Gaza y el despertar de una generación
La brutalidad y la impunidad del sionismo han quedado gráficamente expuestas en los cuerpos de los niños mutilados, en los que mueren de hambre, en la desesperación cotidiana de millones de palestinos.
Las cifras, por si solas, son estremecedoras. Hasta enero de 2024, último dato disponible en los medios consultados, “Israel” había lanzado sobre Gaza más de 65 mil toneladas de bombas, el equivalente a unas cinco veces el poder destructivo de las bombas que arrasaron con Hiroshima y Nagasaki en 1945. Es más que probable que de enero hasta el presente esa cantidad se haya, cuando menos, duplicado.
Se ha hecho público que la mayor parte de los objetivos para estos bombardeos fueron definidos usando una herramienta de inteligencia artificial (IA) denominada “Lavender”. Esta herramienta procesa rápidamente masivas cantidades de información para generar miles de potenciales objetivos a atacar. Fundamentalmente supuestos militantes de Hamas y la Jihad Islámica Palestina, incluyendo no solo a altos rangos, sino también a cualquier persona que tenga vinculación con estas organizaciones.
Usada desde el inicio de la operación israelí, la IA ha definido más de 37 mil supuestos militantes y sus casas, incluyendo desde luego a sus familias como posibles dianas. Según declaraciones de militares israelíes a +972 Magazine, normalmente los oficiales a cargo del sistema avalan los objetivos que define sin dedicarle demasiada atención, a pesar de que la IA tiene un coeficiente de error, según declaran, de un 10 por ciento, aunque puede ser mucho más. Este sistema se complementa con otra IA denominada “The Gospel”, la cual está diseñada para identificar edificios y estructuras que pueden ser o son usadas por el enemigo.
Una vez este impersonal mecanismo de la muerte ha definido un objetivo, las Fuerzas de Defensa Israelíes atacan los blancos con lo que se conoce como “bombas tontas”. Artefactos explosivos de alto poder destructivo, pero que carecen de sistemas guiados de precisión. Esta medida está determinada por un lado por el ahorro, las “bombas tontas” son más baratas, pero además evidencia otra arista de la guerra del ocupante israelí contra los palestinos: se actúa con total desprecio de la vida. Tanto es así, que los militares israelíes consideran entre 10 y 15 personas el número de bajas colaterales aceptables para aniquilar a un solo combatiente de Hamas.
No es casual entonces que la cifra actual de muertos supere los 36 mil, con un alto número de mujeres y niños, haya más de 70 mil heridos y casi dos millones de desplazados. No es casual tampoco el grado de destrucción de la infraestructura y el asesinato de personal sanitario, de la ONU, de ONGs y de cualquiera que se interponga en el camino de sus bombas. Lo que está haciendo “Israel” en Gaza no tiene comparación. Para tener un marco de referencia, la segunda ofensiva más sangrienta de “Israel” contra el enclave fue en el año 2014, duró 50 días y dejó dos mil 251 víctimas mortales entre la población palestina.
Un informe presentado por la Oficina Central Palestina de Estadísticas en la Conmemoración del 76 aniversario de la Nakba complementa este cuadro de horror. Actualmente más de 89 mil edificios han sido dañados o destruidos en el enclave. Más del 70 por ciento de la vivienda destruida. Alrededor del 90 por ciento de los niños, mujeres y mujeres embarazadas en el enclave enfrentan una situación de inseguridad alimentaria crítica.
Estamos ante un genocidio en regla, planificado y ejecutado por un estado moderno valiéndose de modernas armas y software para perseguir, desplazar y destruir a un grupo étnico por completo. La voluntad genocida del sionismo tiene una de sus más macabras y recientes expresiones en el incendio del campamento de refugiados en las afueras de Rafah, donde fueron quemadas vivas varias decenas de personas.
En la década del sesenta y setenta la Guerra de Vietnam fue clave para la radicalización de una generación en la lucha contra el imperialismo y el colonialismo. La televisión desempeño un papel fundamental. Los corresponsales y medios transmitieron muy gráficamente los horrores que cometía el ejército norteamericano contra la población local. El movimiento antibelicista en Estados Unidos se conectó con otras luchas internas, como las de las minorías raciales y sexuales, dando pie a un poderoso movimiento contracultural y de enfrentamiento al sistema.
El imperialismo aprendió la lección y durante la invasión a Granada en 1983, el comandante norteamericano al frente de las tropas invasoras impidió que ningún periodista las acompañara a hacer lo que mejor saben hacer. En los noventa y principios de los 2000 el mecanismo se perfeccionó: solo dejaban acompañar a las tropas a periodistas obedientes, insertos dentro de los medios cartelizados, cuyo relato podían controlar para que se articulara a la narrativa imperial.
El temor al papel que los medios pueden jugar cuando son valientes, honestos y no se ajustan a la narrativa del poder ayuda a entender incluso hoy por qué “Israel” ha asesinado a tantos periodistas y perseguido medios como Al Mayadeen, que muestran la verdad que la propaganda estatal y los grandes medios occidentales pretenden ocultar o falsear.
Sin embargo, lo que no se ve en las pantallas de los grandes medios sí se ve en las redes sociales. Contra el interés de las grandes corporaciones que poseen dichas redes, la verdad de lo que ocurre en Gaza se ha esparcido como pólvora por todo el mundo. No importa cuántas cuentas Meta bloquee, no pudo impedir que más de 31 millones de usuarios de Instagram compartieran el cartel “All eyes on Rafah”, en referencia al avance israelí sobre la ciudad, única que queda en pie en el enclave.
La brutalidad y la impunidad del sionismo han quedado gráficamente expuestas en los cuerpos de los niños mutilados, en los que mueren de hambre, en la desesperación cotidiana de millones de palestinos. Ha llevado al emerger de una conciencia militante en grupos sociales diversos de todos los continentes. Obreros marchan en las calles de Barcelona o Madrid o Londres, estudiantes de las prestigiosas universidades de la Ivy League norteamericana, las futuras élites del sistema, arriesgan su libertad y sus carreras para protestar en defensa de Palestina. Estudiantes en Panamá expulsan al embajador israelí de su universidad. Manos anónimas incendian la embajada sionista en México. Gaza les ha enseñado, como decía Gramsci, que vivir es tomar partido, el sionismo les ha enseñado contra qué luchar.
Es importante, en esta lucha, entender que abrazar la causa Palestina sin abrazar fervientemente el anticolonialismo (del cual la lucha Palestina es un momento importante, pero no el único) y el antiimperialismo (pues “Israel” es una herramienta del imperialismo y sus intereses) es llevar la causa al callejón sin salida de un moralismo vacío. No solo es lo correcto defender la causa Palestina, sino que a través de esta lucha abrimos la puerta para luchar por un nuevo orden mundial, por un mundo y un sistema de organizaciones internacionales que no se queden de brazos cruzados ante el genocidio y donde las entidades monstruosas como “Israel” sean definitivamente condenadas al basurero de la historia.