El legado del Sayyed; una llama eterna en la lucha por la justicia
Sabemos, oh Maestro, oh Imam de la Nueva Era, que te fuiste a dormir al sótano prometido y nos dejaste el turbante negro, la alfombra verde, el anillo de ágata, una cita con la casa antigua, una sonrisa desde lo profundo. y generaciones de luchadores.
Te separan de ellos los días y las noches, el ciclo de los grandes entre la ausencia y la presencia. Se ausentan por un tiempo, pero permanecen mucho tiempo; desaparecen físicamente, sustentados por su Señor. Nacen con los relámpagos y las lluvias de enero, y alcanzan su plenitud como la luna llena, entre marzo, el señor del combate y el campo de batalla, y abril, el mes de los almendros y las margaritas.
Así es la partida sacrificial de los Enviados de Dios, los santos, los intercesores y los mártires; es la memoria de los antiguos, en el otoño de los ríos entre dos grandes civilizaciones, el Éufrates y el Nilo; es el sacrificio de Cristo, es el Imam en Karbala.
Las luces titilan en septiembre, se adormecen por un tiempo sobre los bordes de los días, y regresan como el ave fénix mil años después.
Como decía el sabio Avicena, no hay casualidades en el curso de los astros, que giran según un destino predeterminado, en armonía con las almas y el espíritu universal, que regresan a su Señor satisfechas y bien recibidas.
Así es el momento de los signos zodiacales, por voluntad de Dios, otorgado a quienes Él escoge entre Sus siervos justos, destinados a servir a las gentes, como el señor de los mártires en Beirut.
Blanden la espada del Imam Ali y la espada de Abu Dharr al-Ghifari contra los invasores y tiranos, alzan el llamado a la oración, al éxito y a la lucha, repican las campanas y derraman su sangre pura hasta que los ríos y pozos se llenen de agua, las colinas de viñedos, y las llanuras de trigo abundante, para que todos los hombres se sacien.
Sabemos, oh señor, oh Imam de estos nuevos tiempos, que te has retirado a descansar en la cueva prometida, y nos has dejado el turbante negro, la alfombra verde, el anillo de ágata y una cita en la antigua casa sagrada. Nos has dejado una sonrisa desde lo más profundo y generaciones de combatientes con convicción.
Descansa en paz, oh rostro sereno, espíritu ligero con una fortaleza inquebrantable. Ten la certeza de que estamos en tu camino, el camino de Jerusalén, Qana y Galilea, y de toda Palestina.
Seguimos tu promesa, la juramos con sangre, con las fibras del corazón y con el borde de los ojos.
Quizá podamos diferir, oh señor, en encontrar tus señales, en resurgir bajo tus banderas, en combatir a tu lado y orar en tu altar, porque tal es la condición del mundo entre almas pacientes y perseverantes, y entre otras almas movidas por la venganza, como fue el caso de Mukhtar y los penitentes.
¿Y cómo no habría diferencia cuando el que parte tiene tu peso, un señor de alta dignidad, un espíritu invencible y una presencia imponente, un modelo de fe y determinación?
Sabes, santidad, que tras el martirio del Imam Hussein y la tristeza persistente, los partidarios del Imam se dividieron entre Kufa, Medina y otras regiones; algunos quisieron considerarlo un mártir y dejar a Dios proteger a los creyentes del mal del combate, mientras otros montaron a caballo en Duma al-Jandal y enfrentaron a los ejércitos de los renegados, a quienes infligieron muerte terrible, sin dejar vivo a ningún asesino sin hacerle probar el filo de la espada hasta tomar su vida, ni dejar descendencia de ellos.
Otros, como Zayd Bin Ali Bin Hussein, apenas le alcanzaron las lanzas en un día tormentoso, cuando el viento frío del norte lo envolvió y lo esparció como un santo bendecido sobre las montañas del feliz Yemen.
Otros se dedicaron a la predicación y la exhortación sin combate ni muerte, aunque no se libraron del daño, pues la verdad sólo se alza bajo la sombra de las espadas.
Entre estos y aquellos, viste, oh señor, en la historia, un río y un libro siempre abierto y renovado. Advertiste mucho contra la repetición irresponsable de los sucesos y los tiempos, y del grito de venganza cuando surge sin guía, diciendo: "¡Dénme de beber, denme de beber!"
Dijiste a tu gente cercana y a tus numerosos seguidores que el imperialismo y su retoño, el sionismo, son el Yazid (figura del mal) de nuestro tiempo y de todos los pueblos, de todas las sectas, etnias y linajes, y que tu lucha, la nuestra y la de todos los oprimidos es contra este Yazid.
No dejaste de advertir contra cualquier desviación que resucite las guerras de Basús (guerra árabe famosa) y de los días los renegados y las identidades mortales en una guerra insidiosa.
El corazón del creyente asceta y combatiente fue tu guía cuando señalaste Jerusalén y Palestina.
El corazón negro, el odio sectario enfermo y dirigido desde las plumas de las inteligencias atlánticas y las oficinas del Mossad y el Shin Bet, fueron la guía de los fanáticos y de los resentidos, los gusanos de la tierra y su cizaña.
Algunos desvían la brújula de Palestina, como si movieran las palabras de su sitio, y toman el verso de la espada para interpretaciones dudosas, en lugar de confrontar la contradicción principal con el enemigo.
Otros son murmuradores y calumniadores, embusteros a quienes aplica lo que dijo el Señor Jesucristo: “no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de su boca”.
Y ellos son, como dice la sura Al-Furqan: "Crees que la mayoría de ellos oye o razona, no son más que como los animales, incluso más extraviados aún en el camino”.
Así, oh señor, oh Imam de este tiempo nuevo, naciste para ser un ícono y leyenda, una ofrenda sacrificial para la causa de Dios y de los oprimidos, un modelo de resistencia en el camino de Palestina, un árbol bendito que inspira en tus discípulos, en cada gota de lluvia y en el filo de la espada contra invasores y ocupantes.
Fuiste también, al mismo tiempo, un hombre de visión excepcional, de mirada profética en una época de posicionamientos mezquinos y cálculos pequeños.
Eras como el ojo del águila en las alturas, proyectando tu sombra sobre la región, viendo lo que otros no ven. ¿Cómo van a ver las aves comunes lo que tú ves? ¿Cómo van a ver los sectarios y regionalistas lo que tú ves mientras están extraviados en su ceguera?
Le dan la espalda al enemigo, no para huir, sino para unirse a él, sometidos o confabulados, da igual; intimidan a los necesitados y a los que se asombran, sin reparo alguno en mancillar el libro de Dios (golpear a los tiranos con tiranos), ocultando así su traición y vergüenza en esta vida y en la otra.
Eras el visionario cuando leías la ley de las contradicciones con más precisión que los izquierdistas, y extraías de ella una hoja de ruta entre la guerra y la política, corrigiendo más de una brújula que había perdido su dirección y prioridades: los imperialistas como sujeto de la contradicción básica de todas las naciones y pueblos, y el enemigo sionista como sujeto de la contradicción principal con la nación.
Y esta y aquella no se resuelven sino juntas, y mediante la lucha, pues ninguna contradicción fundamental o principal se resuelve con ilusiones y buenas intenciones o con un enfrentamiento político.
Así que, oh seguidores, ustedes que lloraron al señor, al líder mártir, durante días, y que vieron la tierra angosta a pesar de su amplitud, no desfallezcan ni se entristezcan, pues ustedes son los superiores. Dios domina su asunto, aunque el dolor que los aqueja sea grande, y aunque la herida los haya alcanzado donde no esperaban, los injustos también han sido heridos. Y no están lejos el fuego de Dios encendido, el fuego de la complacencia divina y la noche de los misiles, el primero de octubre, una señal del Libro de Jafer (Libro que le atribuyen profecías) en la que no hay duda, y una victoria de Dios y una apertura cercana.
No desfallezcan ni se entristezcan, pues ustedes son los superiores, Hizbullah, los seguidores y los conocedores.
Dios no ha escogido a un santo en su pequeño hogar de su vasto reino ni lo ha cargado con un peso que las montañas no soportan, sino que lo ha elegido entre los sinceros, mártir e intercesor.
Oh gente de la verdad y sus banderas, y los que quedan de los habitantes de Sodoma y del mar salado en el arca de Noé, en cuarenta días descenderán junto con las palomas y la complacencia divina en paz, aliviados del fuego y con sus almas apaciguadas.
Alrededor de ustedes está el espíritu del señor que los redimió, convirtiéndose en símbolo e ícono en su camino. Avanzan con él y él avanza con ustedes, una promesa sincera, pues la promesa de Dios es indestructible.