El viento del colonialismo no nos arrancará
Es una lección que no nos cansamos de repetir a quienes el colonialismo les selló el corazón: “Nada nos quiebra. Permaneceremos en nuestra tierra, en nuestros corazones y en el futuro de nuestros hijos, como una espina en sus mentes, como un torrente que no conoce la retirada”.
El enemigo alega haber logrado la mayoría de sus objetivos en esta guerra y que, para concluirla, solo resta liberar a sus prisioneros y asegurar el regreso de los colonos a sus asentamientos en el norte de Palestina ocupada.
Algunos árabes se apresuran a adoptar esta versión de los hechos, lavándose las manos de la sangre de palestinos y libaneses, y enarbolan el arma de la negociación para intentar imponer la narrativa sionista y utilizarla en favor de sus proyectos de rendición.
El problema de este relato es que ni siquiera quienes lo elaboraron creen en él. Tal como ocurrió el 7 de octubre, cuando la diplomacia de la OTAN acudió a apoyar política y militarmente a “Israel”, hoy esa misma diplomacia se apresura a intervenir en Líbano para lograr los mismos fines.
Desde la visita del enviado estadounidense Amos Hochstein a Beirut hasta la de la ministra de Exteriores alemana, quien en el pasado había expresado apoyo racista a los crímenes de genocidio sionista, culminando con la conferencia de París destinada a respaldar lo que llaman “la soberanía del Líbano”.
Todos estos movimientos evidencian que la entidad sionista atraviesa una crisis similar a la del 7 de octubre y necesita el apoyo de la OTAN y sus aliados para salir de ella.
Nadie cree en esta preocupación occidental por la soberanía del Líbano y la vida de su pueblo. Pues, es el mismo Occidente que, durante más de un año, fue espectador de las masacres cometidas por el enemigo contra el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania, y es el mismo Occidente que perpetró masacres con sus propias manos contra los pueblos árabes de Irak, Libia y Siria.
Los colonialistas creen que la caída de líderes en Hizbullah, encabezados por el mártir, Sayyed Hassan Nasrallah, debilitó la resistencia, y que llegó el momento de cosechar los frutos de sus crímenes, imponiendo las condiciones de una “soberanía” que la OTAN pretende instaurar sobre el Eje de Resistencia.
Una “soberanía” que encamine al Líbano hacia las ilusiones de una “OTAN árabe”, desarme a la resistencia y restituya en el escenario político a quienes un largo historial de traición y conspiración contra sus patrias ya había descartado.
Mientras en habitaciones cerradas se acumulan las conspiraciones, el mártir Ibrahim Haidar decidió cumplir el testamento del mártir líder Yahya Sinwar, quien escribió: “No negocien lo que es legítimo para ustedes... No entreguen sus armas, no abandonen sus piedras, no olviden a sus mártires y no cedan en un sueño que les pertenece por derecho”.
El mártir combatiente libró su batalla como un ejército que enfrentaba a otro “ejército”, sin que lo debilitara la escasez de hombres ni la falta de municiones.
Haidar frenó las hordas enemigas y salió victorioso, como combatiente y como mártir. Pues, comprendió que la resistencia no es en vano, ni es solo un disparo, sino una vida vivida con honor.
Días antes, los mártires Hossam Abu Ghazaleh y Amer al-Qawas cruzaron la frontera hacia Palestina, declarando que todos los frentes se involucrarían en la lucha en la medida de sus posibilidades y que las ilusiones de algunos sobre la rendición de los pueblos a sus planes no tenían cabida en la realidad.
Ni Amer ni Hossam esperaron justicia del mundo, sino que se convirtieron en el milagro y la justicia de su causa y de su pueblo.
Antes que ellos, la pistola del mártir Maher al-Jazi convocó una cumbre en solitario, en el paso fronterizo de Al-Karama, donde ejecutó el mandato del pueblo contra quienes ocuparon su tierra y representó la verdadera postura del pueblo árabe jordano.
El Occidente colonialista, con más de un siglo de experiencia, sabe que esta nación no se rinde. A veces es derrotada, y el enemigo impone sus proyectos, pero siempre vuelve a levantarse para construir su resistencia y enfrentar a sus enemigos.
Las multitudes en las calles de las ciudades árabes, los combatientes que cruzan fronteras y los misiles que se lanzan desde los frentes de apoyo dicen que la división impuesta por el colonialismo hace más de un siglo solo existe en los mapas y en las mentes de los gobernantes, mientras que los pueblos siguen unidos en su aspiración a la independencia y a una vida digna.
La resistencia, que hoy golpea en cada tierra árabe profanada por la ocupación, llora las ilusiones de paz y normalización.
Recordamos las ilusiones de los colonialistas después de que la resistencia salió de Beirut tras la invasión de Líbano en 1982: entonces, Philip Habib jugaba el papel de Hochstein, y Francia asumía el mismo rol que hoy; creyeron que los acuerdos de mayo, Oslo y Wadi Araba pondrían fin al conflicto con el enemigo para siempre.
Desde los escombros de Beirut devastada, surgió el Frente de Resistencia Nacional Libanesa (Jammoul), y nació Hizbullah, avanzando la resistencia hacia una posición superior, forzando al enemigo a huir primero de Beirut, luego del sur, hasta ser derrotado en julio de 2006.
Del lodazal de Oslo surgió la Segunda Intifada, la leyenda del campamento de refugiados de Yenín, la Guarida de los Leones, el Batallón de Yenín, las batallas de la Espada de Jerusalén y la Unidad de los Frentes, y el Diluvio de Al-Aqsa, mientras de las guerras más atroces de la historia en Irak y Yemen, se lanzaron los misiles de Ansar Allah y la Resistencia de Irak.
Es una lección que no nos cansamos de repetir a quienes el colonialismo les selló el corazón: “Nada nos quiebra. Permaneceremos en nuestra tierra, en nuestros corazones y en el futuro de nuestros hijos, como una espina en sus mentes, como un torrente que no conoce la retirada”.