República sin contrato social: la desintegración de la nueva Siria y el ascenso de un sustituto sangriento
Lo más peligroso para la nueva Siria no es la amenaza externa, sino la desintegración interna y la explosión de las contradicciones inherentes a su experiencia de transición antes de que sus características estén formadas a plenitud.
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Las divisiones sacuden el órgano gobernante en Siria.
La caída del régimen sirio el 8 de diciembre de 2024 no marcó el final de una etapa, sino el inicio de una transformación más radical y confusa, en la que el momento del colapso fue extendido más allá de los límites del antiguo Estado hacia las profundidades del nuevo Estado nacido de sus cenizas.
En lugar de que el vacío político sirviera como punto de partida para construir una república participativa, que estableciera una legitimidad inclusiva y un nuevo contrato social, se abrió la puerta a un escenario extremadamente frágil, donde fuerzas del pasado y pretensiones del futuro luchan sin un centro real capaz de contener las contradicciones o representar la complejidad de la diversidad siria.
Mientras las dinámicas de poder en el terreno consagraban a Ahmed al-Sharaa (alias al-Golani) como presidente interino de la nueva Siria, en un raro momento de consenso regional e internacional, el suelo bajo sus pies no era más que un terremoto aplazado.
Pronto comenzaron a aparecer fisuras en el corazón de su autoridad, no desde fuera, sino desde dentro; facciones extranjeras que lucharon bajo la bandera de "Hayat Tahrir al-Sham" vieron en su transición de emir a presidente una traición absoluta y una desviación de un camino que no era, en esencia, un proyecto de Estado, sino un proyecto de empoderamiento religioso sin límites.
En medio de este contexto confuso, se ha recibido un informe de inteligencia altamente confidencial el cual advierte de desarrollos peligrosos en el campo de batalla en los alrededores de Damasco, Homs y Hama, donde Hayat Tahrir al-Sham enfrenta rápidas fisuras internas y deserciones lideradas por facciones extranjeras extremistas que delararon su lealtad a una nueva organización conocida como "al-Qurashi", presentada como una extensión radical del Daesh, pero con herramientas más flexibles y objetivos más sangrientos.
El informe no transmite hechos aislados, sino ilumina un momento crítico más allá de la mera rebelión militar, llegando al corazón de la batalla por la legitimidad en la república naciente.
¿Quién tiene derecho a representar a Siria después de al-Assad? ¿Puede el nuevo Estado resistir su primera prueba o estamos ante el nacimiento de una república sin contrato social, desgarrada por las cuchillas del interior antes de que se cierren las heridas externas?
Deserciones que sacuden la autoridad
El informe indica que hay una ola de deserciones masivas dentro de Tahrir al-Sham, lideradas por facciones extranjeras (chechenas, uigures y árabes) que confirmaron lealtad a "al-Qurashi".
La organización no busca poder político transitorio, sino volar por los aires la estructura naciente de la nueva Siria e imponer un proyecto sangriento basado en la idea de "venganza y califato", no en el Estado.
La lealtad del líder argelino Abu al-Bara al-Muhajir (anteriormente comandante de la Brigada de Al-Muhajirin) a esta organización es un momento crucial, ya que significa la transferencia de combatientes entrenados y experimentados a un campo opuesto a la presidencia interina.
El presidente interino entre el poder y la legitimidad
Al-Golani, actual presidente interino de la nueva Siria, enfrenta un desafío poco convencional: no combate al antiguo régimen ni a las ocupaciones extranjeras, sino a una rebelión desde dentro del cuerpo extremista fundado por él y del cual emergió.
Las facciones disidentes lo acusan abandonar el proyecto del califato islámico, de abrirse a las potencias internacionales y de restringir el trabajo yihadista a acuerdos políticos.
De hecho, algunas fuentes indican un descontento generalizado entre los combatientes extranjeros, quienes ven en Tahrir al-Sham una versión suavizada del poder, no muy distinta a los regímenes contra los que se rebelaron.
Así, el conflicto se convierte en una lucha por la legitimidad del gobierno, no solo por el control militar.
El avance de "al-Qurashi"... sobre las ruinas de las alianzas
La nueva organización no oculta sus intenciones. No busca compartir el poder, sino destruirlo. Su discurso tiene como base términos sangrientos: esclavitud, purificación, lucha sectaria, masacres de venganza... herramientas de movilización para atraer a combatientes que perdieron la fe en las transformaciones políticas recientes.
Informes de campo señalan que la organización se expande en las campiñas de Homs, Hama y Damasco, recluta miembros de antiguos campamentos alineados con Al-Qaeda y Daesh, y aprovecha el colapso ideológico del proyecto liderado por al-Golani.
Una lucha por el alma de Siria tras al-Assad
Lo que ocurre ahora ya no es una pugna por influencia, sino una batalla por definir la identidad de la nueva Siria: ¿será un Estado capaz de incluir la diversidad y negociar diferencias? ¿O un campo abierto al conflicto ideológico y sectario?
Entre quienes conciben el Estado como un espacio político compartido y quienes lo reducen a un botín religioso o instrumento de purificación, se decide la naturaleza de esta transición... y el destino del país.
El fracaso en contener el conflicto podría derribar al nuevo Estado
Si la presidencia interina no logra contener esta rebelión mediante una combinación de firmeza en seguridad y apertura política, la nueva república corre el riesgo de un colapso interno más peligroso que el régimen derrocado.
Las instituciones estatales aún están en formación. No existe un ejército nacional unificado, ni un contrato social definido, ni representación equilibrada de todos los sectores sociales.
Además, la continuación del conflicto podría alentar a actores regionales a intervenir mediante intermediarios y poner en riesgo la reconstrucción, el retorno de los refugiados y la posibilidad de cohesión interna.
Cuando el vacío nace del triunfo
Lo más peligroso que enfrenta la nueva Siria no es la amenaza externa, sino la explosión de contradicciones estructurales antes de que termine de definirse su transición.
A pesar de haber derrocado al régimen anterior, la ausencia de un contrato social, la debilidad institucional y las divergencias ideológicas convierten al nuevo Estado en un ente vulnerable desde su origen.
Si el liderazgo interino no actúa con rapidez para forjar un consenso nacional civil y representativo, y para reforzar el monopolio legítimo de la violencia mediante instituciones sólidas, podría terminar atrapado entre dos fuegos: el de una organización nutrida del resentimiento ideológico y el de una sociedad que comienza a perder la fe en un proyecto estatal que aún no existe plenamente.
Así, lo que venga después de Assad no será garantía de superación, sino una prueba aún más difícil: ¿logrará Siria reivindicarse a sí misma esta vez o se convertirá el momento de la salvación en la chispa de una nueva implosión?