El tercer secuestrador del 11-S pudo ser un recluta de la CIA
Los incansables esfuerzos de la CIA por impedir que el FBI se enterara de que numerosos agentes confirmados de Al Qaeda se encontraban en libertad en Estados Unidos durante los 18 meses anteriores al 11-S fueron extraordinarios.
Más de dos décadas después de los atentados del 11-S, muchos misterios sobre ese fatídico día y los meses que lo precedieron no sólo no se han resuelto, sino que han caído en el olvido. Un enigma clave en ambas categorías es cómo los supuestos secuestradores Nawaf Hazmi y Khalid Mihdhar llegaron a residir con un informante del FBI, tras su llegada a Estados Unidos en 2000.
Casi tan pronto como la pareja aterrizó en el aeropuerto internacional de Los Ángeles en enero de ese año, conocieron a Omar al-Bayoumi, un agente de inteligencia saudita, en un restaurante del lugar. Tras una breve conversación, Bayoumi les ayudó a encontrar un apartamento cerca del suyo en San Diego, firmó su contrato de alquiler, les abrió una cuenta bancaria y les donó mil 500 dólares para el alquiler. Los tres se cruzarían repetidamente durante los 18 meses siguientes.
Un informe judicial de 2021 desvelado a principios de este año por SpyTalk resume los resultados de una investigación de la Oficina de Comisiones Militares, el órgano jurídico que procesa a los acusados del 11-S, sobre las conexiones de Riad con los atentados. La investigación concluyó que esta reunión y los contactos posteriores entre los futuros secuestradores y Bayoumi fueron dirigidos por la CIA.
Veteranos de la CIA y del FBI consultados durante la investigación de la Oficina afirmaron que la Agencia había utilizado a la Dirección General de Inteligencia de Arabia Saudita como enlace no sólo para establecer contacto con Hazmi y Midhar, sino también para reclutarlos como activos. Los medios de comunicación independientes prestaron gran atención a estos aspectos del expediente. Sin embargo, un pasaje incendiario, universalmente pasado por alto, sugería con fuerza que Bayoumi no era el único activo de la CIA y de Arabia Saudita en estrecha proximidad con los secuestradores del 11-S, y viceversa.
Inquilinos silenciosos
En febrero de 2000, con el apoyo financiero y logístico de Bayoumi, Hazmi y Midhar se mudaron a un complejo de apartamentos en San Diego, California. Allí despertaron muchas sospechas entre sus vecinos. No hablaban inglés, no compraron muebles, dormían en colchones en el suelo y, al parecer, pasaban gran parte del día jugando a simuladores de vuelo. Sin embargo, también llevaban maletines a todas partes, utilizaban con frecuencia teléfonos móviles y de vez en cuando les recogían limusinas por la noche.
A pesar de ello, los residentes locales no plantearon a las fuerzas del orden ninguna preocupación sobre Hazmi y Midhar. En mayo de ese año, se trasladaron a otro lugar de San Diego y se alojaron en casa de Abdussattar Shaikh, informador del FBI desde hacía mucho tiempo. Éste tampoco expresó a su superior ninguna preocupación por sus inquilinos, aunque no se sabe con certeza qué información les transmitió.
Un informe del inspector general del FBI de noviembre de 2004 evaluaba la "gestión de la información de inteligencia" por parte del FBI en relación con los secuestradores antes del 11-S, y contenía un extenso apartado dedicado a su estancia con Shaikh. En las entrevistas que mantuvo con el FBI tras los atentados, Shaikh "los describió como inquilinos tranquilos que pagaban el alquiler... buenos musulmanes que rezaban regularmente en la mezquita... [e] insistió en que no había observado ningún indicio de actividad nefasta... que debiera haberle llevado a informar de sus identidades al FBI".
Sin embargo, Shaikh supuestamente "proporcionó versiones contradictorias sobre la información que había revelado sobre Hazmi y Mihdhar". Para complicar aún más las cosas, su contacto original en el FBI se jubiló a principios de 2002 y se negó a ser entrevistado por el inspector general. Las versiones varían en cuanto a lo que Shaikh le dijo. Como mucho, parece que reveló los nombres de Hazmi y Mihdhar, que estaban en Estados Unidos "con visados de visitante válidos y que planeaban visitar y estudiar durante su estancia en el país".
El inspector general deja constancia de que el FBI pidió a Shaikh los apellidos de sus inquilinos, pero no se los facilitó y no se hizo ningún seguimiento. El expediente de la Oficina de Comisiones Militares ofrece una posible explicación siniestra de la falta de claridad de todas las partes en torno a la estancia de Hazmi y Midhar con Shaikh. Registra cómo un "agente especial con amplia experiencia en asuntos de terrorismo y contraespionaje" anónimo de la Oficina dijo a los investigadores de la Oficina que las investigaciones posteriores al 11-S mostraban:
"[Shaikh] recibía fondos del gobierno de Arabia Saudita mientras trabajaba como informante para el FBI".
Según los términos de esta relación, Shaikh recibía regularmente a ciudadanos sauditas "prominentes" que visitaban California, pasando subrepticiamente información sobre ellos a Riad. Era un método muy eficaz por el que Arabia Saudí podía "controlar las actividades de sus ciudadanos mientras estaban en el extranjero." Y lo que es más grave, dado que la CIA estaba utilizando a los sauditas para reclutar y gestionar como activos a los secuestradores del 11-S, también era otro medio por el que la Agencia podía ocultar al FBI su presencia en Estados Unidos.
Gran talento
Los incansables esfuerzos de la CIA por impedir que el FBI se enterara de que numerosos agentes confirmados de Al Qaeda se encontraban en libertad en Estados Unidos durante los 18 meses anteriores al 11-S fueron extraordinarios. Esto se extendió a prohibir repetidamente a los funcionarios del FBI destinados en la unidad de Al Qaeda de la Agencia, Alec Station, que informaran a sus superiores de la llegada de Hazmi y Midhar al país.
Además, en una reunión celebrada en junio de 2001 con altos funcionarios del FBI, incluidos representantes de la unidad de Al Qaeda de la agencia, la CIA compartió fotos de Hazmi y Midhar, pero se negó a responder a preguntas sobre ellos, al tiempo que facilitaba información falsa sobre sus identidades. El extraño y engañoso ejercicio parece haber tenido por objeto averiguar si el FBI sabía quiénes eran Hazmi y Midhar, y si estaban siendo objeto de una investigación activa.
Elementos de la CIA parecen haber sido muy conscientes en ese momento de que la pareja, junto con una serie de otros terroristas confirmados de Al Qaeda en suelo estadounidense, estaban planeando algo importante de forma inminente. Esto sugiere ampliamente que el 11-S fue como mínimo permitido por elementos de la comunidad de inteligencia de Washington.
Abdussattar Shaikh habría sido una fuente de información muy valiosa sobre las actividades y los planes futuros no sólo de Hazmi y Midhar, sino también del secuestrador Hani Hanjour. Éste se instaló con Hazmi en la residencia de Shaikh en diciembre de 2000; Midhar había abandonado Estados Unidos seis meses antes, antes de que ambos se trasladaran a Phoenix (Arizona). Esto hace pensar que Hanjour también había sido reclutado como agente de la CIA, consciente o inconscientemente, y que Shaikh lo vigilaba.
Hanjour y su papel en el 11-S fueron calificados desde el primer día de "enigmáticos" por los investigadores del FBI, los funcionarios del gobierno estadounidense y los principales periodistas. Todos los que lo conocían lo describían como una figura delgada de apenas metro y medio de estatura, manso, modesto, de buen corazón, sin ideas extremistas y un candidato muy poco probable para participar en un atentado terrorista de gran envergadura, y mucho menos para llevarlo a cabo. La familia de Hanjour, que habló con él ocho horas antes de los atentados y no informó de nada inusual en la conversación, nunca aceptó su culpabilidad.
Aún más desconcertante es el hecho de que, inmediatamente después de su secuestro, el Vuelo 77 ejecutó un extraordinario giro en tirabuzón descendente de 330 grados desde unos siete mil pies de altura, mientras viajaba a más de 500 millas por hora, para quedar perfectamente nivelado con un camino peatonal que conducía al Pentágono. Volando a poco más de un metro del suelo y derribando farolas por el camino, el avión se estrelló contra el cuartel general del Departamento de Defensa.
Las grabaciones muestran que los controladores aéreos estaban convencidos de que el Vuelo 77 era un avión militar, ya que creían que un 757 comercial sería incapaz de realizar tales maniobras. Los expertos en aviación también caracterizaron posteriormente su vuelo como obra de "un gran talento... prácticamente un giro y aterrizaje de libro de texto". Sin embargo, Hanjour era un piloto tan pésimo que sus instructores de la escuela de pilotos de EE.UU. lo denunciaron a la Administración Federal de Aviación, por considerar que su licencia de piloto era fraudulenta.
Un artículo del Washington Post de mayo de 2002 explica que sus tutores no sospechaban que Hanjour fuera un posible secuestrador, "pero temían que sus habilidades fueran tan débiles que pudiera suponer un peligro para la seguridad si pilotaba un avión comercial". En un examen escrito, tardó tres horas en responder a una pregunta que normalmente a los estudiantes les llevaba 20 minutos. Mientras tanto, fue incapaz de controlar un monomotor Cessna durante las pruebas prácticas. Un instructor declaró:
"No había ninguna sospecha de maldad. Se trataba más bien de una preocupación instructiva muy típica de que 'realmente no deberías estar en el aire'. Todavía hoy me sorprende que pudiera estrellarse contra el Pentágono. No sabía volar en absoluto".
Cómo Hanjour ejecutó el ataque contra el Pentágono a pesar de su demostrada incompetencia aeronáutica es hoy otra curiosidad del 11-S olvidada en la memoria. También lo es cómo, a pesar de que en ese momento había 20 mil personas en el edificio, sólo 125 -ninguna de ellas en puestos de responsabilidad- murieron a consecuencia de ello.