De mentira en mentira se arma la agresión
En Washington hay expertos en esas artes de la mentira y la agresión. Algunos llegan hasta a presidentes. Otros intentan dejar sus huellas desde un curul congresional en el Capitolio.
Los imperios se han erigido a base de agresión, conquista, dominación y mentiras. Desde la antigua Roma hasta hoy, con falacias y complots se han justificado guerras, posesiones, ruptura de alianzas y relaciones, magnicidios y vejámenes.
En Washington hay expertos en esas artes de la mentira y la agresión. Algunos llegan hasta a presidentes. Otros intentan dejar sus huellas desde un curul congresional en el Capitolio.
Cuba bien conoce de los métodos preferidos de la clase política imperial. A base de mentiras y complot, Estados Unidos intervino en Cuba en 1898, impuso la Enmienda Platt y su Base Naval en territorio de Guantánamo, propició Golpes de Estado, armó a la sangrienta dictadura de Batista y enfrentó desde el primer día a la Revolución encabezada por Fidel Castro.
Bajo ese influjo nació una maquinaria política anticubana, bien engrasada y mejor financiada. Uno de los mejores vástagos de ese aparato de agresión es el actual senador estadounidense Marco Rubio. A su alianza con Mike Pompeo, exjefe de la CIA y del Departamento de Estado, se debe una de las más sórdidas y dañinas tramas inventadas contra Cuba.
El famoso incidente de los “ataques sónicos” contra funcionarios estadounidenses en La Habana fue la caja de pandora que destapó las más recias sanciones impuestas en nombre del bloqueo a Cuba por la administración Trump. Fueron 243, y la inmensa mayoría permanecen vigentes durante el gobierno de Biden y haciendo enorme daño al pueblo cubano.
Para llegar allí era necesario estremecer a una opinión pública estadounidense que había visto con buenos ojos, mayoritariamente, el cambio de política hacia Cuba -de la agresión descarnada a la seducción-, aplicada por Barack Obama en su segundo mandato.
Así, según el diario español El País, se urdió la farsa de los “ataques sónicos” por parte del senador Rubio y Mike Pompeo, por entonces (2017) al frente de la Agencia Central de Inteligencia. No por casualidad, la mayor parte de los supuestos afectados en La Habana eran oficiales de la CIA y sus familiares.
Desde el primer minuto, las autoridades, el Ministerio del Interior y la comunidad científica cubana demostraron la imposibilidad práctica y tecnológica de tales agresiones acústicas. Pero la mentira encontró asiento en medios y espacios políticos estadounidenses y hasta se bautizó en una ley congresional y se buatizó por el Departamenteo de Estado como “Síndrome de La Habana” la relación de incidentes similares que se reportaron por funcionarios del imperio en capitales europeas y China.
Por estos días, un estudio de casi cinco años de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos ha confirmado lo que Mitchell Valdés, director general del Centro de Investigaciones Neurológicas, y otros destacados científicos cubanos dijeron desde tiempo antes: no hay ninguna prueba de esos descabellados ataques “malvados” orquestados en La Habana y por los que Cuba debía ser castigada con más saña.
Una serie de pruebas avanzadas realizadas por la institución científica de Estados Unidos no reveló traumatismo ni deterioro cerebral en diplomáticos u otros empleados públicos estadounidenses que sufrieron los misteriosos problemas de salud.
Resonancias magnéticas sofisticadas no detectaron diferencias apreciables en cuanto al volumen o estructura del cerebro o a la presencia de materia blanca —indicios de traumatismo o deterioro— entre los cerebros de los pacientes que sufrieron de los denominados ataques y los de empleados públicos saludables que tenían empleos similares, incluso algunos que trabajaban en la misma embajada. Tampoco hubo discrepancias en pruebas cognitivas y otras, según el estudio publicado en el Journal of the American Medical Association.
Si bien eso no descarta alguna lesión temporal sufrida cuando comenzaron los síntomas, los investigadores dijeron que no pudieron detectar indicadores a largo plazo de trauma o infarto.
“Ello debe dar algo de calma a los pacientes”, declaró a la AP uno de los coautores del estudio, Louis French, un neuropsicólogo en el Centro Médico Nacional Militar Walter Reed. “Esto nos permite enfocarnos en el aquí y ahora, en ayudar a la gente a regresar a donde deben estar”.
El estudio de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos no ofrece explicación alguna para los síntomas —como dolores de cabeza, pérdida de equilibrio o dificultades para pensar o dormir— que fueron reportados inicialmente en Cuba en 2016 y luego por cientos de empleados públicos estadounidenses en diversos países. Pero sí contradice reportes anteriores que alegaban la existencia de lesiones cerebrales en personas que experimentaron lo que el Departamento de Estado ahora llama “incidentes anómalos de salud”.
La mentira no puede ser sostenida toda la vida, pero sí, terriblemente, el tiempo necesario para castigar a un pueblo más allá de cualquier límite. Marco Rubio, Mike Pompeo y todos los medios, científicos y funcionarios que urdieron y sostuvieron la trama contra Cuba tienen sobre sus hombros el enorme peso de intentar aniquilar con sus mentiras a todo un pueblo.
La actual administración estadounidense tiene, a su vez, la responsabilidad histórica de dar crédito a la mentira y multiplicar el odio de sus predecesores, al sostener intacto el bloqueo arreciado contra Cuba y multiplicar las operaciones de “cambio de régimen” a las que destinan millones del presupuesto estadounidense.