Autoadministración en Siria: Entre Washington, la sombra de Palestina y la obsesión secesionista
Existe una gran diferencia entre lo que se escribe sobre el autogobierno y lo que la gente experimenta. Los opositores inventan narrativas preconcebidas, pero la verdad está escrita sobre el terreno, donde árabes, kurdos, asirios y armenios participan juntos en la gestión de sus regiones.
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Autoadministración en Siria: Entre Washington, la sombra de Palestina y la obsesión secesionista.
Mis reiteradas visitas al norte y este de Siria no fueron meras excursiones de un periodista que observaba desde fuera, sino la experiencia de un investigador que se adentraba en el corazón de un proyecto político y social que se creaba entre las llamas.
Allí, entre Qamishli, Hassakeh, Kobani, Ras al-Ayn y Tell Tamer, presencié de primera mano cómo personas de todos los ámbitos intentan escribir su contrato social con su sangre y sus experiencias, no con eslóganes ni repitiendo los mapas del pasado.
No visité estas zonas como un observador neutral, sino como alguien que desea comprender:
¿Cómo surgió este experimento?
¿Quién lo gestiona?
¿Qué busca realmente?
¿Y por qué tanta hostilidad dirigida hacia él por parte de partes que toleran las peores prácticas, pero desconfían de un modelo que intenta construir la política desde la base?
En medio de este complejo panorama, descubrí que mucho de lo que se dice sobre la Administración Autónoma no es un hecho, sino una guerra de narrativas originada en Ankara y difundida a través de diversas plataformas y escritores. Su objetivo principal no es exponer las fallas —que existen—, sino distorsionar el experimento en su esencia misma, impidiéndole madurar.
Entre las realidades sobre el terreno y lo que se escribe en el extranjero, está surgiendo una gran brecha, que quizás ahora sea necesario cerrar.
Una alianza necesaria para superar una herida abierta
Una de las preguntas más frecuentes en el discurso de los adversarios es:
¿Por qué las Fuerzas Democráticas Sirias se aliaron con Estados Unidos?
Para comprender esto, debemos remontarnos al momento de la toma de decisiones que experimentaron las fuerzas locales frente Daesh, cuando sus hordas ocupaban la mitad de Siria y se acercaban a las regiones kurdas, árabes y asirias por igual.
En ese momento, solo tenían dos opciones:
- O aguardar la aniquilación
- o entablar una alianza militar forzosa con la única potencia que les ofrecía apoyo.
Pero esta alianza, a pesar de su importancia en la lucha contra el terrorismo, no descarriló la dirección política de la Administración Autónoma ni implicó servilismo. La prueba más clara de ello es que la CIA participó directamente en el secuestro del líder kurdo Abdullah Öcalan en 1999, y que el Mossad también participó en la operación. Esta herida no ha cicatrizado y los líderes políticos del norte y el este de Siria nunca la han olvidado, pero no les impidió tomar la decisión pragmática que salvó a sus regiones del colapso.
Con la caída del régimen sirio en el escenario que analizamos, Washington se encuentra en una posición diferente:
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Busca reconstruir una nueva estructura de seguridad en Siria y cree que la integración de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) en el nuevo ejército sirio es la garantía contra la posibilidad de que el panorama militar se convierta en una mezcla explosiva de facciones que han practicado el terrorismo y se han aliado con el Daesh. Por lo tanto, está promoviendo, sin anunciarlo explícitamente, diálogos entre la Administración Autónoma y las autoridades de facto, en un intento por crear un terreno común que evite el caos.
Esta relación problemática -entre un recuerdo doloroso y una alianza forzada- es uno de los puntos más explotados en las campañas de desprestigio.
Campañas de desprestigio políticamente impulsadas
Desde los primeros años de la crisis siria, Turquía se esforzó por construir una narrativa que afirmaba que la Administración Autónoma era un proyecto separatista que amenazaba la unidad de Siria. Pero el problema central no era la unidad siria, sino las ambiciones expansionistas de Ankara, arraigadas en el legado otomano y en objetivos estratégicos que trascendían fronteras.
Turquía no estaba sola en esta batalla. Contaba con el apoyo, o incluso el apoyo, de diversas facciones del islam político que alzaban la bandera de la "revolución" mientras perpetraban las peores formas de exclusión, asesinatos y desplazamientos en las zonas bajo su control, incluyendo a los alauitas, los drusos y otros.
En cambio, ni las Fuerzas Democráticas Sirias ni las Unidades de Protección de la Mujer se alzaron en armas contra el ejército sirio durante los años de la crisis. En la propia Qamishli, la "zona de seguridad" del Estado sirio estaba a pocos pasos de las instituciones del gobierno, pero permaneció intacta.
Esto por sí solo revela el verdadero alcance del proyecto: ni secesión, ni partición, ni un Estado kurdo independiente.
De hecho, la idea de una nación democrática, basada en el pensamiento de Abdullah Öcalan, se fundamenta en lo contrario:
Una Siria unificada, descentralizada y participativa que garantice los derechos de todos sus integrantes sin excepción.
Desde el Castillo de Beaufort hasta el este del Éufrates... Raíces indelebles.
Un hecho histórico crucial falta en muchas narrativas:
Que el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) libró batallas contra la ocupación sionista en Líbano, y que un grupo de sus combatientes lideró la famosa Batalla del Castillo de Beaufort en 1982 junto a la resistencia palestina. El partido contaba con un campo de entrenamiento en el norte de Líbano donde fue entrenado por cuadros de la revolución palestina.
Estos hechos no son un "detalle histórico", sino claves para expresar una visión política profundamente arraigada.
El propio Öcalan escribió decenas de textos apoyando la causa palestina, enfatizando que la liberación de los pueblos no se logra mediante el aislamiento, sino mediante la integración de sus luchas.
Precisamente por eso, las campañas de desprestigio que acusan a la administración de "normalización" u "hostilidad hacia Palestina" parecen formar parte de una maquinaria política diseñada para perturbar el experimento y distorsionar sus decisiones.
Un proyecto que avanza en un panorama inestable
Es difícil comprender la experiencia de la Administración Autónoma sin situarla en el contexto del mapa de poder que se está configurando tras la salida de las potencias tradicionales que controlaban el escenario, en particular Rusia e Irán.
Esta salida dejó un amplio vacío que dos potencias principales han llenado: Estados Unidos, que está reestructurando su influencia en Siria mediante la creación de nuevos mecanismos de seguridad, y Turquía, que impulsa la expansión y el control bajo el pretexto de la seguridad nacional.
En segundo plano, las potencias árabes se mantienen cautelosas, observando un experimento que crece al margen de la autoridad central del Estado, pero sin intentar desmantelarlo, lo que hace que abordar la postura árabe sea más compleja y confusa.
En medio de este panorama volátil, la Administración Autónoma camina por la cuerda floja, tratando de preservar su proyecto político, impedir la expansión turca, tratar con Washington con calculada frialdad y mantener los equilibrios internos en un momento en que las ecuaciones están cambiando a un ritmo sin precedentes.
Entre las campañas de desprestigio y la realidad sobre el terreno
Existe una gran diferencia entre lo que se escribe sobre la autoadministración y lo que la gente vive allí.
Los adversarios inventan narrativas prefabricadas, pero la verdad se escribe sobre el terreno, donde las mujeres construyen escuelas, centros e instituciones, y árabes, kurdos, asirios y armenios participan juntos en la gestión de sus regiones y en la configuración de un modelo político que, a pesar de todo, aspira a ser más justo e inclusivo que cualquier otro que Siria haya conocido en décadas.
El experimento puede cometer errores, tropezar y enfrentarse a presiones incesantes, pero, con todas sus fortalezas y debilidades, se ha convertido en parte de la ecuación para el futuro de Siria.
Y nadie puede hablar de este futuro ignorando una fuerza militar, social y política que ha demostrado su presencia, ha resistido el terrorismo, se ha negado a verse arrastrada al derramamiento de sangre en Siria y ha mantenido la cohesión de una sociedad diversa a pesar de todos los factores que podrían llevar a su colapso.
El futuro de Siria no se decidirá en oficinas de inteligencia ni mediante acuerdos internacionales fugaces.
Lo decidirán quienes sean capaces de proteger a la gente, salvaguardar la diversidad y construir un contrato social digno de una nueva Siria: una Siria que resurge de las cenizas de una larga guerra, que lucha por convertirse en un Estado donde cada ciudadano se sienta socio, no subordinado; una persona con derechos, no un mero accidente geográfico.
Elhami al Maliji
Al Mayadeen Español