Una lectura del plan de paz de Trump y los elementos de su éxito
Para la administración estadounidense es claro que cualquier acuerdo que se logre imponer no pondrá fin al conflicto con Israel, sino que será simplemente un punto de partida para intentar controlar a los pueblos que lo rechazan.
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Una lectura del plan de paz de Trump y los elementos de su éxito
Dentro del enfoque estadounidense actual en la región, la impronta personal del presidente Donald Trump parece ser el principal motor de los objetivos de Estados Unidos. Se ha presentado con éxito como un presidente excepcional, sin las limitaciones ideológicas tradicionales que guiaron a sus predecesores.
El camino que podría considerarse un hilo conductor entre sus predecesores —un camino basado en valores y misiones compartidas, centradas en promover la democracia y el liberalismo como principios universales y medios para construir un orden mundial y establecer la paz y la seguridad internacionales— no resulta evidente en el modelo de Trump. Parece haberse liberado de estos valores, particularmente en su abierta adopción del realismo político en su sentido tradicional, basado en el concepto limitado del interés nacional y en la idea de que el poder es el único medio para alcanzar dicho interés. Esto conduce inevitablemente a valorar las alianzas únicamente según el criterio de conveniencia, ignorando de facto las obligaciones morales que han constituido la columna vertebral del discurso estadounidense desde el inicio de la Guerra Fría.
Si consideramos su lema, "Estados Unidos Primero", que en esencia refleja una tendencia aislacionista, junto con su aplicación de conceptos de ganancias y pérdidas en su sentido puramente comercial a sus relaciones internacionales, y su clara selectividad en su enfoque de los asuntos regionales y globales —como lo demuestra su participación en ciertos temas, como la confrontación con la República Islámica, el "Acuerdo del Siglo" y el proceso de normalización que él mismo impulsa, así como su búsqueda de extravagantes acuerdos de venta de armas que generalmente escapan a los marcos de supervisión tradicionales del pasado, mientras descuida otros asuntos que sus predecesores consideraban primordiales, como la promoción de la libertad, los derechos humanos y el apoyo a los movimientos democráticos en todas las naciones—, resulta evidente que el objetivo de Trump no es otro que establecer un sistema de seguridad que sirva ante todo a los intereses económicos estadounidenses y que garantice por la fuerza la estabilidad del orden mundial que sirve secundariamente a la seguridad de Estados Unidos.
En realidad, Trump no aporta nada nuevo a este respecto, ya que las figuras más prominentes de la escuela realista en Estados Unidos convergen en estos objetivos. Henry Kissinger, considerado el principal teórico de la escuela realista en Estados Unidos, describió las relaciones internacionales como una lucha perpetua por el poder y la influencia. Definió el marco de los principales acuerdos basándose en el interés propio y abogó por una redefinición del papel estadounidense para servir a una hegemonía estable. Se puede afirmar que John Bolton, Steve Bannon, Stephen Walt y otros adoptaron un conjunto de ideas que contribuyeron a configurar el marco teórico de las políticas de Donald Trump, como considerar la fuerza militar como el único medio para garantizar la seguridad estadounidense y concebir la historia como una serie de choques entre civilizaciones. Finalmente, cabe mencionar el realismo ofensivo, desarrollado por el académico estadounidense Mearsheimer, que postula que el Estado es el actor principal que debe esforzarse por alcanzar el máximo poder para lograr la hegemonía dentro de un sistema internacional anárquico que ignora cualquier papel para los principios del derecho internacional. Esto constituye la esencia del comportamiento de Trump.
Esta introducción teórica aclarará que el lema "Estados Unidos Primero" no se traduce en aislacionismo ni en un repliegue hacia lo interno en las relaciones exteriores estadounidenses, como algunos suponen. Este lema no debe analizarse en su sentido estricto como el único determinante del comportamiento de la administración Trump.
El concepto de paz mediante la fuerza, adoptado por presidentes anteriores, especialmente George Washington, fue reafirmado por el presidente Trump durante su segundo discurso de investidura. Esto pareció ser un retorno a la estrategia de Ronald Reagan, con una modificación fundamental: el enfoque de Trump en el poder integral, no solo en el poder militar. La paz de Trump no se logra mediante un equilibrio de poder ni la cooperación internacional, sino mediante la garantía de una supremacía integral que combina la disuasión militar con el dominio económico.
Por lo tanto, se puede argumentar que el camino adoptado por Donald Trump en su primer y actual mandato presidencial no indica un cambio drástico en la visión de Estados Unidos para Oriente Medio.
Lo que afirmó en su discurso del 28 de enero de 2020, al anunciar el Acuerdo del Siglo —que "Israel" es la luz del mundo y que Estados Unidos siempre la apoyará y defenderá su derecho a la autodefensa—, junto con su declaración en la Casa Blanca durante la firma de los Acuerdos de Abraham: "Estos acuerdos serán la base de la paz en Oriente Medio", confirma que la entidad israelí es la piedra angular de la paz estadounidense en la región.
En cuanto a las alianzas que pretende establecer con algunos países de la zona, ya sea mediante los Acuerdos de Abraham o el proceso de normalización que intenta imponer por la fuerza a algunos, no ofrece una visión basada en derechos ni en la soberanía, sino en el hecho consumado impuesto por el equilibrio de poder tras dos años de conflicto en la región.
En este contexto, cabe señalar diversos obstáculos que podrían llevar al fracaso de esta estrategia, o al menos ralentizarla a medio y largo plazo. La suposición estadounidense de que las fuerzas de resistencia muestran signos de debilidad que podrían conducir a su rendición, junto con la suposición de que los pueblos de la región han aceptado la superioridad israelí y la futilidad de la resistencia —lo cual se interpreta como una disposición a abandonar esta opción—, no se basa en criterios realistas.
Si la narrativa estadounidense presupone la derrota del Eje en Líbano y Gaza, entonces estos dos frentes han impuesto una realidad sobre el terreno que socava por completo la hipótesis estadounidense. Cabe señalar, además, que poseen dentro de sus respectivos países la fuerza necesaria para repeler cualquier golpe de Estado, incluso por la fuerza, si fuera necesario. Si bien la resistencia en Líbano aceptó implementar la Resolución 1701 al sur del río Litani, y si bien la resistencia en Gaza aceptó el plan de alto el fuego de Trump en Gaza, este acuerdo no reflejó la derrota de la resistencia. Más bien, fue el resultado de una evaluación de la necesidad de reposicionarse y adaptarse al equilibrio de poder, que ahora se entiende que no solo se relaciona con los instrumentos del poder israelí, sino también con el uso de la fuerza impuesto por Estados Unidos en un intento por acelerar la reestructuración de la región de manera que sirva a los esfuerzos por mantener los cimientos de la hegemonía global estadounidense.
Por otro lado, las normas ideológicas de los pueblos de la región se imponen de tal forma que la visión estadounidense se torna irreal. El conflicto que ha ensombrecido la región desde 1948 es fundamentalmente una lucha ideológica que trasciende la cuestión de las fronteras y la posibilidad de alcanzar un acuerdo que consolide a la entidad en la conciencia colectiva como un actor natural y manejable.
Por lo tanto, con base en los principios de la sociología y la necesidad de considerar la profundidad del problema en las soluciones propuestas, quedará claro que el acuerdo que Donald Trump intenta imponer, según las reglas de los acuerdos comerciales en los que sobresale, no será más que una solución superficial carente de los elementos de sostenibilidad futura.
A través de las presiones ejercidas por Estados Unidos bajo la amenaza de que Israel reanude las hostilidades, y el intento de imponer plazos breves para abordar lo que podría poner en peligro el plan de paz de Trump, se hará evidente que busca explotar el desequilibrio de poder entre las fuerzas de resistencia para establecer acuerdos influyentes que puedan servir de base para el cambio que pretende imponer en la conciencia colectiva de los pueblos de la región que rechazan la normalización.
Para la administración estadounidense es claro que cualquier acuerdo que se logre imponer no pondrá fin al conflicto con Israel, sino que será simplemente un punto de partida para intentar controlar a los pueblos que lo rechazan y definir los marcos de su rechazo al proyecto israelí dentro de lo que no se considere una amenaza para la seguridad de Israel, como ocurre en Egipto, Jordania o la Autoridad Palestina.
Wissam Ismail
Al Mayadeen Español