contra Cuba lleva un análisis independiente. Es la asociada a la suspensión del parole humanitario y los procesos de reunificación familiar a quienes fueron admitidos en Estados Unidos.
La comunidad cubana en Estados Unidos se ha nutrido, a lo largo de décadas, de elementos sociales muy heterogéneos, incentivados por las facilidades históricas que ofrece la legislación norteamericana para la emigración cubana por encima de sus homólogas en el área. Particularmente leyes como la Ley de Ajuste Cubano de 1966, han facilitado el establecimiento en el país y el acceso a su mercado laboral en condiciones legales.
Desde el primer gran flujo migratorio en 1959, con picos en los tempranos ochenta, cuando se abrió el puerto del Mariel, los noventa, y sobre todo la etapa posterior a 2010, agudizado luego de la pandemia de covid-19, la comunidad cubana en Estados Unidos ha crecido sustancialmente. En 2024, solo en el condado de Miami Dade, vivían más de 800 mil cubanos, aproximadamente un 60 por ciento de la población del condado.
Esta comunidad ha vivido un proceso de polarización sostenido que los ha llevado a ser uno de los pilares electorales de Donald Trump en la Florida. Mientras los descendientes de la emigración histórica han capitalizado la política contra Cuba y son hoy políticos y empresarios, enriquecidos en buena parte con los subsidios del gobierno federal para sustentar programas anticubanos, hay un sector de la emigración de reciente arribo que, a pesar de tener buena parte de su familia en la isla, no duda en sumarse entusiastamente a cualquier política que dañe a su país.
La medida de suspensión del Parole CHNV a partir del próximo 24 de abril, pone en riesgo a más de cien mil cubanos que arribaron en los últimos dos años y no han podido, por diversas razones, cambiar de estatus migratorio. Este 10 de abril, la magistrada federal Indira Talwani anunció que frenará temporalmente el fin de esta medida, lo cual representa un alivio también para cientos de miles de haitianos, venezolanos y nicaragüenses. Sin embargo, la decisión, de darse, solo permitirá ganar un poco de tiempo dejando el problema de fondo sin resolver.
Pero no solo están en peligro de deportación los cubanos que entraron por el Parole CHNV, sino que también varios cientos de miles que entraron por la frontera sur concertando una cita a través del programa CBP One y poseen los estatus I-220A e I-220B. Y aunque los cubanos aún tiene algunos privilegios migratorios, lo cierto es que cada vez más reciben un trato similar al de otros latinos migrantes.
Estas medidas abren una profunda brecha en la comunidad cubana en Estados Unidos, que no solo se siente traicionada por el presidente que eligieron, sino que ve como la élite de su comunidad, uno de cuyos miembros es incluso Secretario del Departamento de Estado, justifican la decisión culpando a Biden por, supuestamente, no haber tomado las decisiones correctas desde el principio.
Estos cientos de miles de cubanos en riesgo de ser deportados tendrían que regresar a un país en el cual probablemente no poseen nada, pues lo vendieron para emigrar, en condiciones de una terrible crisis económica agravada en primera instancia por el Bloqueo norteamericano, que fue uno de los factores que motivó su emigración y teniendo que cargar con la frustración de un proyecto de vida fracasado, de vuelta en un país donde muchos ya no quieren estar. Porque uno de los efectos de la política de asedio sostenida durante estas décadas es la de erosionar en la conciencia de los individuos el vínculo con un proyecto nacional específico, sustituyéndolo por la imagen idealizada de otra sociedad. Así, una parte de esta emigración está profundamente convencida de que Cuba es el peor país posible y Estados Unidos, particularmente Miami, el paraíso de las oportunidades. Ninguna sociedad real, y menos una en crisis, puede competir con la imagen utópica de otra.
Aunque la motivación fundamental de la política de la administración Trump hacia la emigración está en su racismo y el miedo del núcleo blanco anglosajón de perder su supremacía étnica, uno de los objetivos específicos de esta medida contra los cubanos pudiera ser el de recrear en la isla condiciones similares a las que provocaron las protestas del 11 de julio de 2021, en las cuales el potencial migratorio retenido por las condiciones de aislamiento pandémico, sumado a las condiciones materiales, alimentó el descontento y provocó un estallido social sin precedentes en la historia reciente del país.
El asedio económico de Estados Unidos ha creado y sostiene las condiciones para este flujo acrecentado de cubanos desde la isla hacia este país. Una emigración fundamentalmente económica que, en el clima particularmente hostil de La Florida, se ve forzada muchas veces a politizarse, como forma de inserción social y como clave para garantizar que se abran las necesarias oportunidades que permitan estabilizar una vida en el país. Este peaje ideológico lo pagan desde artistas y figuras mediáticas hasta sencillos trabajadores, que deben insertarse en comunidades fuertemente politizadas, donde la no aceptación de un discurso, al menos formalmente, puede representar pérdida de empleo, rechazo o acoso en los espacios públicos. Este clima, acentuado por el trumpismo, enrarece las relaciones de la nación con su emigración, uno de cuyos principales núcleos poblaciones se encuentra en Estados Unidos.
Usar las vidas de estos emigrantes como armas políticas, enviarlos de vuelta, como heraldos del descontento y la frustración que puedan alimentar una revuelta en la isla y hacerlo además al tiempo que se aprieta con toda la fuerza posible el cerco comercial, económico y financiero, es una de las formas más atroces de llevar a un pueblo al desgarramiento.
Sin embargo, como curiosa paradoja que expresa las formas de funcionamiento de la hegemonía, muchos de estos cubanos que rompieron todos sus vínculos con el proyecto socialista y soberano en su país, algunos de ellos felices y feroces defensores de una hipotética anexión y acérrimos críticos de todo cuanto pasa en la isla, son hoy prácticamente incapaces de criticar a Trump y, muchísimo menos, al sistema político que este encarna.