La hostilidad de Manama contra Doha se intensifica en vísperas del Mundial: Una política torpe que siempre desperdicia oportunidades
Bahréin insiste en salirse del rebaño abandonando los ingresos que puede obtener de esta temporada y boicoteando desafiantemente a Qatar, en un momento en el que la sensatez exige aprovechar una oportunidad tan dorada.
En vísperas de la inauguración de la Copa del Mundo de 2022 en Qatar, Bahréin registra un nuevo fracaso diplomático en la historia de sus crisis -externas e internas- creadas por él mismo, al desaprovechar una oportunidad de oro tan necesaria para reactivar su maltrecha economía.
Las autoridades continúan la senda de la animosidad contra Qatar, ya que el presidente del Parlamento Árabe -Adel Al-Assoumi- (que es bahreiní) insiste en no condenar la sospechosa campaña de incitación contra Doha.
Por su parte, el Consejo de la Shura qatarí ha denunciado que Al-Assoumi "no ha condenado las campañas maliciosas" calificándolas de "comportamiento personal inamistoso" que "contradice los principios sobre los que se estableció este parlamento" y sirve a agendas que "no son del interés de los pueblos árabes".
Cabe destacar que Al-Assoumi acaba de fracasar en su intento de presentarse a las elecciones parlamentarias después de que un tribunal bahreiní confirmara que cometió una medida electoral ilegal y, por tanto, perdió su condición de diputado.
Por lo tanto, Bahréin encabeza la lista de las naciones del Golfo que no se beneficiaron de la Copa Mundial de Fútbol de Qatar -económica y turísticamente-, aunque sea vital para reactivar su economía, debido a la política de arrogancia y fabricación de rivalidades temerarias, empezando por su propio pueblo y terminando por el vecino Qatar e Irán.
Por su parte, los jeques vecinos han superado la disputa a largo plazo para aprovechar la oportunidad económica del turismo, ya que las facultades de Qatar por sí solas no podrán acoger a las masas futbolísticas, y se espera que aumenten las reservas en Dubai y la región oriental de Arabia Saudí, además de los acuerdos aéreos celebrados para operar vuelos diarios.
Cabe destacar que Gulf Air no organiza vuelos a Irán e Irak -que miles de bahreiníes visitan anualmente-, mientras que opera vuelos diarios a los territorios ocupados.
Además, el súper rico Qatar comparte la mayor reserva de gas del mundo con Irán, el odiado rival de Riad.
En junio de 2017, Riad, Dubái y Manama rompieron sus lazos diplomáticos con Catar, tras lo cual se sellaron las fronteras terrestres, se prohibieron los sobrevuelos y se cerraron las rutas marítimas. El cordón ha intentado aislar a Qatar del resto del mundo.
Los analistas creen que los problemas no pueden resolverse, esencialmente porque no son meramente políticos, sino que radican en una larga disputa tribal.
Una vez más, la imprudente política hace que Bahréin pierda enormes ingresos financieros del evento deportivo más importante, mientras que el paso dado por los vecinos del Golfo es más perspicaz y reactivaría sus sectores turísticos y económicos (hoteles, bancos, mercados, transportes... etc.).
Bahréin insiste en desentenderse del rebaño abandonando los ingresos que puede obtener de esta temporada y boicoteando desafiantemente a Qatar, en un momento en el que la sensatez exige aprovechar una oportunidad tan dorada.
Un Estado racional que se preocupa por el interés de su pueblo trasciende la arrogancia y las crisis y aprovecha las oportunidades. En cuanto a la política de gobierno unilateral aplicada por Manama, es una señal de fracaso.
Hasta ahora, Bahréin ha perdido dos oportunidades, la del Mundial de Fútbol para mejorar su relación con Qatar, y la de las elecciones para reconciliarse con su pueblo y reavivar su estancada vida política; un régimen que soporta un alarmante aislamiento, que se traduce en una carrera proactiva hacia una entidad sionista débil, dilapidada y difunta, y que sigue una brutal política de opresión y negación de la voluntad popular bahreiní.