La doctrina Monroe 2.0 y la nueva fase del imperialismo
La doctrina Monroe clásica y su versión contemporánea, la 2.0, si bien son perspectivas orientadas a la preservación de la hegemonía norteamericana, responden a momentos muy distintos de su desarrollo socioeconómico.
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La doctrina Monroe 2.0 y la nueva fase del imperialismo.
La doctrina Monroe, proclamada por el presidente James Monroe en su mensaje al Congreso el 2 de diciembre de 1823, es uno de los pilares históricos de la política exterior estadounidense hacia América Latina.
Surgida en un momento en que la joven potencia norteamericana se sentía ya en condiciones de comenzar a disputar la hegemonía regional a los viejos poderes europeos, sus premisas centrales descansaban en torno al rechazo de la intromisión europea en el continente y la defensa de la independencia americana.
En un primer momento esta posición encontró eco en las jóvenes repúblicas americanas, que vieron una posibilidad, en alianza con Estados Unidos, de comenzar a construir sus proyectos soberanos sin intromisión de poderes extranjeros.
En la práctica, esta doctrina evolucionó rápidamente hacia posiciones cada vez más claramente imperialistas, que sostenían la visión de América Latina como área de influencia exclusiva de los Estados Unidos y convertía a la región, en la perspectiva de las élites norteamericanas, en una especie de feudo cuyo vasallaje y explotación debía garantizarse por todos los medios al alcance del auto percibido señor.
El saldo histórico de esta perspectiva para la región ha sido, desde 1823 en adelante, más de 80 intervenciones militares directas o acciones de subversión que han modificado el curso político interno de los países.
Casi ninguna nación de la zona se ha quedado al margen de la rapacidad imperialista de su vecino norteño y algunos, como México, han visto como les arrebataban más de la mitad de su territorio.
Cuba, por poner otro ejemplo, fue ocupada militarmente e invadida cinco veces entre 1898 y 1961, sin contar las numerosas ocasiones que se enviaron cañoneras a la bahía de La Habana para recordarle al pueblo caribeño quién mandaba en la isla.
Aunque no se inició con Trump, en este segundo período del actual mandatario estadounidense la doctrina Monroe ha vuelto recargada, en una versión 2.0 que es heredera de lo mejor y más granado de la tradición imperialista del país y que está muy permeada por la visión de Estados Unidos como gendarme y hegemón de la política internacional.
En un excelente ejemplo reciente, Trump escribía en su red social Truth Social sobre el presidente de Colombia, Gustavo Petro, que era un connotado narcotraficante, que ha alentado la masiva producción de drogas en su país. Y concluía diciendo que “mejor cierra esos campos de muerte inmediatamente o los Estados Unidos los cerrará por él y no será algo agradable”.
Esta amenaza de violación efectiva de la soberanía territorial de un país, quizás sirva a Petro, que tan ambivalente ha sido con el tema Venezuela, llegando incluso a lo irresponsable, como recordatorio de la importancia de la advertencia martiana de la necesidad de Nuestra América de andar en cuadro apretado. Pero también es útil como premisa inicial para reflexionar sobre la naturaleza de esta doctrina que impulsa el actual gobierno norteamericano y sus implicaciones regionales y globales.
La doctrina Monroe 2.0 es resultado de un contexto geopolítico distinto para los Estados Unidos. Mientras los siglos XIX y XX vieron su ascenso y consolidación como potencia hegemónica, el siglo XXI asiste al inicio de su decadencia, amenazado por nuevos actores emergentes, en particular China, que ha comenzado a ganarle en su propio terreno: el de la producción y acumulación de riquezas.
La agudización de las tensiones con el gigante asiático, el acelerado crecimiento de su economía, que hace temer que en unas pocas décadas pueda alcanzar y superar a la norteamericana y el sistema de alianzas de esta nación y otros países con economías emergentes, en particular los miembros del BRICS+, activan, con razón, las alarmas en Washington.
Así, la doctrina Monroe clásica y su versión contemporánea, la 2.0, si bien son perspectivas orientadas a la preservación de la hegemonía norteamericana, responden a momentos muy distintos de su desarrollo socioeconómico. En 1823 era la política de los albores del imperialismo y estaba al servicio de una potencia emergente. En el 2025 es la política de una potencia decadente, que se atrinchera para preservar mediante la violencia su estatus privilegiado en el escenario internacional.
A diferencia de la perspectiva clásica, la doctrina Monroe 2.0 tiene un enfoque global, cuyo centro es un agresivo nacionalismo norteamericano. La vieja fórmula de “América para los americanos” es reemplazada por “el mundo para los Estados Unidos”. Y sobre esta lógica, que pone a Estados Unidos y sus intereses por encima de cualquier acuerdo internacional o cualquier norma de derecho universalmente aceptada, se erige la preservación de la hegemonía del país. Y esta hegemonía, para las élites que sostienen esta visión, se ve amenazada por poderosas fuerzas externas e internas.
No es que esta visión imperial sea nueva, sino que se da en un momento político distinto de la historia del país y se expresa en una forma más descarnada que en etapas anteriores.
En esta lógica los aranceles a terceros países, las políticas antiinmigrantes y la denominada “batalla cultural” contra la cultura woke, la izquierda, el comunismo y todos los demás fantasmas que acosan al universo MAGA, forman parte de una misma receta.
La receta de recuperar la hegemonía norteamericana mediante la restitución violenta de su primacía económica y el restablecimiento de la hegemonía del núcleo blanco anglosajón y protestante autopercibido como el único heredero legítimo de la nación.
Para garantizar sus objetivos a escala internacional, el gobierno impulsa y promueve una política de presión, chantaje y agresión militar. Olvidemos lo que diga la retórica política de la Casa Blanca sobre la paz.
Vamos a los hechos desde enero hasta la fecha: se ha seguido armando a "Israel" y siendo cómplice de sus agresiones contra numerosos países en Asia Occidental, Estados Unidos fue cómplice y partícipe activo en la agresión contra Irán; se militarizó el Caribe y se han atacado y destruido, sin proceso y sin pruebas, varias embarcaciones en la región. Adicionalmente se ha violado el espacio aéreo venezolano y se han creado las condiciones para una muy posible agresión militar.
Estas acciones son parte de la misma lógica 2.0 que venimos comentando. Responden, en primer lugar, al interés histórico de Estados Unidos de garantizar su control de los recursos estratégicos de la región y el mundo, como es el caso del codiciado petróleo de Venezuela.
En segundo lugar, sirven para castigar a los países y gobiernos díscolos, enviando de paso un poderoso mensaje a otros países de la región que posean algún bien o recurso que el vecino norteamericano considere estratégico para sus intereses, como, por ejemplo, el Canal de Panamá.
En tercer lugar, es un intento de recuperar el control político y económico de una región que es clave para la pugna en curso con China y donde esta ha desplazado a Estados Unidos como primer socio comercial de la mayor parte de los países.
A una escala mayor, el interés de Estados Unidos es el control de los recursos clave, el aislamiento de China y la fractura de los bloques regionales, en particular los BRICS+.
Para esto presiona con aranceles a numerosos países y fomenta la fractura y el conflicto en Asia Occidental, como medio para mantener cerca a sus aliados regionales, garantizar el petrodólar y erosionar a rivales geopolíticos como Irán y Rusia, cuya influencia en la zona resulta conflictiva para los intereses de Washington.
En el esquema washingtoniano de la realidad, Europa no desempeña ningún papel, salvo el de subordinarse obedientemente a la agenda del presidente. Esto ha quedado claro en la proyección simbólica de Trump hacia los líderes europeos y en la proyección de estos hacia el presidente de Estados Unidos. En su afán de subordinación, no han dudado incluso en actuar en contra de sus propios intereses económicos.
La doctrina Monroe 2.0 se consolida entonces en una nueva fase del imperialismo norteamericano. Una fase que, dialécticamente, sucede a la de su plena hegemonía en la década de los 90 del siglo XX, luego del colapso de la URSS.
Paradójicamente, la globalización neoliberal, con sus procesos de deslocalización de la producción y masiva transferencia al tercer mundo para abaratar costos de producción y no tener que respetar derechos laborales, fueron los que aceleraron el proceso de acumulación en China, determinando el vuelco de la situación a partir de los 2000.
El ascenso de China, el crecimiento sostenido de su PIB, su capacidad tecnológica y productiva, su masiva inversión en educación y la elevación mantenida de los estándares de vida de su población son la verdadera amenaza existencial para el imperialismo norteamericano.
Una amenaza que no tiene precedentes en el breve ciclo político de 250 años de ascenso y consolidación de la hegemonía estadounidense. China no es la Rusia soviética, agredida por 14 ejércitos extranjeros y una Guerra Civil, que cuando comenzaba a recuperarse hubo de enfrentar la devastación de la Segunda Guerra Mundial y que nunca pudo alcanzar el paso productivo de la economía norteamericana, a pesar de sus innegables logros.
China tiene la capacidad efectiva de desplazar a Estados Unidos de su lugar en la cima. Y eso aterroriza profundamente a las élites de ese país, que ha sustentado su prosperidad en el saqueo de otros pueblos y que sostenida y conscientemente han destruido el tejido industrial y social del país en beneficio de la especulación y el lucro.
La doctrina Monroe 2.0 es la respuesta de ese mundo que se resiste a morir, ante el nuevo que no acaba de nacer. Pero es la doctrina de una potencia nuclear armada hasta los dientes, lo cual hace sus implicaciones terribles para todas y todos, en cualquier parte.
José Ernesto Nováez Guerrero
Al Mayadeen Español