Los síntomas de la decadencia imperial norteamericana
Un buen ejemplo lo tenemos en el reciente debate entre los dos candidatos de los partidos principales para las elecciones de este año 2024. Reeditando la pugna de 2020, el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden compiten por la oficina oval.
La sociedad norteamericana es una sociedad acosada por los síntomas de su crisis interna, paralela al declive de su predominio económico y geopolítico a nivel internacional. Aunque aún es el hegemón, fuertemente armado y el que más invierte en gastos militares, la emergencia de nuevos y poderosos actores erosiona constantemente su influencia y poderío. A pesar de la amplia presencia de sus legiones imperiales en diversas latitudes, los bárbaros insisten en pasar.
La espera por los bárbaros y la amenaza de estos, signa la mentalidad de sus principales líderes políticos, los cuáles, enfrascados en mostrarse como líderes fuertes, pierden de vista los principales problemas internos que acentúan las fracturas en su sociedad.
Un buen ejemplo lo tenemos en el reciente debate entre los dos candidatos de los partidos principales para las elecciones de este año 2024. Reeditando la pugna de 2020, el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden compiten por la oficina oval. El encuentro de este 27 de junio se pudiera resumir como un intercambio de ofensas, mentiras, acusaciones, promesas vagas, contradicciones y orgullo golfista entre dos ancianos, uno con cargos penales y el otro con evidentes fallos cognitivos.
Al día siguiente del debate, la conocida revista Time publicó una portada donde se ve a Joe Biden retirándose, contra un fondo rojo y la expresión: “Panic”. Así sintetiza el estado de ánimo predominante entre amplios sectores dentro del partido demócrata, desde militantes de base hasta analistas y figuras políticas de peso, los cuales expresaron serias dudas sobre la continuidad de la carrera electoral del actual presidente norteamericano.
A pesar de los temas debatidos, donde están clásicos del repertorio político actual como la inmigración, la guerra de Ucrania, la política fiscal, Rusia, etc, el debate, como sus homólogos en el pasado, brilla precisamente por aquello que no se debatió.
En un país donde la concentración creciente de riqueza, la plutocracia imperante, las pobres políticas redistributivas y la desinversión y privatización neoliberales han afectado y afectan grandemente la calidad de vida de las y los norteamericanos, estos temas no se discuten, apenas se mencionan en una serie de promesas imprecisas. El deterioro de la educación, la salud pública, el acceso a la vivienda, las drogas, la creciente violencia armada fueron grandes ausentes.
Es que en la política del espectáculo, importaban más los exabruptos de Donald Trump, quien hizo lo posible por presentar una versión más mesurada de sí mismo, y los desajustes de Biden, quien hizo lo posible por mantener una coherencia mínima en sus respuestas, que en exigirle a ambos candidatos propuestas concretas para afrontar los grandes problemas de la nación. Algo que, por cierto, ni Trump en su anterior mandato ni Biden en el actual han hecho mucho por mejorar, aunque ambos se esforzaron por mostrar cómo, en sus respectivos períodos, Estados Unidos había sido la mejor versión de sí mismo.
Esta decadencia de la política norteamericana no solo evidencia las limitaciones de un sistema donde la política es accesoria a las verdaderas relaciones de dominación, sino que divide al electorado entre el núcleo duro electoral de Trump, que apoya fervorosamente a su candidato y los votantes demócratas y progresistas que apelan a votar, tal y como lo hicieron en 2020, por “el mal menor”, en este caso Biden. Este último, por cierto, ha gastado miles de millones de dólares en alimentar las llamas de la guerra en Ucrania y el Medio Oriente, siendo cómplice activo del genocidio israelí contra el pueblo palestino.
Respecto a esta opción de aceptar “el mal menor”, el pensador marxista británico Mark Fisher apunta que no implica solo aceptar esta opción, sino aceptar un sistema que fuerza al individuo precisamente a aceptar “el mal menor” como lo mejor a lo que puede aspirar. Un sistema donde los ciudadanos son prisioneros de dos opciones que no implican una diferencia y que, por tanto, carecen de una consecuencia real. Gane quien gane, los ricos seguirán haciéndose más ricos y las armas seguirán fluyendo hacia “Israel”.
Para evitar cualquier sorpresa, los grandes medios y los dos principales partidos sistemáticamente excluyen otros partidos y candidatos, algunos con opciones mucho más ajustadas a la realidad del país. Para la maquinaria imperialista sería impensable aceptar como una opción viable algún candidato que cuestionara, aunque sea con acciones tímidas, el rumbo de catástrofe que las élites han trazado para el país. Tal vez no sea ocioso recordar que en la historia norteamericana han sido asesinados, hasta ahora, cuatro presidentes.
Mientras tanto, los aspirantes a emperadores y su pléyade de seguidores no cesan de agitar la amenaza de los bárbaros para movilizar, mediante el temor, a parte del electorado. Sean los salvajes “otros”, que como vocifera Trump llegan a Estados Unidos a robar, matar y violar, sean los terribles rusos cuyos planes de dominación global acosan los sueños de Biden o los taimados chinos, que les roban socios y mercados en todas partes. Al igual que el Imperio Romano de Occidente, el imperio norteamericano vive acosado por los bárbaros reales o imaginarios. Hacia allí quieren desviar la atención de todos, mientras en lo profundo de su seno, crecen los monstruos de los que nos advertía Gramsci.