La Generación Z ¿no tiene referentes políticos?
Refiere el autor que: "Estas líneas no son una crítica a One Piece, obra de extraordinaria calidad que, como otros millones, sigo y disfruto. Es más bien una reflexión ante sus límites como símbolo de lucha y nuestras propias falencias".
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La Generación Z ¿no tiene referentes políticos?
Desde Khatmandu y Yakarta hasta París y Ciudad de México, un símbolo común se ha alzado en todas las protestas de los últimos tiempos: la famosa bandera de los Piratas Sombrero de Paja. Esta bandera proviene del popular manga One Piece, creado por Eichiro Oda en 1997 y que se publica ininterrumpidamente desde entonces.
Muchos analistas han querido ver en esta persistencia y popularidad de un símbolo tan evidentemente derivado de la cultura popular, la expresión política de una nueva generación, la denominada Generación Z, término que engloba a todos los jóvenes nacidos entre 1997 y 2012.
Estos jóvenes son nativos digitales, crecidos con la revolución del consumo que representaron las plataformas streaming y el internet en los teléfonos celulares. Aunque tengo serias reservas con estas arbitrarias definiciones generacionales, que solo son útiles como referentes muy generales de procesos sociales muy complejos, si es cierto que los nacidos entre finales de los noventa y los primeros años del siglo XXI han sido testigos privilegiados de la acelerada transformación en materia comunicacional que ha conformado en buena medida el perfil del mundo actual.
Estos jóvenes han sido fuertemente influidos por la cultura popular masiva consumida a través de un puñado de plataformas hegemónicas a nivel global y han tenido en las redes sociales un espacio de “educación” política y social que ha conformado su particular su visión del mundo, la cual tiene sensibles diferencias con el pasado. Estas realidades han puesto en un jaque continuado a aparatos ideológicos tradicionales, como las escuelas, las cuales han pasado de lidiar con Wikipedia como principal fuente de referencia para los estudiantes a la IA como principal aserora/productora de los contenidos académicos que estos producen.
De aceptar el marco de tiempo propuesto para la supuesta Generación Z, hablamos de un colectivo humano multicultural, que comprende desde adolescentes hasta profesionales jóvenes, a los cuales les ha tocado, además, vivir en una época de crisis estructural del capitalismo como sistema global. Y los síntomas de esta crisis son palpables, tanto en la acelerada degradación medioambiental, con su estela de catástrofes naturales y destrucción de ecosistemas, como en el deterioro de las condiciones de vida sociales.
El cuarto de siglo transcurrido hasta ahora nos ha adentrado en el capitalismo de las grandes transnacionales digitales, que Varoufakis denomina como tecnofeudalismo, una época caracterizada por una extrema concentración del capital, la precarización del trabajo, el debilitamiento de las cadenas de suministro globales, la agudización de las contradicciones entre las principales potencias y un largo etcétera. Estamos en un tiempo donde hay más hambre y menos seguridades en todos los aspectos de la vida. Y esto repercute con más fuerza en las sociedades del denominado Sur Global, aunque al final ninguna sociedad escapa de este dilema.
Por supuesto, estas condiciones no son exclusivas para los jóvenes, sino que forman parte de las angustias y las crisis que atraviesan a la clase trabajadora e importantes sectores de la pequeña y mediana burguesía. Lo que resulta sumamente interesante de las recientes protestas, que son precisamente reacción contra estas crisis globales y sus expresiones locales, es la alta participación de los jóvenes y la emergencia del símbolo en particular que han catapultado como expresión de lucha generacional.
No cabe duda que la aparición inicial de la bandera de los piratas Sombrero de Paja en protestas populares en países del Sudeste Asiático tuvo un carácter espontáneo. Su difusión responde por un lado a la propia popularidad del manga y anime de One Piece y, por el otro, a los valores que encarnan Monkey D. Luffy y su banda. Para aquellos que no tengan una idea, cuando hablamos de One Piece hablamos de un manga que ha vendido más de quinientos millones de copias impresas, con una serie anime que lleva décadas saliendo ininterrumpidamente y una industria de películas, live action y merchandising que asciende a más de veinte mil millones de dólares. Un masivo fenómeno comercial consumido por jóvenes y no tan jóvenes a escala global.
Luffy y su tripulación son enemigos del corrupto “gobierno mundial”, en un mundo donde los piratas encarnan tanto los peores vicios como un espíritu de libertad y aventura. Los Sombrero de Paja son la más alta expresión de virtudes como el valor, la camaradería y la lucha por la justicia. En un espíritu que pudiéramos denominar como anarquista, Luffy no reconoce otra autoridad que no sea la de su conciencia y su personal sentido de la justicia. No es de extrañar entonces que esta combinación de un símbolo universalmente reconocido y los valores generales y abstractos que expresa conecten vigorosamente con varias generaciones y en particular con los más jóvenes.
Y aquí viene otra característica central del mundo en el que estos jóvenes han crecido y que se combina con todas las anteriormente mencionadas, un elemento que considero central para entender la naturaleza política de los fenómenos que analizamos: la falta de una alternativa sistémica real a la hegemonía del capitalismo. Luego del derrumbe de la URSS, la izquierda global se ha quedado sin un paradigma global que oponer al paradigma capitalista. Solo queda eso que Fischer denominó como “realismo capitalista” y la amargura que acompaña a esta perspectiva del mundo.
La ola de protestas que ha aupado a los Piratas Sombrero de Paja como símbolo de rebeldía global son también, considero, la expresión de esa impotencia de la razón de la cual estamos presos como época. Las protestas son una reacción contra la corrupción y otras crisis, pero carecen de una propuesta concreta que articule la insatisfacción popular más allá de los estallidos puntuales. Una vez se agota la furia del movimiento o se logran los resultados inmediatos de las protestas, estas se diluyen, sin dejar ningún resultado duradero. Es un ciclo de rebeldía que logra conquistas puntuales, pero resulta incapaz de modificar las causas profundas del problema, porque carece de las herramientas adecuadas para ver su naturaleza sistémica.
Luffy es la expresión de la rebeldía contra la injusticia, pero a la vez también es un personaje de muy limitada comprensión política, que actúa por instinto y por capricho, sin un sentido claro de los objetivos que persigue, fuera del muy general y fantasioso (recordemos que esta serie, en principio, es para adolescentes) de llegar a ser el Rey de los Piratas. Que los jóvenes elijan su bandera como símbolo universal de sus luchas, habla de la capacidad de la industria popular de contener los reclamos populares dentro de símbolos prefabricados por ella. Habla de cómo la sociedad del espectáculo puede canalizar, dentro de los referentes que produce, las aspiraciones de una nueva generación política que emerge.
Y esto, que puede no parecer tan significativo, lo es. Más allá de las ideas de izquierda que pueda tener Eichiro Oda, el mercado no fabrica una industria de miles de millones en torno a un símbolo con un alto potencial subversivo. La propia dimensión de la industria actúa como elemento disciplinador de cualquier impulso creativo que pueda ir más allá de los límites aceptados por el sistema. La rebeldía anárquica de Luffy es aceptable porque expresa el grado de rebeldía adolescente que el mercado tolera.
Una rebeldía joven, instintiva, sin fines claros, que podrá eventualmente ser disciplinada y educada. Porque mientras Luffy nunca envejecerá, sus lectores sí lo hacen y acaban teniendo que aceptar trabajos precarios para poder cubrir los gastos crecientes del sustento familiar. Y muchos de ellos lo harán convencidos, además, de que Uber les permite ser su propio jefe, mientras consumen capítulo tras capítulo de una serie que forma parte grata de sus recuerdos juveniles, pero que ya no expresa para ellos ningún ímpetu de rebeldía.
La bandera de Luffy es la expresión de un fracaso de la izquierda radical revolucionaria, fragmentada y desmoralizada, sin un programa global claro y demasiado ocupada en defenderse de las agresiones de la ultraderecha en ascenso o explicar sus propias incoherencias cuando ha sido poder político. Que aparezca la bandera de Luffy y no el rostro del Che Guevara es la expresión de un renuevo político y simbólico que no hemos podido concretar.
Que para protestar se disfracen del Joker de Batman y no veamos el rostro de Lenin, Fidel o algún símbolo soviético, aunque le pese a los eternos críticos de la URSS, es algo que debiera ponernos a pensar.
Por supuesto, es difícil la batalla contra las industrias culturales del capitalismo contemporáneo y su extraordinaria capacidad de difusión, pero nunca ha sido fácil. Quedarnos cruzados de brazos o lamentarnos, no adelanta un paso ninguna causa. Tenemos a nuestro favor las armas formidables de las ideas y un acumulado simbólico con capacidades extraordinarias de vibrar profundo en la conciencia de los pueblos. La tarea que nos toca es de organización, educación y preparación, como pedía Gramsci.
La naturaleza espontánea de la emergencia de un símbolo como la bandera de los Sombrero de Paja no impide, por supuesto, que el aparato hegemónico lo incorpore de inmediato a sus dispositivos de subversión. Un buen ejemplo de esta rápida asimilación está en la reciente marcha convocada por un colectivo autodenominado como “Generación Z México” y que tuvo expresiones violentas en el Zócalo de la Ciudad de México. Numerosas denuncias en redes evidenciaron el carácter fabricado de la convocatoria, presentada como una protesta contra toda la política tradicional, pero en la práctica solo lanzaron consignas contra MORENA, el actual partido de gobierno. No nos sorprendamos si en el futuro vemos esta misma bandera reciclada en protestas en Cuba, Venezuela, Nicaragua, China o Irán. El manual de golpe blando también actualiza sus símbolos.
Estas líneas no son una crítica a One Piece, obra de extraordinaria calidad que, como otros millones, sigo y disfruto. Es más bien una reflexión ante sus límites como símbolo de lucha y nuestras propias falencias. No hay problema con alzar la bandera de los Sombreros de Paja, pero es preciso hacerlo con la convicción clara de que no basta con ser aventurero, hay que tener una causa definida, hay que saber qué verdades se defienden y, como pedía el Che Guevara, estar dispuesto a “arriesgar el pellejo” para defender esas verdades.
José Ernesto Nováez Guerrero
Al Mayadeen Español