El cambio demográfico y la ingeniería de las sociedades árabes
Ante una conspiración basada en distorsionar los hechos existentes en el terreno, y si los hombres de Dios están enfrentando este proyecto en el terreno, entonces las elites educadas deben hacer mucho esfuerzo para frustrar esta conspiración
Hablar de la expulsión de los palestinos de Cisjordania y Gaza no es algo nuevo. Podemos afirmar que es una constante que ha acompañado cada acción israelí desde 1948 hasta hoy.
Muchos analistas (y con razón) consideran que el desplazamiento fue el objetivo fundamental del proyecto sionista desde su inicio, y que la idea de una tierra sin pueblo no era una descripción de la realidad existente, sino de lo que sería cuando los gobiernos capitalistas comenzaran a ejecutar su proyecto colonial en Palestina.
La primera ola de desplazamientos se mostró exitosa, ya que hacia finales de 1948, cerca de 700 mil refugiados abandonaron Palestina; es decir, aproximadamente la mitad de su población. Cabe señalar que 300 mil de estos habían huido antes de la declaración de independencia de "Israel", a manos de bandas sionistas como el Palmach, la Haganá y el Stern.
No existe una estadística oficial sobre el número de palestinos que abandonaron el país entre 1948 y 1967, pero el historiador Benny Morris estima en alrededor de 100 mil los expulsados hasta 1956.
Lo importante es que las cifras seguían dentro del plan del movimiento sionista. La segunda ola de desplazamientos en 1967 no alcanzó el resultado esperado. De los 300 mil palestinos que se marcharon, 150 mil lo hicieron por segunda vez, pues ya eran originarios de las tierras ocupadas en 1948.
Durante este periodo, muchas personalidades palestinas se esforzaron por evitar la emigración de los palestinos, y aproximadamente el 25 por ciento de los refugiados lograron regresar a sus tierras, infiltrándose antes de finales de 1968.
La tercera ola de desplazamiento fue de carácter económico. Los países árabes, especialmente los del Golfo, abrieron sus puertas a la mano de obra palestina. Se estima que alrededor de un millón de palestinos emigraron a trabajar en estos países debido a las restricciones impuestas por el Estado ocupante sobre sus medios de subsistencia.
Sin embargo, una gran parte de estos retornó tras la invasión iraquí a Kuwait (aproximadamente el 75 por ciento) y se establecieron entre Jordania y Palestina.
En resumen, la emigración palestina ha fluctuado sin que los países coloniales lograran su objetivo de vaciar la tierra de la mayoría de sus habitantes, a pesar de todos los intentos de persuasión y coacción.
La solución alternativa fue la reingeniería de las sociedades árabes, especialmente las vecinas a Palestina, tanto a nivel cultural como político, y en última instancia, geográfico y demográfico.
Los colonizadores comenzaron a centrarse en la necesidad de llevar a cabo esta reingeniería social a partir del año 2000, cuando la Resistencia celebró su victoria con la liberación en el sur de Líbano.
Este despertar de conciencia capitalista alcanzó su punto máximo tras la guerra de julio de 2006. Surgió así una alianza militar capaz de resistir los proyectos coloniales en frentes clave de nuestra región.
Aunque esta coalición estaba compuesta principalmente por Siria, gobernada por el Partido Baath, un partido nacionalista y secular, y por Hizbullah, un partido nacional con referencia islámica, además de otros partidos seculares, como el Partido Nacional Sirio, el colonialismo inició la batalla conceptual al atribuir a este bloque la etiqueta de alianza religiosa chií.
Este calificativo resurgiría durante los eventos de la "primavera árabe", especialmente después del creciente papel de la República Islámica de Irán en apoyo a este bloque, presentando este apoyo "chií" como un aliado de los regímenes represivos en su enfrentamiento con las multitudes árabes que salieron a las calles exigiendo libertad y democracia.
Este plan ya se había probado en Líbano durante la guerra civil y en Irak tras la ocupación en 2003, donde más del 90 por ciento de los cristianos fueron desplazados, y las ciudades y barrios iraquíes fueron reorganizados sobre bases sectarias y étnicas (suníes, chiíes y kurdos), imponiéndose estos nuevos arreglos a un Estado que se convirtió en una entidad que unificaba las sectas en lugar del pueblo.
El mismo intento se realizó en Siria y Yemen, y estuvo a punto de alcanzar el éxito esperado, de no ser por la cohesión del Estado nacional y su resistencia a este proyecto mediante todos los medios disponibles. No podemos pasar por alto que este proyecto dejó millones de refugiados, a los cuales los países receptores y las organizaciones internacionales han prohibido el regreso a sus tierras.
Es necesario hacer una pausa para reflexionar sobre la expulsión de los cristianos en Irak y Siria, donde las iglesias occidentales, especialmente en los países escandinavos y en Francia, jugaron un papel importante en facilitar la emigración de cientos de miles de cristianos desde el inicio del siglo XXI.
Jordania, que recibió grandes oleadas de emigrantes de Siria e Irak, intenta presentarse como el protector de los suníes en su enfrentamiento con el "creciente chií".
Por otro lado, en círculos discretos se habla de la posible expulsión de los palestinos de Cisjordania hacia la región de Anbar en Irak, creando una zona suní con autonomía, que serviría de extensión del cinturón suní que empieza en Jordania, en oposición al bloque de resistencia que los países coloniales y sus aliados en la región insisten en considerar como un proyecto chií, a pesar del papel central que juegan los movimientos de Hamas y la Yihad Islámica en este bloque.
Lo que tenemos ante nosotros no es un plan, sino una conspiración, pues se basa en mentiras y en la tergiversación de los hechos sobre el terreno. Y aunque los hombres de Dios están resistiendo este proyecto en el campo de batalla, las élites intelectuales y políticas deben hacer un esfuerzo considerable para frustrar esta conspiración a nivel de sus países y de la región en su conjunto.
Las fuerzas nacionalistas, de izquierda y seculares deben estar a la vanguardia de aquellos que asumen la responsabilidad de enfrentarse a esta conspiración.