Argentina y una represión que no se detiene
Los monstruos "made in Argentina" no tienen empacho en romper cabezas, patear en el piso, y muchas veces asfixiar al estilo Georges Floyd, convirtiendo al manifestante que cae bajo sus garras, en un bolsa de golpes de todo tipo.
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Argentina y una represión que no se detiene
“Son peor que las bestias”, gritó una jubilada a la que de un cachiporrazo la hicieron arrodillarse por el dolor. Son la denominadas “fuerzas de seguridad” de la Bullrich que parecen disfrutar por cada golpe que estrellan contra ancianos y ancianas que rondan los 70 y 80 años, pero que desde ese espíritu joven que poseen, están todos los miércoles en las calles que rodean al Congreso, poniendo el cuerpo frente a tanta represión.
En realidad, estos milicos están timoneados por su jefa, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que les ha dado luz verde para que, desde su cobardía, golpeen a diestra y siniestra, a jubilados y periodistas. Pero esta vez también fueron al matadero un grupo de sacerdotes de barrios humildes, que comandados por el Padre Paco, hicieron frente a los uniformados y fueron brutalmente golpeados, arrojados al piso, insultados por policías que padecen el síndrome de la violencia, y descargan su frustración semanal contra abuelos y abuelas.
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En realidad, actúan como los israelíes y no titubean en mostrar su “superioridad” atropellando a los más débiles. Unos, los fanáticos seguidores del genocida Benjamín Netanyahu asesinando, quemando vivos y bombardeando una y mil veces a las infancias, a las mujeres y en general, al heroico pueblo palestino.
Otros, los monstruos "made in Argentina" no tienen empacho en romper cabezas, patear en el piso, y muchas veces asfixiar al estilo Georges Floyd, convirtiendo al manifestante que cae bajo sus garras, en un bolsa de golpes de todo tipo. Por eso adquiere veracidad esa frase lanzada al aire por uno de los manifestantes: "los jubilados son nuestros palestinos y palestinas", son la fuerza popular más organizada y audaz, que sirve de ejemplo para que miércoles tras miércoles, otros sectores populares opten por hacerse presentes frente al Parlamento, como hicieron esta vez los sacerdotes, y antes que ellos los hinchas de fútbol.
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En el marco de la confrontación cuerpo a cuerpo con las fuerzas represivas, se pudo ver y escuchar a los Curas de la Opción por los pobres, empujar los escudos de protección que blandían los gendarmes, mientras rezaban a gritos el Padre Nuestro. Del otro lado, la respuesta fue la misma que vienen sufriendo los jubilados, golpes, patadas, insultos, hasta dejar un tendal de gente herida y algunos de ellos "ciegos" por el maldito gas pimienta.
Lo de los curas ligados a las luchas de los de abajo, viene de lejos, no en vano, 40 años atrás era el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo el que hacía suyas las luchas populares, y hoy son ese puñado de sacerdotes que se mimetizan con los vecinos de las villas de emergencia y barrios humildísimos, los que este miércoles lucían como bandera el rostro del Cura Carlos Mugica, asesinado por la Triple A en los años 70. Son, en realidad, un aliciente ante tanta complicidad de aquellos que se dicen dirigentes políticos o sindicales y no dan la cara ante los atropellos. O frente a sectores “nacional y populares” que no asoman la cabeza por el lugar, no sea que tanta dignidad expresada a través de gritos, pancartas o abucheos, los obligue a mirarse en el espejo y comprobar que son patéticas marionetas del sistema.
Qué orgullo deberán sentir hijos, hijas, nietos y nietas de estas y estos jubilados que pelean por la suba de sus salarios mínimos. Pero que en realidad quieren para sí y sus descendencias un mundo distinto, sin explotadores ni explotados. Hombres y mujeres que no se conocían antes de empezar estas protestas, y que ahora son una familia, unidos por la lucha, por el aguante al compañero o compañera que es herida o gaseada. Que van al “combate” con una sonrisa en el rostro, que no arrugan ante la prepotencia y la villanía de los rottweilers de la Bullrich y Milei.
Cuánta repulsa siguen produciendo quienes, ocultos detrás de sus propios temores, no ganan la calle en masa para detener la mano agresora, y así evitar que golpeen a las y los viejos. Ellos, dentro de su mediocridad, se privan de aprender de estos veteranos lo que significa pelear por una causa que es común a toda la sociedad. Y lo hacen aunque un gran sector de esta siga mirando a un costado, como si la cosa no fuera con ella.
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Argentina y una represión que no se detiene