La Liga Árabe en cuidados intensivos: una cumbre en papel y una nación que sangra en Gaza
¿Se ha convertido la Liga Árabe en una carga para lo que queda del sueño árabe? ¿O acaso el momento histórico, a pesar de sus fracasos, aún contiene en sí el potencial de un resurgimiento?
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La Liga Árabe en cuidados intensivos.
Han pasado ochenta años desde la fundación de la Liga Árabe, y entre la cuna y la vejez, la nación ha pasado del sueño de la liberación a la pesadilla de la desintegración, y de la voz de la Cumbre de Jartum al silencio de la Cumbre de Bagdad.
En el octogésimo aniversario, no celebramos un logro institucional, sino que nos encontramos ante una escena fúnebre donde los proyectiles enemigos sobre Gaza se cruzan con declaraciones de cortesía en salas con aire acondicionado.
En una época en la que la geografía se distorsiona y los símbolos se vacían de su significado, la pregunta inevitable es: ¿se ha convertido la Liga Árabe en una carga para lo que queda del sueño árabe? ¿O el momento histórico, a pesar de su traición, todavía contiene en su interior posibilidades de resurrección?
Este artículo es un intento de entender si estamos escribiendo un certificado de defunción... o buscando un nuevo certificado de nacimiento.
Paradojas del dolor árabe
En el octogésimo aniversario de la fundación de la Liga Árabe, y mientras los líderes árabes se preparaban para la foto de grupo en la cumbre de Bagdad, los aviones israelíes estaban segando las vidas de niños y mujeres en la Franja de Gaza, en uno de los días más intensos y brutales de la agresión. Dos escenas paralelas que no se encuentran: una imagen oficial sonriendo a las cámaras, y sangre derramándose en los bordes de la memoria árabe.
La paradoja fue más dolorosa cuando la representación de varios estados del Golfo en la cumbre fue débil y fría, solo días después de su participación al más alto nivel en una celebración sin precedentes del regreso de Donald Trump, el presidente estadounidense que no ha ocultado su apoyo total a la agresión contra Gaza, ni su deseo de apoyar políticas para desplazar a nuestra gente de su tierra.
Y es el mismo que ha recibido de algunas capitales del Golfo billones de dólares en forma de inversiones y alianzas, en una escena que revela claramente el traslado de los centros de decisión de los espacios de solidaridad árabe a los ejes de poder internacional. ¿Con qué derecho la llamamos "Liga" Árabe, si no nos une en nuestros momentos de mayor necesidad de cohesión?
Y como era de esperar, la última cumbre árabe -o algo parecido- salió con un comunicado final que parecía diagnosticar con precisión las crisis que corroen el cuerpo de la nación, pero pronto perdió su peso cuando careció de mecanismos y herramientas de presión que le dieran la capacidad de actuar.
El comunicado no incluyó pasos concretos ni cronogramas, ni siquiera propuestas viables, quedando como una mera repetición de lo que ya sabemos, sin promesa ni compromiso.
Mientras Gaza ardía, los pueblos no encontraron en el comunicado nada que diera esperanza o les recordara que la Liga tiene influencia o impacto. Como si las palabras se hubieran escrito no para ser implementadas, sino para ser olvidadas.
Esta debilidad no sorprendió a nadie, sino que confirmó una amarga verdad: que la Liga Árabe, en su forma actual, ha llegado a representar las voluntades de los regímenes más que reflejar el pulso de los pueblos.
Ya no es una plataforma para enfrentar desafíos cruciales, sino un espacio para formular declaraciones que consumen los noticieros y no tocan la conciencia de las masas.
Una idea en proceso de liquidación
Desde hace años, existen intentos - que ya no son tímidos - de reemplazar la Liga Árabe con un nuevo marco bajo el nombre de Organización de Oriente Medio, en el que a "Israel" se le otorga un asiento permanente y una posición garantizada, y en el que las relaciones árabes se reconfiguran sobre la base del interés, no del principio, y la normalización, no la liberación, mientras que Palestina se deja a un destino redibujado por tanques y aviones.
Esta visión no surge de la nada, sino que emana de una narrativa colonial antigua -renovada- que ve el arabismo como un proyecto agotado, y considera que la seguridad regional solo puede construirse en asociación con "Tel Aviv", incluso a expensas del derecho histórico y la sangre árabe.
Las últimas cumbres no son más que testimonios contundentes de este declive: declaraciones retóricas frente a la catástrofe yemení, posiciones vacilantes ante la tragedia siria y libia, y un silencio absoluto ante el impulso de la normalización, hasta el punto de que parece que la Liga ha renunciado voluntariamente a los últimos vestigios de su papel, no solo por coerción, sino bajo el peso del colapso de la voluntad política.
Lo que se pretende borrar a través del nombre
Es cierto que hay quienes proponen cambios simbólicos, como eliminar el término "árabe" de los nombres de algunos países, con el pretexto de "renovar la identidad" o "mantenerse al día con la nueva realidad regional", pero el peligro no radica en los nombres, sino en lo que se pretende ocultar detrás de estos nombres.
El nombre no es más que la cubierta, mientras que el contenido es un borrado gradual de una memoria política extendida, y un golpe sistemático al marco que ha llevado -a pesar de sus tropiezos- los sueños de generaciones de unidad, liberación y soberanía. No estamos enfrentando un mero ajuste formal, sino un proyecto que busca transformar la pertenencia de un vínculo civilizacional e histórico a una función regional sin profundidad ni raíces. Cuando se tocan los nombres, se apunta al significado... y cuando se apunta al significado, se amenaza la idea.
Cuando la Liga era un título de rechazo
Basta recordar la cumbre de Jartum en 1967, que vino después de la derrota de junio, para declarar una posición inolvidable en la historia árabe: "No a la paz, no al reconocimiento, no a las negociaciones" con el enemigo sionista.
Esa Liga -cuando expresaba una voluntad de lucha- era capaz de establecer una posición política unificada, incluso en tiempos de derrotas. Hoy, incluso las posiciones simbólicas son escasas, y la voz de la Liga apenas se escucha.
En este contexto, recordamos las palabras del gran pensador Gamal Hamdan cuando dijo: "El verdadero peligro es que los árabes sufran una pérdida de inmunidad histórica... que sean devorados mientras están de pie", en una clara referencia a que la desintegración no es solo en la geografía, sino en el espíritu y el significado.
Como escribió Edward Said: "La identidad no es solo lo que heredamos, sino lo que defendemos y creamos a pesar de los intentos de borrarla", y esta identidad unificadora es la que está siendo atacada en su esencia.
Y frente a este proyecto desintegrador, también debemos recordar la declaración de Abdul Rahman Al-Kawakibi: "El despotismo corrompe la mente, corrompe la religión, corrompe la moral, corrompe la sociedad"... ¿No es la Liga Árabe, como la quieren hoy, fruto de un despotismo árabe crónico, que normaliza y apacigua y luego justifica la derrota como sabiduría?
La esperanza en los pueblos
A pesar de todo este retroceso, los pueblos árabes aún no han firmado el certificado de defunción de la Liga. Todavía hay en la conciencia colectiva un pulso que resiste, y en las plazas de la ira popular y las temporadas de solidaridad con Palestina, y las olas de rechazo a toda tiranía, señales vivas de que los pueblos no mueren... aunque callen por un tiempo.
Todavía hay en la conciencia de la nación un anhelo por una entidad que la exprese, que no la reduzca a los límites de la geografía, ni la convierta en números en informes oficiales, sino que la vea como es: una nación con memoria, derecho y mensaje.
La esperanza de que la Liga - o algo similar - sea resucitada, no como un "club de regímenes" cerrado, sino como un espacio abierto para la voluntad de los pueblos, la justicia de las causas y la integración del destino. Un proyecto que no se construye solo sobre los escombros del fracaso, sino que se nutre de su crítica, y se basa en la fe de que nuestro futuro se forja en la calle, no en los pasillos de la diplomacia esterilizada.
Cuando se amenaza la supervivencia... y se pone a prueba el significado
La cumbre de Bagdad -a pesar de su debilidad- no será la última cumbre, pero si la Liga Árabe continúa en este camino pálido, está avanzando firmemente hacia la pérdida de lo que le queda de legitimidad simbólica e histórica. El asunto ya no es una cuestión de reformar una institución, sino una pregunta sobre su existencia y utilidad en un tiempo en el que los marcos unificadores se derrumban, y los mapas se rediseñan a la medida del más fuerte, no del más adecuado.
Pueden cambiar los nombres, repintar los letreros, y poner a "Israel" en el corazón de un nuevo sistema regional... pero lo que no debemos permitir es la liquidación de la idea que creó este espacio compartido a pesar de las tormentas: la idea del arabismo consciente, unificador, que trasciende regímenes, banderas y fronteras.
Porque el arabismo, como escribió Gamal Hamdan, no es un lema político, sino "una capacidad histórica y geográfica, que, si desaparece de los árabes, ellos desaparecen del mundo y de la historia".
Y no es una institución que se desmantela en habitaciones cerradas, sino una conciencia viva que se despierta cada vez que los pueblos llaman, las élites responden, y la conciencia despierta.