Chávez infinito
El autor narra sus propias vivencias desde que conoció a Chávez, sus encuentros memorables y las hazañas del líder incansable en favor de su pueblo y de toda América Latina, de su lealtad y entrañable amistad con Fidel.
Han pasado diez años de aquel instante que nos paralizó, que nos sacó las lágrimas y la rabia de no haber podido vencer la maldita enfermedad. Eran las 4: 25 de la tarde del 5 de marzo de 2013, la voz temblorosa y herida de Nicolás Maduro nos comunicaba su partida física. Se iba el combatiente, quedaba su espíritu; se marchaba el orador encendido y seductor, quedaban sus ideas; partía a otra dimensión el líder; quedaba su ejemplo.
Tuve el privilegio de verlo aquel diciembre de 1994 en La Habana, cuando sacudió conceptos y sospechas sobre el militar que se había levantado en armas dos años antes, y se reveló como el líder latinoamericanista que crecería después con celeridad.
Lo escuché, táctico e inteligente, un año después, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, presentando su Movimiento Bolivariano 200 y hablando de una constituyente y no todavía de tomar el poder político.
Vibré con aquella victoria extraordinaria de 1999, que abrió la senda de triunfos electorales de movimientos progresistas en América Latina, a 40 años del triunfo de la Revolución Cubana.
Lo admiré en su dimensión humana aquel octubre de 2000, cuando acompañamos una delegación de jóvenes a Fidel a la firma del Pacto de Caracas que estableció las rutas solidarias entre Venezuela y Cuba, y él nos recibió tan generosa y hospitalariamente en su residencia para compartir película y anécdotas y nos llevó por los campos de Barinas y Maracaibo.
Me estremecí aquel 11 de abril de 2001 cuando el Golpe de Estado intentó cercenar el hermoso proceso popular iniciado y me enorgulleció ver a Fidel haciendo todo lo imposible por salvarle la vida en aquellas circunstancias. Y ganar aquella dura batalla con la resistencia del pueblo, el concurso valiente de su hija y la lealtad de parte de los militares.
Recuerdo con nitidez aquella madrugada en que Fidel y él redactaron el documento que daría luz al ALBA, o aquellas memorables jornadas en Mar del Plata que el selló con su vibrante discurso ante miles en el estadio de futbol y su mandada al carajo del ALCA, o sus esfuerzos extraordinarios, en medio de las diferencias, para sellar la unidad necesaria en la Celac.
Lo escucho de nuevo en aquellos diálogos televisivos que nos propició más de una vez y en aquella manera jovial, clara, sincera con que nos hablaba a los cubanos. Lo veo ahora mismo aquella tarde en que Fidel lo conmovió yendo al hospital a consultarle su opinión sobre una reflexión que publicaría esa noche.
Todo parece que sucedió ayer. Diez años después siento en mis oídos su voz de trueno, su risa telúrica; recibo otra vez esos abrazos enormes que él sabía dar con toda la carga de humanidad que llevan sus brazos y pecho.
Vuelvo a oír su invitación desafiante y jocosa a jugar bolas criollas; sus cuentos garciamarquianos; me contagió con su empedernido deseo de cantar llaneras y de desgranar poesías.
Lo miro una vez más en complicidad revolucionaria y familiar con Fidel; lo oigo hablar con pasión de Bolívar y la Patria Grande; lo advierto abrazando a Evo, sonriendo con Cristina, reflexionando con Lula; lo percibo sufriendo por Haití y extendiendo su generosa mano al Caribe entero.
Me estremece como siempre su amor de hijo y su amor de padre; vuelve a mis retinas su imagen tierna con el niño en brazos aceptándole la galleta de regalo; lo veo metiéndole ganas a un reñido juego de pelota.
Está ahí, ahora mismo; lo tengo frente a mí; lo siento en su grandeza; huelo su aroma de pueblo y su pasión nuestroamericana. Chávez está vivo e inquieto; anda recorriendo con su espíritu el sur del Río Bravo, enarbolando sus ideas y llamando a despertar conciencias; se pasea también entre los pueblos árabes que lo respetaron y admiraron siempre. Nos advierte del imperio, pero también de su confianza en la fuerza de los pueblos.
Si hoy podemos verlo entre nosotros es porque sembró en muchos, y sobre todo sembró en su pueblo; que no ha tenido ni un minuto de descanso desde aquel triste día de su partida. Y la han pasado dura, como nosotros los cubanos, pero no se han arrodillado. Con Maduro al frente han dado la batalla y han triunfado.
Chávez sigue infinito, sigue peleando, sigue ganado. ¡No dejemos nunca que se vaya!