Estados Unidos rumbo a las elecciones
Una vez más la política estadounidense, a pesar de cambios formales, se ve atrapada en la misma disyuntiva, entre élites esencialmente militaristas, imperialistas e incapaces de ofrecer una verdadera respuesta al problema social creciente en el país.
Las elecciones en los Estados Unidos han entrado en una ruta crítica. Pocos meses separan al candidato republicano y a la posible candidata demócrata de las urnas. La retirada de Biden y su postulación de Kamala Harris parecen haber insuflado nueva vida a unos demócratas que veían como su desempeño en las encuestas se iba desmoronando en la medida en que las propias torpezas y confusiones de Joe Biden le restaban credibilidad.
Este lunes 19 de agosto inició en la ciudad de Chicago, Illinois, la Convención Nacional Demócrata, evento donde muchos esperan que Kamala Harris sea oficializada como la candidata del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales.
En la inauguración de dicha Convención, un flamante Joe Biden declaró, según recoge el portal de noticias RT: “Nómbrame un país en el mundo que no piense que somos la nación líder en el mundo. […] ¿Quién puede liderar el mundo si no es Estados Unidos de América?”. Poco después aseguró que estaban ganando “y el mundo está mejor por ello”. Biden también arremetió contra el mensaje de Trump, que afirma que Estados Unidos es una nación en decadencia. Para concluir afirmando, al mejor estilo imperial, que deja una nación más próspera y segura que la que heredó de su antecesor.
A pesar de la ventaja que le dan algunas encuestas, como la CBS News, que le da tres puntos de ventaja y la de Wahington Post, ABC News e Ipsos que la sitúa con un 49 por ciento de intención de voto frente a un 45 por ciento de Donald Trump, Harris declaró en público recientemente tener serias dudas sobre sus posibilidades reales de victoria.
Trump, por su parte, ha atacado a la actual vicepresidenta con todo el repertorio misógino, machista y despectivo que suele usar. Al punto de, en unas declaraciones recientes, decir que Harris era comunista por querer un sistema de salud gratuito para todos, en lugar del costoso sistema de salud existente en el país, que Trump califica como “el mejor del mundo”.
Esta caricatura que hace Trump de Harris dista mucho de la esencia real de la posible próxima candidata demócrata. Parte de la élite política norteamericana actual, con Harris espera atraer el voto femenino y un voto racial que puede ser decisivo en estados con importantes por cientos de población negra o, al menos, no blanca. Estos sectores, que han sido los más golpeados por la crisis interna luego de la pandemia y las múltiples guerras militares, comerciales y sancionatorias emprendidas por los Estados Unidos en los últimos años, pudieran conectar con una candidata que usa la agenda progresista con fines políticos. Sin embargo, Harris no es una política de izquierda, más bien podría catalogarse, como lo hizo en una publicación en su cuenta en X la periodista de RT Helena Villar, de “veleta ideológica”, al servicio de sus intereses y los del lobby que la sustenta.
A pesar de haber sostenido en el pasado políticas afines a la agenda progresista, en su desempeño como vicepresidenta Kamala Harris ha mantenido una línea conservadora y ha sido defensora de la política seguida por Joe Biden en el caso de la guerra de Ucrania y ante el genocidio israelí. De hecho, para tranquilidad del lobby judío en la política estadounidense, ya ha declarado que seguirá apoyando a “Israel”. Esto significa que continuarán afluyendo miles de millones de dólares a las arcas del sionismo, pero también armas, impunidad y el veto permanente en el Consejo de Seguridad a cualquier iniciativa que pretenda poner fin al nuevo capítulo de genocidio en curso contra el pueblo palestino.
De ser electa presidenta, Harris deberá hacerse cargo también de la guerra de Ucrania, en la cual Estados Unidos está implicado hasta los codos y que es parte del legado político que le deja Biden. Además, a pesar de que en el pasado impulsó algunas iniciativas en favor de los migrantes, una cosa es la política estatal y otra cosa es el papel imperial de los EE. UU. y sus intereses de seguridad nacional. Con lo cual es probable que mantenga la misma línea sinuosa que Biden en este espinoso tema, sin modificar sustancialmente las endurecidas políticas migratorias del país.
De Trump ya sabemos qué esperar. Su política será la misma de la anterior administración, atizada si cabe con un mayor discurso de odio y nacionalismo. A pesar de sus posiciones antiotanistas en el pasado, es difícil que vaya de frente con el poderoso complejo militar-industrial, que está obteniendo generosas ganancias de la situación en el este europeo. Es un convencido pro-sionista y desprecia la migración, por considerarla, en su narrativa delirante, parte del problema que es preciso resolver para devolverle la grandeza a la nación. Con este noble fin ya ha reclutado al millonario sudafricano Elon Musk, quien debe una parte de su fortuna al apartheid y, sin duda, no tiene ningún inconveniente en ampliarla gracias al tráfico de favores, la guerra y el irrespeto a la soberanía de terceros países.
Una vez más la política estadounidense, a pesar de cambios formales, se ve atrapada en la misma disyuntiva, entre élites esencialmente militaristas, imperialistas e incapaces de ofrecer una verdadera respuesta al problema social creciente en el país, cuyos índices en educación, salud y calidad de vida se han deteriorado en los últimos años, al tiempo que aumenta la violencia armada y las drogas a lo largo de todos los estados.
Un síntoma de la incredulidad creciente hacia el poder político y de disputa de su narrativa han sido las numerosas protestas que se han suscitado en diferentes ciudades de Estados Unidos en contra del genocidio israelí y la complicidad norteamericana. Desde actos individuales hasta convocatorias masivas, son la evidencia de una ciudadanía profundamente insatisfecha con el papel desempeñado por su nación en la esfera internacional. La más reciente de estas acciones, frente a la sede de la Convención Demócrata en Chicago, terminó con los manifestantes derribando las vallas policiales y varias personas detenidas.
Ese Estados Unidos rebelde contrasta con la triunfal visión del anciano Joe Biden, convencido del papel autoasignado del país como líder de la comunidad internacional. Para sostener este liderazgo el viejo Joe, quienes le antecedieron en el puesto y quien le suceda, han aprobado y aprobaran invasiones, paquetes de ayuda y todo lo que sea necesario para enriquecer al empresariado de la muerte y sostener su hegemonía, que se presenta como la hegemonía de la nación. Y al mismo tiempo nos darán continuas y repulsivas lecciones morales sobre “democracia”, “libertad de expresión” y “respeto a la vida”.