Elección del general Joseph Aoun como presidente: Entre lo constitucional y lo soberano
El proceso que llevó a poner fin a la vacante presidencial en el Líbano fue sólo una de las necesidades de la etapa regional, pero puede revertirse en cualquier momento y llevar al presidente Joseph Aoun a convertirse en una copia exacta de los presidentes anteriores.
Tras más de dos años de vacío en el puesto de la presidencia de la República, el Parlamento del Líbano logró elegir un nuevo mandatario mediante un proceso que no se limitó a las disposiciones establecidas por la Constitución y el Acuerdo de Taif para la renovación del poder.
Aunque la Constitución libanesa establece mecanismos democráticos que deberían ser claros y específicos en cuanto a los plazos y las etapas, las intervenciones internacionales demostraron su capacidad para concretar el proceso en el momento en que los esfuerzos internos, basados en las normas constitucionales, eran incapaces incluso de garantizar el quórum legal para una sesión parlamentaria.
También, estas intervenciones lograron superar fracasos anteriores a la hora de limitar las candidaturas a un número razonable, lo cual habría permitido realizar la elección dentro del respeto al marco constitucional.
Es importante señalar que este vacío presidencial del período reciente no fue una situación excepcional ni una crisis transitoria causada por divisiones coyunturales.
Desde la expiración del mandato del expresidente Emile Lahoud, la mayoría de las experiencias anteriores evidenciaron la incapacidad del Parlamento para elegir un presidente dentro de los plazos constitucionales, lo cual siempre requirió la mediación internacional.
La forma en que se llevó a cabo la elección presidencial actual plantea múltiples interrogantes sobre el futuro de la vida política y constitucional en el Líbano, así como sobre la soberanía del país en sus relaciones internacionales.
En este contexto, la relación entre la vida política y la constitucional puede considerarse directa.
Un avance en la evolución de la vida constitucional, ya sea por aplicar el espíritu del Acuerdo de Taif o modificarlo para superar la ambigüedad de sus mecanismos y los anclajes sectarios, conduciría inevitablemente al desarrollo de la vida política.
Así, las corrientes políticas abandonarían su constante apego a temores de marginación o neutralización, y eso facilitaría la renovación del poder de manera natural.
Lo contrario también es cierto: la persistencia en estas divisiones, marcadas desde la promulgación de la Constitución de 1926, perpetúa el ciclo de crisis políticas y constitucionales.
Desde la perspectiva sectaria, el conflicto entre el sentimiento de injusticia que históricamente han manifestado los musulmanes y el temor cristiano a ser absorbidos por un entorno mayoritariamente islámico, ha obstaculizado la aplicación de las etapas previstas por el Acuerdo de Taif.
Este instrumento aspira, en última instancia, a establecer un sistema político que elimine el sectarismo como base estructural, y lo limite únicamente a un Consejo del Senado con competencias específicas.
La relación entre las dinámicas políticas, constitucionales y la soberanía nacional es igualmente evidente.
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La estabilidad interna y la capacidad del Estado para garantizar mecanismos eficaces de renovación del poder, con un proceso decisorio claro basado en las necesidades e intereses nacionales, fortalecen la soberanía frente a las intervenciones extranjeras.
Estas intervenciones suelen estar motivadas principalmente por los intereses de las potencias involucradas, ignorando la situación interna del Estado afectado.
Desde ese punto de vista, es sabido que las relaciones internacionales se rigen por intereses y un equilibrio de poder, prestando poca atención a los principios del derecho internacional que garantizan la soberanía y el derecho de los pueblos a decidir su destino.
La elección del general Joseph Aoun como presidente no siguió las dinámicas tradicionales que suelen observarse en otros países. Llamativamente, el consenso sobre su candidatura no surgió de interacciones internas reforzadas posteriormente por apoyo externo.
Por el contrario, el acuerdo sobre su nombre fue alcanzado externamente, mientras que el Parlamento desempeñó un rol secundario, similar al de una ratificación.
Las negociaciones para garantizar su elección con una mayoría de 86 votos no se dieron entre las fuerzas políticas locales, sino que reflejaron la imposición de su candidatura, con la notable excepción de las fuerzas alineadas con las coaliciones de “Liberación y Desarrollo” y “Lealtad a la Resistencia”.
Esto sugiere que el general Joseph Aoun fue el resultado de un consenso entre varios países, donde quienes lo consideraron adecuado para sus intereses y reflejo de los equilibrios de poder en la región tras los recientes acontecimientos en Palestina.
En el escenario interno, algunos promovieron la elección de Joseph Aoun como un paso para superar la crisis presidencial, insinuando que su liderazgo resolverá los complejos problemas del Líbano.
Entre estos destacan el monopolio del uso de armas por parte del Estado, la crisis económica devastadora y la consolidación de la soberanía frente a las interferencias externas.
A pesar de los méritos reconocidos de Joseph Aoun, como su gestión de la unidad militar, su papel en la lucha contra el terrorismo y el mantenimiento de la seguridad interna, además de sus sólidas relaciones internacionales y su equilibrio político interno, es importante señalar que la crisis libanesa trasciende la figura del presidente.
La historia reciente del país está repleta de ejemplos de presidentes elogiados inicialmente, como Émile Lahoud, Rene Moawad y Elias Hrawi, cuyas gestiones finalmente se vieron obstaculizadas por las complejidades estructurales del sistema político.
El entusiasmo por Joseph Aoun podría reflejar el apoyo internacional que recibió. Sin embargo, su éxito deberá medirse exclusivamente en función de sus logros, ya que el respaldo internacional actual podría desvanecerse ante cualquier cambio en las dinámicas de poder.
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Además, las limitadas prerrogativas presidenciales establecidas por la Constitución dificultan la implementación de reformas sustanciales.
Por último, el contexto regional inestable y la crisis sistémica del Líbano amenazan con complicar la gobernabilidad.
A pesar de las expectativas de estabilidad, los desafíos internos y externos podrían convertir a Joseph Aoun en una réplica de sus predecesores, incapaz de superar las limitaciones impuestas por las realidades locales y globales.