Fidel
En su 98 aniversario, conviene apuntar algunas ideas sobre la figura y el significado de este gran líder.
Pocos líderes en la historia reciente han sido tan vilipendiados por la gran prensa corporativa y sus adalides como Fidel Castro. El Comandante de la Revolución cubana es, sin dudas, una de las figuras indispensables en la historia de América y esto explica, en parte, el asesinato simbólico permanente al que fue y es sometida su figura. En su 98 aniversario, conviene apuntar algunas ideas sobre la figura y el significado de este gran líder.
El hombre
Los que han tenido la suerte de visitar la casa natal de Fidel Castro, en el pequeño poblado holguinero de Birán, se pueden hacer una idea clara de sus orígenes. Sin ser hijo de uno de los grandes propietarios de la Cuba prerevolucionaria, Fidel era, no obstante, hijo de una familia con recursos.
Su padre, emigrado español, había sabido construir una pequeña fortuna y hacerse de tierras, que le permitían sustentar a una familia numerosa, garantizarle un buen nivel de vida y una buena educación. Esta educación lo llevó primero a Santiago de Cuba, la segunda ciudad más importante del país, y luego a estudiar derecho en La Habana, donde pudo integrarse de lleno al proceso de maduración y lucha política de su generación.
Miembro de la juventud ortodoxa, con un intrínseco sentido de la justicia, Fidel, al igual que toda su generación, resintió profundamente el suicidio de Eduardo Chibás. La muerte del líder ortodoxo, ahogado por la corrupción y podredumbre de los gobiernos auténticos, fue un golpe formidable y casi descorazonador para una juventud formada en el fracaso de la revolución del 30 y que veía como se le escurría entre los dedos los anhelos de redención y reforma nacional.
El golpe de estado de Batista en marzo de 1952 parecía la sentencia final. Volvían los militares y los cuarteles a imponerse sobre el destino de la nación. Y lo hacían al servicio de los intereses del gran capital norteamericano. Batista era, nuevamente, el hombre duro que restablecería el orden y la seguridad. Con él se acabarían los enfrentamientos gansteriles, los asesinatos sicariales, los asaltos. El ejército aseguraría la tranquilidad necesaria para que el dinero norteamericano, incluyendo el de la mafia, pudiera realizar sus “bussiness as usual”.
En el proceso, toda libertad sería mancillada y toda oposición violentamente silenciada. Lo ganado con la Constitución del 40 pasaba a ser letra muerta.
La diferencia es que la generación emergida en esos años a la vida política, sobre todo su ala más revolucionaria, no estaba dispuesta a aceptar ese orden de cosas. Fidel fue el líder natural de ese proceso de rebeldía. Fue el que supo capitanear el audaz asalto al Moncada, que aunque fue un fracaso demostró dos cosas fundamentales: la brutalidad sanguinaria del régimen de Batista, que persiguió y masacró a los sobrevivientes de la acción y la existencia de un espíritu de rebeldía dispuesto a dar la lucha por una Cuba mejor.
Ese espíritu no fue doblegado ni por la prisión, ni por el exilio, ni por la derrota. En su alegato de autodefensa, conocido luego como “La Historia me absolverá”, Fidel dejó claros los reclamos de justicia social y soberanía que estaban en la base de todo el movimiento revolucionario.
También el azar, que desempeña un papel en la historia, determinó su supervivencia en condiciones muy difíciles, luego del asalto al Moncada, en la derrota de Alegría de Pío, en los numerosos bombardeos y combates de la Sierra (su temeridad era tal que luego del combate de El Uvero, el Che y varios oficiales le dirigieron una carta pidiéndole que no se expusiera innecesariamente), los más de 600 atentados en su contra.
Sus condiciones intelectuales, su lucidez política de no dejarse arrastrar en ninguno de los pactos y cabildeos que se forjaron en torno suyo en numerosas ocasiones, sus capacidades militares y luego sus dotes de líder popular cuando triunfó la Revolución, lo convirtieron en líder indiscutible del proceso y expresión de las aspiraciones de todo un pueblo.
El político
Como político Fidel supo sortear escenarios muy complejos. El triunfo de la Revolución marcó también el inicio de una escalada de agresividad sin precedentes en contra de Cuba. Era inadmisible para el poder norteamericano la existencia de una Revolución triunfante en un continente que era su patio trasero. Una Revolución que desmontaba los dogmas de derecha y de izquierda, demostrando que era posible vencer en contra de un ejército profesional con una guerrilla inferior en número y en armas y que era además posible hacerlo desde un pequeño país neocolonial, sin grandes recursos naturales.
Esa Revolución debió sortear en lo interno la agresión más o menos abierta de la gran y mediana burguesía nacional, que se manifestó tanto en forma de chantaje como en agresiones de diversa naturaleza. Bandas armadas, financiadas y entrenadas por EE. UU. y las oligarquías criollas proliferaron en varias regiones del país, sembrando el miedo y la destrucción. Ataques piratas, sabotajes, bombardeos, asesinatos, robos. Importantes figuras del gobierno revolucionario de esos primeros años acabaron traicionando por acción u omisión, incluyendo jefes militares como el primer comandante de la fuerza aérea, Díaz Lang (quien desertó en un avión robado a EE. UU. y volvía regularmente a dejar caer granadas en céntricas calles de La Habana) o Hubert Matos, comandante de la región militar de Camagüey. También el primer presidente de gobierno revolucionario, Urrutia, el primer presidente del Banco Central, etc. Una buena parte de los profesionales del país emigraron al exterior e incluso la iglesia católica se prestó a infames campañas de difamación, como la tristemente célebre Operación Peter Pan.
En el plano internacional sanciones, amenazas, chantajes económicos. Persecución y difamaciones de la OEA y de varios gobiernos aliados de EE. UU. en otras latitudes. Numerosos países de América Latina, obedeciendo a presiones, rompieron relaciones de todo tipo con Cuba. En marzo de 1960 explotó en el puerto de La Habana, producto de sabotajes, el buque francés La Coubre, causando la muerte de casi cien personas y más de 200 heridos. En abril de 1961, aviones provenientes de Honduras bombardearon varios aeropuertos civiles cubanos y pocos días después mil 500 mercenarios cubanos, armados y entrenados por la CIA y con apoyo de la Marina estadounidense, desembarcaron en Playa Girón, iniciando una invasión que fue derrotada en menos de 72 horas y cuyos prisioneros fueron canjeados al gobierno norteamericano por compotas para niños y maquinaria agrícola.
En 1962 Cuba se vio envuelta en la famosa Crisis de los Misiles, la cual se resolvió por un acuerdo entre potencias dejando a Cuba fuera, lo cual provocó una digna respuesta de Fidel a nombre del pueblo revolucionario.
En medio de ese torbellino político, Fidel supo conducir y expresar los estados anímicos y las expectativas del pueblo y de los integrantes de la dirección revolucionaria. Supo construir la necesaria unidad entre las fuerzas revolucionarias y maniobrar con firmeza en el escenario internacional.
La Revolución se tradujo de inmediato en una Ley de Reforma Agraria que rompió la espina dorsal de la gran propiedad terrateniente en el país y le entregó la tierra a quienes la trabajaban. En una masiva campaña de alfabetización. En programas de salud, de vivienda, en decenas de miles de becas para estudiantes de todos los niveles. En la creación de un masivo sistema de protección y difusión de la cultura que ponía esta al alcance del pueblo. En creación de empleo.
Fidel supo construir la hegemonía al interior del proceso desde una concepción dinámica de la realidad, que derivaba las claves de su accionar político de una comprensión profunda de las diversas etapas que le tocó sortear. Logró preservar la autonomía política y las esencias particulares del proceso cubano en sus años de mayor relación con la URSS y el campo socialista y, luego del derrumbe en Europa del Este, supo reconfigurar en un escenario muy complejo la posibilidad de existencia y permanencia del socialismo y sus conquistas en Cuba.
Pero Fidel fue también un extraordinario educador popular, que en largos y multitudinarios discursos formó en el pueblo una nueva concepción de la historia y el papel de Cuba en la escena latinoamericana y mundial. Bajo el liderazgo de Fidel Cuba pasó de ser una pequeña antilla azucarera a ser una nación que se arrogaba el derecho a exponer, denunciar y combatir el régimen colonial y neocolonial. A apoyar a los movimientos independentistas de todos los continentes, a enviar médicos, maestros, entrenadores deportivos a todas las latitudes del planeta. Ninguna otra nación en el hemisferio occidental ha desplegado una actividad internacional tan amplia y generosa. La dirección política de Fidel demostró al pueblo cubano que podía saltar muy por encima de su propia estatura, de que el tamaño de una nación lo define el heroísmo y la generosidad de sus mujeres y hombres, y no las taras impuestas del coloniaje y el subdesarrollo.
El símbolo
La figura de Fidel encarna los ideales de soberanía y justicia social de una nación y es la expresión de que es posible construir una nación más justa e inclusiva aún en las circunstancias más adversas. Es también un factor de unidad clave para la continuidad en el tiempo del proceso cubano.
Para erosionar su dimensión simbólica, apelan constantemente a mentiras y medias verdades. Se regodean en posibles errores, en rumores, en episodios puntuales de la historia reciente, en testimonios oportunistas. Sin dudas, como hombre y como político cometió errores, pero estos vienen también de la mano de grandes aciertos, de aciertos claves para la subsistencia, más de 60 años después, de una Revolución como la cubana. Su condición humana sustentó su condición simbólica, y su coherencia como hombre determina en buena medida la dimensión de su figura.
Su pensamiento, como todo pensamiento vivo, debe ser sujeto a un diálogo permanente. Nada más ajeno a su concepción de la política que la inmovilidad de las ideas y los pueblos. En un momento en el cual una de las formas más efectivas de asesinato simbólico es la momificación o la mercantilización (piénsese en lo que intentaron con Lenin o el Che), el deber de los revolucionarios de todas partes es debatir, discutir y crear.
Marx decía que las ideas se convierten en poder material cuando se apoderan de las masas. Fidel vive hoy, precisamente, porque su símbolo permanece como prueba de que es posible hacer una Revolución con los humildes, por los humildes y para los humildes y persistir en ese empeño en contra de la hostilidad y la persecución del mayor poder imperial de la historia.