Una reflexión sobre la opresión del pueblo palestino
En su artículo exclusivo para Al Mayadeen English, el autor habla sobre el libro Palestina. Crónica de un asedio, de Daniel Jadue, presentado en la embajada de Palestina en Buenos Aires.
La semana pasada tuve el privilegio de asistir a la presentación del libro Palestina. Crónica de un asedio, de Daniel Jadue, alcalde de la comuna de Recoleta, un barrio de Santiago de Chile. El acto tuvo lugar en la Embajada de Palestina en Buenos Aires, ante un numeroso público. Me llamaron para hacer un breve comentario sobre el libro de Jadue, lo que me hizo muy feliz por el respeto y la admiración que siento por él. Daniel Jadue, nacido en 1967, es una de las figuras más importantes de la política chilena y probablemente el mejor alcalde de ese país. Hijo de inmigrantes palestinos, estudió y se licenció como sociólogo y arquitecto, especializándose en vivienda social. También tiene un máster en Urbanismo y es miembro activo del Partido Comunista. Su brillante gestión al frente de la Comuna de Recoleta y su activa participación en distintas asociaciones de la comunidad palestina en Chile lo convirtieron en precandidato presidencial en las elecciones primarias del Frente Amplio en 2021, cuando fue derrotado por Gabriel Boric, actual presidente de Chile.
Cuando subí al estrado, dije que estábamos ante una obra excepcional, tanto por su contenido como por la notable calidad de su narración. Jadue fue a visitar la tierra de sus antepasados en 2009 y en su extenso libro relata todas las vicisitudes que tuvo que afrontar para entrar en Palestina desde Ammán, la capital del Reino Hachemí de Jordania, además de centro comercial, industrial y administrativo del Reino. La ocupación israelí le hizo pasar por todo tipo de puestos de control invariablemente tripulados por militares prepotentes armados con ametralladoras y fusiles de asalto, sólo para inspeccionar un pasaporte o revisar una maleta. Tardó más de ocho horas en entrar finalmente en Palestina.
En el libro, relata sus emotivos encuentros con familiares y amigos en Beit Lahm, Ramle, Beit Jala, Al-Jalil y Al-Quds y la sofocante presencia de policías, espías y militares israelíes. Relata con elocuencia las desgarradoras escenas de la destrucción de casas, huertos y granjas de los palestinos. Cuenta cómo el Muro serpenteaba por las casas y calles de Beit Lahm y cómo miles de visitantes anónimos se acercaban a él desafiando a los soldados israelíes apostados en las torres de vigilancia y siempre dispuestos a disparar. Vinieron a pintar grafitis y dibujos en el Muro contra el Muro, contra la política israelí de exterminio contra los palestinos y, por supuesto, contra la ocupación militar en medio de llamamientos a la solidaridad internacional.
Jadue cuenta también que, desde el principio de su construcción, los muertos se contaron por centenares eliminados en condiciones muy sospechosas, con investigaciones judiciales que nunca llegaron a ninguna conclusión y que, en sus palabras, "acabaron justificando lo injustificable." Uno de los pasajes más escalofriantes del libro es cuando describe un incidente en el puesto de control de Qalandia. Allí, las tropas israelíes detuvieron a todos los coches que intentaban cruzar, hicieron bajar a todos sus pasajeros y revisaron uno a uno todos los vehículos y a todas las personas que querían cruzar al otro lado, a "Israel". La brutalidad del maltrato a los ocupantes de los vehículos, sin distinción entre mujeres, niños u hombres clamó al cielo, por lo que tituló apropiadamente ese capítulo de su obra "El lugar de la tierra más cercano al infierno". En uno de los coches viajaba un matrimonio con una hija pequeña. Jadue observa cómo los soldados obligaron a la madre y a la niña a salir del coche y a apoyarse en él con las manos y las piernas entreabiertas para registrarlas por completo. La niña empezó a llorar, y cuando la madre quiso acercarse para consolarla, recibió un grito feroz del soldado que le apuntó con una ametralladora, exigiéndole que se alejara de ella. Poco después, estos incidentes se generalizarían desencadenando una airada protesta de la larga fila de pasajeros de los vagones, lo que produjo una respuesta inmediata de las fuerzas de ocupación israelíes que comenzaron a disparar sus ametralladoras al aire, provocando el silencio inmediato y aterrorizado de los presentes.
Pero los gritos de los palestinos no tardaron en acallar los disparos de los soldados. Empezaron a llover piedras y cócteles molotov desde el campamento hacia el puesto de control, y se oían insultos contra las tropas israelíes desde las ventanas de las casas mientras los jóvenes se defendían con palos y piedras de los soldados israelíes, fuertemente armados. Una hora más tarde, nuestro autor comprobó que la calma había vuelto al lugar. Pero todos sabían que esa noche las fuerzas de ocupación volverían, cuando todos durmieran, a asaltar las casas de los palestinos con fuerza bruta, tratando de apresar a los líderes de la Resistencia, independientemente de que hubieran participado en el incidente ocurrido unas horas antes.
La vibrante y sentida narración de la visita de Jadue a los territorios ocupados; su pasión por examinar desde la indignación y la cólera que despierta el largo "Muro de la Vergüenza", el Muro de Separación que divide "Israel" de Cisjordania - símbolo inequívoco del cruel y odioso apartheid establecido por "Tel Aviv" - hasta los detalles más aparentemente triviales de la vida cotidiana pero que en su totalidad e intolerable repetición reflejan la maldad de los opresores de Palestina; y, por último, sus reacciones personales ante los sufrimientos del pueblo palestino y el lento genocidio al que se ve sometido diariamente convirtieron la cruda y aguda crónica sociológica de Jadue en un thriller que atrapa al lector de principio a fin, haciendo casi imposible dejar de leer su libro.
Su detallada descripción de la repugnante mezcla de brutalidad y desprecio racista que caracteriza la ocupación "israelí" de una tierra que no es suya, que fue robada con la complicidad de los cínicos y autoproclamados custodios del derecho y la legalidad internacionales -Estados Unidos y sus lacayos europeos- termina con una sorprendente pero esclarecedora afirmación: es una verdad a medias decir que esta tierra pertenece a los palestinos porque, en realidad, se trata de algo mucho más trascendente y esencial: son los palestinos quienes pertenecen a esta tierra; son sus hombres y mujeres quienes pertenecen a esta tierra, lo que no es en absoluto el caso de los colonos judíos que la invadieron respaldados por la fuerza de las armas. Una de las muchas lecciones que se pueden extraer del libro de Jadue es que el vínculo de sangre milenario entre el pueblo palestino y su tierra es algo que las autoridades israelíes nunca podrán cortar ni desatar. Y ahí radica la esperanza de que un día, seguramente no muy lejano, la "Nakba" (la catástrofe) sufrida por los palestinos no sea más que un doloroso recuerdo del pasado.