El derrumbe del Imperio otomano y sus efectos. Parte I
El Imperio otomano, denominado despectivamente en esos años de los primeros lustros del siglo XX “el hombre enfermo de Europa” invisibilizaba el hecho que sus dominios se extendían por tres continentes, experimentando, a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, una rápida descomposición.
En estos años, me he adentrado en el análisis de la situación en Asia occidental, en la etapa agónica del Imperio otomano, en el contexto de lo que se ha denominado la Primera Guerra Mundial. Una guerra europea cuyos efectos se multiplicaron, afectando a la región del Levante Mediterráneo, con consecuencias que perduran hasta el día de hoy y cuya expresión más dramática se vive desde el 7 de octubre de 2023 con el proceso intensificado de exterminio del pueblo palestino. Esto, a manos del régimen nacionalsionista en un proceso que se extiende ya por 76 años.
Un área de estudio que se hace necesario reflotar permanentemente para darnos cuenta de que los procesos de dominio de occidente no cesan y se niegan a cualquier cambio que implique la plena autodeterminación de los pueblos. Así, el entender la política de Asia Occidental, tras la derrota del imperio otomano en la Primera Guerra Mundial (PGM) y la intervención de las potencias occidentales aliadas: Francia y Gran Bretaña primordialmente -y en algún momento con la participación de la Rusia zarista- en la división de los territorios del Levante Mediterráneo, implica dar cuenta de acuerdos, cartas y tratados, donde ese imperio otomano, pagaría con territorios su capitulación y entraría en una etapa histórica definida por la conformación del moderno estado turco. La pérdida de las posesiones imperiales otomanas permite, evidentemente, entender la actual situación experimentada por aquellos países que conforman esa zona del planeta, sometidos a la influencia nefasta, desestabilizadora y criminal de las potencias occidentales. Me refiero al Líbano, Siria, Palestina, Irak, en forma esencial y que a partir del año 1979 incluye a la República Islámica de Irán, esencialmente.
El Imperio otomano, denominado despectivamente en esos años de los primeros lustros del siglo XX “el hombre enfermo de Europa” invisibilizaba el hecho que sus dominios se extendían por tres continentes, experimentando, a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, una rápida descomposición que lo llevaría no sólo a sucesivas desintegraciones territoriales, sino también a rebeliones internas como fue el caso de los llamados “jóvenes turcos” (1) con el paso a un nuevo modelo constitucional, como también a su fin como potencia imperial que modificaría su vida futura dando paso a una nueva Turquía bajo el marco del llamado Kemalismo (2).
Finalizada la PGM, el derruido y derrotado gigante con pies de barro otomano, se encontraría también en medio de una lucha por el control occidental, de una región dotada de enormes riquezas hidrocarburíferas, una situación geográfica de importancia capital y donde una ideología foránea y expansionista, nacida precisamente en Europa y catalizada por los afanes imperiales de Gran Bretaña, comenzaría a influir sobre Asia occidental: el sionismo. El triunfo occidental sobre el Imperio otomano generó cambios importantísimos para la vida de millones de seres humanos, principalmente del mundo árabe.
La confluencia entre Sykes-Picot y Balfour
Los intereses europeos y la idea de reparto posimperio Otomano se distinguieron con claridad dos años y medio antes del fin de la PGM con el llamado Acuerdo Sykes-Picot, signado con esa denominación por el nombre de los actores involucrados en su creación: el británico Mark Sykes y el francés Charles George Picot. Un pacto que se constituyó, históricamente, como uno de los diseños de conformaciones políticas y territoriales, que han situado a Asia Occidental como una de las zonas de mayor pugna por su control en la historia moderna. Hablar de un primer diseño o esquema de dominio, es dar cuenta de la labor llevada a cabo por aquellas potencias imperiales de inicios del siglo XX en su tercer lustro: Francia e Inglaterra, que fragmentaron y redibujaron la región en función de áreas de influencia. Ellas, destinadas al control, explotación y usufructo de materias primas marcadas por la presencia de la enorme riqueza hidrocarburífera, que hoy en día sigue marcando el interés foráneo y el control de rutas marítimas de importancia capital, como son los estrechos de Ormuz y Bab el Mandeb y el canal de Suez.
Este primer trabajo de diseño territorial se consumó bajo el marco de acuerdos secretos entre París y Londres, además de la participación de otras potencias como fue el caso de la Rusia Imperial -potencia que tras el triunfo de la revolución bolchevique el año 1917 abandona la guerra- y movimientos como el Sionista, de gran influencia en la política inglesa y francesa, que décadas posteriores mostraría también su influjo en Estados Unidos con la creación del denominado Comité de Asuntos Públicos estadounidense-israelí (AIPAC, por sus siglas en inglés) que es el grupo de presión más poderoso en la política estadounidense y que marca el derrotero de su trabajo en el campo internacional, teniendo como eje principal la defensa del sionismo y su entidad resultante a partir del año 1948 como es la entidad israelí.
El mencionado bosquejo de señorío describe al enfoque destinado a prometer la independencia a los pueblos árabes sujetos al dominio otomano, siempre y cuando unieran sus fuerzas a occidente para derrotar aquel “hombre enfermo”. Una palabra dada sin cumplimiento y finalmente traicionada, pues mientras se juraba ayudar a la independencia de países árabes, se trabajaba en los Acuerdos Sykes-Picot. Esta labor de convencer al líder árabe Hussein Ibn Ali (Jerife de La Meca) fue llevada a cabo por el Alto Comisario Británico en El Cairo, Henry McMahon, quien tuvo un fluido intercambio con Hussein Ibn Ali en una serie de cartas que dan cuenta de la intromisión británica en los asuntos árabes, al mismo tiempo que la traición crónica a la palabra empeñada que suelen ser la conducta contumaz de las potencias occidentales.
El intercambio epistolar señalaba, por ejemplo, en materia de ofertas de alianza. “Si la nación árabe se coloca a su lado en esta guerra, Inglaterra le garantizará contra toda intervención exterior en Arabia y dará a los árabes toda la ayuda necesaria contra una agresión extranjera” (3) fueron las palabras de McMahon. Los ingleses juraron a los árabes que les garantizaban un gran Estado árabe si les ayudaban a derrotar a los otomanos. Pero los ingleses, como parte de su conducta histórica traicionaron a los árabes y en este caso ocultaron la firma del acuerdo Sykes-Picot con los franceses para repartirse aquel mundo.
En siete de estas cartas se mencionan temas territoriales. Ya en la primera de las siete misivas que abordaron temas territoriales, Hussein definía el futuro reino árabe, limitado al Norte por Mersina y Adana hasta una latitud de 37º, en cuyo trazado figuraban Birijik, Urfa, Mardin, Midiat, Jezirat (Ibn Umar), Amadia; al Este por las fronteras de Persia hasta lo que llamaban el Golfo de Basora (Golfo Pérsico); al Sur por el Océano Índico, con la excepción de Adén, que permanecería tal cual; y al Oeste con el Mar Rojo y el Mediterráneo, nuevamente, hasta Mersina.
A Hussein Ibn Ali se le solicitó generar un alzamiento de los pueblos árabes contra los turcos, con la proposición de pagar ese apoyo, con la creación de un reino árabe que iría desde Siria hasta Yemen, donde él tendría un papel preponderante. El levantamiento efectivamente ocurrió y permitió dar un respiro a las alicaídas tropas imperiales británicas, pero la palabra empeñada pasaría a mejor vida tras la Conferencia de Paz de París del año 1919 y la posterior conformación de mandatos imperiales sobre los territorios de Asia Occidental, regidos hasta entonces por el Imperio Otomano. Hussein terminó sus días exiliado en Amman sin haber visto concretada la promesa occidental y con un Levante Mediterráneo fragmentado en función de los intereses franceses y británicos
El acuerdo Sykes-Picot consistió en dar a conocer anticipadamente la forma en que se repartirían, entre Londres y París, los restos del imperio otomano al finalizar la gran guerra. Ambos países, tal como había sucedido en los procesos independentistas latinoamericanos del siglo XIX lograron introducir y extender conceptos e ideas europeas en el mundo árabe, vinculadas al nacionalismo. Afirman, algunas analistas, que hasta entonces los árabes no pensaban en términos de Estado-nación y ese influjo europeo habría generado conceptos y prácticas nacionales (4).
Además, que los trazos dibujados en los mapas imperiales representarían una desgracia ya que “se separó a tribus y familias que antes no necesitaban cruzar fronteras para comunicarse entre sí, y se otorgó el control de los nuevos países a minorías gobernantes”.
El segundo diseño al que hago mención refiere la participación (a la par del incumplimiento de las promesas de permitir la conformación de Estados árabes independientes) de colonos sionistas de origen europeo y de creencia judía, que estaban siendo seleccionados por la Federación Sionista con sede en Londres, con la idea de instalar una cabeza de playa occidental (incluso un protectorado británico en tierras del Levante Mediterráneo, específicamente en Palestina. Ello, bajo el amparo de la llamada Declaración Balfour, que tendría también a Mark Sykes, quien gesta una reunión en la capital inglesa en febrero del año 1917 donde asistieron los multimillonarios e influyentes miembros de la Federación Sionista con Sede en Gran Bretaña, Walter Rothschild, Herbert Samuel y Chaim Weizmann, de origen bielorruso y quien sería el primer presidente de la entidad sionista el año 1948.
La declaración Balfour era una carta que prometía algo que los ingleses no poseían (tierra palestina para conformar un hogar nacional judío) y a la cual no tenían derecho bajo ninguna ley internacional. Una carta elaborada bajo el marco de una mentalidad imperialista donde se señalaba: “Estimado Lord Rothschild. Tengo el placer de dirigirle, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía hacia las aspiraciones de los judíos sionistas, que ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él. El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, quedando bien entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina ni los derechos y el estatuto político de que gocen los judíos en cualquier otro país. Le quedaré agradecido si pudiera poner esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista. Sinceramente suyo, Arthur James Balfour”.
El deseo expresado por Balfour no sólo daba cuenta que al agonizante imperio otomano ya se le daba la extremaunción, sino que se apoyaba decididamente al movimiento sionista, para comenzar un proceso de colonización de tierras en Palestina. Tal es así que el propio Balfour, el mismo que hablaba de respeto y no perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, el día 19 de enero de 1919 sostuvo en otra carta al gobierno británico: “En Palestina ni siquiera nos proponemos pasar por la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país... Las cuatro grandes potencias están comprometidas con el sionismo, y el sionismo, bueno o malo, correcto o incorrecto, está anclado en antiquísimas tradiciones, en necesidades actuales y en esperanzas futuras de mucha mayor importancia que los deseos o preocupaciones de los 700 mil árabes que ahora habitan esta antigua tierra” (5).
En un artículo escrito exprofeso en los 100 años de conmemoración de la Declaración Balfour sostuve: “Recordemos que Palestina fue ocupada por fuerzas militares de Gran Bretaña el año 1917 y cinco años después la naciente Sociedad de Naciones concedería a aquel país un “mandato especial” sobre estas tierras, que expiraría el día 15 de mayo del año 1948. Pruebas de este contubernio entre imperialismo británico y sionismo estaba dado por el hecho que el primer Alto Comisionado para Palestina nombrada por la Sociedad de Naciones fue el político inglés (y primer judío en entrar al gabinete inglés) Herbert Samuel, quien ocupó este cargo hasta el año 1925 favoreciendo claramente a la Federación Sionista Mundial” (5).
Una alianza entre el imperialismo británico y aquellos sionistas que servirían como punta de lanza de los intereses británicos en el levante mediterráneo en una presencia que de formas diversas se mantiene hasta el día de hoy, con esos afanes de hegemonía a la baja pero que siguen siendo de enorme peligro para la soberanía de los pueblos de la región.
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1. El poder absolutista del sultán Abdul Hamid II generó fuerte oposición en la sociedad turca. El año 1906 se crea un partido en Salónica, el partido los Jóvenes Turcos, formado por oficiales jóvenes del ejército, intelectuales y burócratas, que rechazaban al gobierno de Abdul Hamid II y presionaban por grandes reformas políticas en el Imperio. Conocido también como el Comité de Unión y Progreso (CUP), el gobierno turco prohibió esta asociación, pero fue inútil y su influencia se extendió por todo el territorio, obligando al Sultán a promulgar una nueva Constitución y concediendo una amnistía general para los presos y exiliados políticos. En julio de 1908, el Ejército se rebela en Macedonia, al estar compuesto por nacionalistas y miembros de la CUP. Su comandante Ismael Enver, también miembro de los Jóvenes Turcos, proclama la Constitución de 1876 en varias poblaciones macedonias. El 23 de julio Enver fue recibido como un héroe en Salónica y Abdul Hamid II se ve obligado a restaurar la Constitución, pero, una vez restaurada la Asamblea General, es oficialmente depuesto y desterrado en abril de 1909, sustituido luego por su hermano Mehmet V, quien permanecería hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Los Jóvenes Turcos gobernaron, a través del Comité de Unión y Progreso, el Imperio otomano entre mediados de 1908 y finales de 1918, con grandes problemas de capacidad organizativa al principio y más adelante no pudo evitar en aquel periodo la rápida decadencia del Imperio pues en 1911 Italia se quedó con Libia, mientras que, en las guerras de los Balcanes, en 1912–1913, Turquía acabó entregando todos sus demás territorios europeos. Con la derrota en la PGM en 1919 y la firma del Tratado de Sevres, Turquía terminaría por sufrir un desmembramiento definitivo. https://www.eldebate.com/historia/20220212/revolucion-jovenes-turcos.html
2. El kemalismo es la ideología fundacional de la República de Turquía y del Partido Republicano del Pueblo (CHP). La impulsó el padre del país y primer presidente, Mustafa Kemal Atatürk, para transformar el califato otomano en una república secular en los años veinte, y después a través del propio partido. El kemalismo afirma que la nueva nación – heredera del viejo imperio - sólo podía progresar a través del sistema liberal europeo e imitando el estilo de vida occidental. En esa línea, se estableció la línea de política denominada de las seis flechas que son los seis principios kemalistas: republicanismo, nacionalismo, populismo, laicismo, estatismo y el reformismo.
3. http://www.law.fsu.edu/library/collection/LimitsinSeas/IBS094.pdf
4. Un tema, por lo demás ampliamente discutible pues se considera que durante el siglo XIX surgieron, en algunas ciudades árabes, un aún tenue nacionalismo, vinculado, originalmente al ámbito cultural – muy relacionado en ese entonces con el modernismo laico, pero que sentaría las primeras bases y voces de discordia con el dominio otomano. El movimiento fue bautizado como Al-Nahda, el renacimiento o despertar árabe. El epicentro de este movimiento lo encontramos en El Cairo y Alejandría y, en menor medida, Damasco y Beirut.
5. https://www.hispantv.com/noticias/opinion/441630/israel-palestina-balfour-ocupacion-sionista